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‘The Virtues’, perdónales porque no saben lo que hacen

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A todos nos persiguen los fantasmas. Y no me refiero a los de sábana blanca, sino a esas personas que dejaron una huella imborrable… para mal. Quién no ha sufrido nunca el rechazo, la humillación, la violencia o la exclusión. La infancia no es siempre como ‘El camino’ de Miguel Delibes, a veces se parece a la excursión de Dante y de la adolescencia mejor ni hablemos.

‘The Virtues’, la nueva obra maestra de la BBC, condensa en cuatro capítulos todo el dolor que una persona es capaz de soportar. En ella, el espectador asiste al Vía crucis de Joseph (Stephen Graham nos ofrece la mejor interpretación de su carrera), un hombre atormentado por un trauma de la infancia, alcohólico, huérfano y divorciado. Shane Meadows, conocido por ‘This is England’, dirige y escribe esta historia sobre el perdón y el sufrimiento.

La serie goza de un realismo tal que en varias situaciones parece que estamos asistiendo a un vídeo casero familiar, de cuidadísima factura, en lugar de a un producto televisivo de la BBC. La narración de los hechos es calmada, porque el dolor lo es, y tarda mucho en desaparecer. Joseph carga con su cruz en un mundo que parece ajeno a él.

Deprimido también por la marcha de su hijo y su exmujer a Australia, decide reunirse con su hermana en Irlanda. Al quedarse huérfanos, ella fue acogida por los abuelos, que no pudieron hacerse cargo de él también. Como consecuencia, le tocó internarse en un orfanato donde pasaría experiencias terribles y del que llegaría a escaparse harto de la situación. Ella, la afortunada, ha conseguido progresar. Está casada con el dueño de una pequeña empresa de construcción y tiene tres hijos.

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Él, en cambio, el desafortunado, es un desastre, un fracasado y doliente ser con la mirada más triste del mundo. La pregunta que surge es la que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿por qué a mí?, ¿qué he hecho yo para merecer esto? Es el momento en que perdemos la fe. No puede ser que Dios permita todo esto.

En la serie hay un componente religioso muy poderoso. El protagonista busca respuesta a una de las preguntas universales: ¿por qué existe el mal? ¿Qué puede llevar a alguien a hacer algo malo? Es algo que se preguntó en su día Hannah Arendt, en su teoría sobre la banalidad del mal. En su análisis sobre el nazi Eichmann, Arendt llega a la conclusión de que era “una persona normal”. Es decir, el mal no está relacionado con ninguna patología mental.

A esta misma conclusión han llegado diversos psicólogos en los últimos años. La persona psicópata, por ejemplo, no es per sé un asesino en serie, ni un terrorista. Es más, su jefe puede ser un psicópata (y seguramente lo sea) y tenga por seguro que no ha matado nunca a nadie. Entonces, ¿dónde radica el mal en el ser humano?

Lo cierto es que el protagonista llega a la misma conclusión que Arendt, que es que el mal carece de toda profundidad, solo necesita silencio y falta de conciencia. Joseph tiene la posibilidad de dialogar cara a cara con la persona que más daño le hizo, pero se va sin respuesta de ese diálogo con el diablo. “¿Por qué tú no? ¿Qué te hace especial a ti? ¿Mejor que de los demás?”, responde su enemigo.

La serie condensa en cuatro capítulos todo el dolor que una persona es capaz de soportar”.

Probablemente, si les preguntamos a los abusones, a aquellos que hacen daño a los demás sin escrúpulos, no sepan respondernos qué les motivó. Como ya señaló en Democresía Stefano Cazzanelli, “Hacer el mal, incluso el mal más terrible, es fácil: basta permanecer tranquilo y evitar cuestionarse. La ausencia de la pregunta no solamente anula la respuesta sino que silencia también aquello que tradicionalmente se ha denominado “voz de la conciencia” y que caracteriza la naturaleza humana”.

El encuentro con el otro es una de las formas de alivio más intensas del que gozamos las personas. Es precisamente lo que le ocurre a Joseph cuando conoce a Dinah (Niamh Algar), otro ser sufrido, aunque oculto tras el caparazón de femme fatale con excelentes dotes para el boxeo. Los dos afrontan el dolor a su manera, uno recurre a la bebida y la otra a la violencia. Entre ambos se forjará uno de los romances más reales de los últimos años de vida de la televisión.

Al final, se pone de manifiesto que el único camino posible contra el mal que les queda a las víctimas es el perdón. Solo el perdón puede hacer libre a Joseph, liberarle de su cruz, y a todos aquellos que hemos sufrido en manos del otro. Perdonar nos hace héroes, pero también más felices.

Escribo sobre empresas y política en Redacción Médica. También escribo columnas y artículos sobre cine y literatura en A la Contra y Democresía. Anteriormente pasé por el diario El Mundo, Radio Internacional, la agencia de comunicación 121PR y el consulado de España en Nueva York. Aprendiz de Humphrey Bogart y Han Solo y padre de dos hijos: 'Cresta, cazadora de cuero y la ausencia de ti' y 'El cine que cambió mi suerte'.

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