Cuando se dice: “es un clásico del cine”, lo que se insinúa es: “es una película que debes ver”. Cuando se dice: “todo un clásico de la literatura”, se está refiriendo a un libro que se encuentra en casi todas las librerías, puede descargarse gratis en el proyecto Gutenberg y ninguno de los presentes lo ha leído. Ni lo va a leer. A fin de cuentas, casi todos estos clásicos literarios cuentan con una adaptación cinematográfica que, de estar bien realizada, puede convertirse perfectamente en un clásico.
Parece que con el paso del tiempo la literatura clásica se vuelve más y más remota. Entre el hombre del siglo XXI y el caballero de la Mancha o Lanzarote o Aquiles, se abre una brecha cada vez más amplia y más oscura. O, peor aún, hablamos de Aquiles y viene a nuestra mente el rostro de Brad Pitt con el pelo por los hombros y los músculos al aire.
Si emprendemos la ardua búsqueda de textos especializados en Google es fácil encontrar, entre las primeras entradas, resúmenes de menos de mil palabras que explican los puntos esenciales de las tragedias griegas a alumnos interesados, pero con escasez de tiempo. Casi nadie lee a Eurípides, ríe con Aristófanes o aprende con Tácito; nadie lee a los autores medievales fuera del ámbito estricto de la investigación. Se ha perdido la pasión por aprender la lengua en la que fue escrita una novela favorita de Dumas o de Dickens o de Dostoievski.
Creo que es legítimo el preguntarse si merece la pena insistir en ello: si merece la pena que resuciten Ulises, Jean Valjean o el Rey Lear, no de sus películas, sino de la pluma de sus autores.
Nadie puede negar que la experiencia sea enriquecedora. Ningún lector cultivado queda indiferente ante el encuentro de Aquiles con Príamo, ante la defensa de Antígona o ante el pecado de los condenados de Dante. Es difícil no tocar y sentir en carne propia lo que es el amor humano en el Idilio de la calle Plumet o temblar de emoción con las últimas palabras de Sydney Carton. Escondidos en sus páginas dormidas están los mejores romances, las mejores batallas, los mejores ejemplos de vida, la épica más majestuosa y la tragedia más desgarradora.
¿Se trata, entonces, de un pasatiempo para gente culta? Creo que hay algo más.
La psicología terapéutica no se cansa de decir, y con cuánta razón, que al hombre de hoy le falta tiempo para frenarse unos instantes en el bullicio de su vida diaria y reflexionar. Simplemente eso: darse un momento para calmarse y meditar. No recibir información, no escuchar rock. No. Sólo para pensar. Pero, ¿pensar el qué?
¡Cáncer del siglo XXI! ¡Se nos ha olvidado pensar por nosotros mismos! Nos lo dan todo hecho. Hemos olvidado ese sabor maravilloso de la tranquilidad reflexiva. Más que nada porque no es útil ¿Y de quién podemos aprender a pensar? De aquellos que lo hacían y, a la vez, te contaban una historia asombrosa.
Lo que tiene la literatura clásica es ese algo más que ha hecho que los libros atravesaran las épocas. Sobrevivieron porque tienen algo que decirnos.
Lo que tiene la literatura clásica es ese algo más que ha hecho que los libros atravesaran las épocas más oscuras de la historia de la humanidad y llegaran a nuestras manos. Sobrevivieron porque tienen algo que decirnos, algo que enseñarnos, algo que es válido porque es eterno.
¿Quiénes somos? ¿Quién es el hombre? ¿Para qué estamos en esta vida? ¿Para qué vivir si vamos a morir? ¿Cómo debemos encarrilar nuestra vida mortal para que merezca la pena? Todo se encuentra ahí: no como puntos de automotivación y autoayuda, sino encarnado en tragedias, dramas y en las hazañas de los grandes héroes de nuestro pasado.
¿Se trata, entonces, de un método auto-terapéutico? Hay aún algo más.
El bueno de Aristóteles en su Poética nos invitó a descubrir el sentido moral de las tragedias. A aprender a ser piadosos por la contemplación de las miserias humanas, y a aprender a ser honrados frente al temor por las consecuencias del mal y frente al triunfo del hombre sensato. Y es que los grandes clásicos de la literatura no sólo alimentan el sentimiento estético y no sólo enseñan a pensar, sino que sobre todo te hacen mejor persona.
Belleza, verdad y bondad… tres grandes motivos para desempolvar esos clásicos.
FOTO: Cuadro de Thomas Hovenden (1882) sobre ‘La muerte de Elaine’, uno de los episodios de la leyenda de Lanzarote y el Rey Arturo