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Una secuencia: el reverendo Smith predicando en la vía pública de Deadwood

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Uno de los personajes más carismáticos de esa sucia y demencial genialidad shakesperiana llamada Deadwood es sin duda el reverendo, predicador, Henry Weston Smith. El pobre reverendo Smith, que ya tenía bastante con ser protestante, existió de hecho en la realidad, como muchos de los personajes de la serie. El tránsito de su valle de lágrimas –y de barro– a la Vida Eterna, sin embargo, difiere del que le dan en la ficción.

Según consta en una carta de Seth Bullock (célebre personalidad del oeste norteamericano, encarnado en la serie por Timothy Olyphant), al reverendo Smith lo mataron los indios yendo hacia Crook City a predicar, tal y como rezaba la nota que dejó en el pueblo antes de marcharse, en el año de gracia de 1876. En la serie su final es un delirio causado por un tumor cerebral que desencadena toda clase de escenas, como las de esta secuencia, realmente notables. Su agonía termina con lo que eufemísticamente podríamos calificar de eutanasia, a instancia de una figura realmente abyecta (tanto en la realidad como en la ficción), la del proxeneta Al Swearengen, uno de los hombres más populares y ricos del entonces asentamiento de Deadwood.

Cuentan del reverendo Smith que al finalizar la Guerra Civil, en la que combatió con el 52º regimiento de infantería de Massachusetts, y como respuesta a una llamada divina, se dedicó a predicar por todos los rincones de Deadwood y las Colinas Negras. Lo mismo predicaba por los comercios como en las tabernas, que comía con publicanos y pecadores, que se relacionaba tanto con el médico o el sheriff como con los proxenetas y sus putas. Su única misión era la de predicar la verdad, a Jesucristo, el Redentor, el Salvador de todos los desgraciados y desheredados, alcohólicos, asesinos, comerciantes, de todos y cada uno de los hombres y mujeres que poblaron aquel Deadwood recién fundado entre Sodoma y Gomorra, para los que también Dios había enviado a su Hijo a morir en la cruz.

Por aquel entonces –en el último tercio del XIX– aquellos territorios se encontraban poblados de buscadores de fortuna de toda condición, carácter y negocio, movidos por la fiebre del oro (hay que tener en cuenta que entre 1840 y 1860 se habla de una llegada de más de cuatro millones de inmigrantes a los Estados Unidos, y que para el año 69 ya estaba terminado el ferrocarril), territorios de pueblos indios que fueron despachándose uno tras otro, y que en 1889 pasarían a  convertirse en el estado de Dakota del Sur.

Adams Museum, Deadwood, South Dakota

Retomando la serie: las interpretaciones de ambos, tanto de Ian McShane, como Al Swarengen, y de Ray McKinnon, como el reverendo Smith, en general en la serie y en particular en esta secuencia, son portentosas. Al Swearengen asiste, atónito, a lo que para él es un espectáculo hilarante. Está presenciando, como lleva haciéndolo desde hace días, cómo el pobre reverendo Smith hace el ridículo en la vía pública, entre el barro y los comercios, los bueyes, los caballos, y los distintos puestos, a medida que su tumor se expande y aumentan las presiones en su cerebro.

Al se conmueve, quiere que acabe esa humillación, desea su muerte (deseo que él mismo cumplirá), a la vez que el reverendo Smith se santifica, proclamando a los cuatro vientos la verdad del Evangelio de forma estrafalaria. A esto hay que sumarle una cuestión que no creo que sea meramente anecdótica (y que no aparece en el vídeo), y es que a Al le comunican entre escena y escena que a una de sus putas, Trixie, a la que… ¿ama?, ¿quiere?, o, digámoslo así, por la que siente preferencia, se la está quilando otro.

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Esta secuencia no imprime únicamente la lástima, sino que se produce un dialogo entre la amargura del acaudalado Al Swearengen, desde su atalaya del Gem, y ese auxilio que es la misma gracia obrando a través de esa creatura grotesca deambulando por las calles embarradas de Deadwood que es el reverendo Smith, brotando inevitablemente la compasión. Como señala Aristóteles en la Retórica, no se compadece quien está absolutamente perdido ni quien se cree inmensamente feliz, y además requiere creer que hay personas de bien, honradas, ya que quien cree lo contrario considera, en definitiva, que todos son merecedores del mal.

El auténtico reverendo Smith.

«¿Quién nos separará del amor de Cristo?», se pregunta el reverendo Smith. Probablemente, Al ni siquiera atendía en aquel momento a lo que ese hombre agonizante tenía que decirle a él y al universo entero, pero sí veía el amor y la cruz, sí veía a un hombre padeciendo y un valor en aquel ser despreciable al que terminaría asfixiando en el capítulo siguiente, en lo que él entiende por un acto de liberación.

Aunque lenta y fatal en la serie, la muerte de Henry Weston Smith a manos de los indios fue instantánea: un disparo le atravesó el corazón. Décadas más tarde erigieron un monumento en su honor próximo al lugar donde encontraron su cuerpo, que yace en Deadwood. Es conocido por ser el primer hombre que predicó la Palabra de Dios por aquellas colinas.

Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.» Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Segunda Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios

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