Santo y sombra: comentarios sobre The Young Pope

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Para San Agustín el amor comienza con una sonrisa. Verdaderamente, una sonrisa convierte esa tendencia íntima que tenemos los unos hacia los otros en sincera complicidad, en comunión. Sonreír es prescindir de prejuicios, miedo y orgullo. Alguien que sonríe abre las puertas de su espíritu.

El día que prendió la fogata blanca, las estrellas se alinearon de un modo extraño y el cielo se vició de nubes. Doctrina, distancia y firmeza. Condena y contrición sin misericordia. Lenny Belardo dio la espalda al mundo. El cielo ya no era la casa de Dios.

Ante una Iglesia torcida a las demandas de la sociedad materialista y poco comprometida con la fe, el papa joven impone una hoja de ruta hacia atrás, hacia las formas y valores de los días arcanos. Es el fin de la apertura del Concilio Vaticano II y la recuperación de los símbolos y estructuras de la Iglesia medieval.

The young pope es ante todo un estudio de personajes, en particular la historia de un niño. Como huérfano abandonado, Lenny no recibió el primero de los amores, el de una madre y un padre. Enfrascado en esa ausencia su corazón ya no supo crecer. Lenny nunca pudo buscar otro amor y por ello nunca más logró encontrarlo: nunca pudo llamar mamá a la hermana María ni tocar las piernas de aquella chica en Malibú. No encontró amor en sus fieles y nunca pudo mirar a los ojos de Dios. Apartado de todo amor, el joven papa es incapaz de creer.

Ese vacío perpetuo de un corazón infantil, desacompasado dentro del cuerpo de un hombre va generando resentimiento hacia la comunidad, de la que se siente desplazado, incomprendido y ciertamente huérfano. Su salida es una fantasía de poder desde la que mirar por encima al mundo. Todo, desde el inicio de su vida pública parece orquestado para su papabilidad.

Por eso cuando la plaza de San Pedro se ahumó por él, Pío XIII se tomó su revancha con el mundo. Su imagen se oculta celosamente, se desconoce su cara. Anula toda expresión  pública y la interacción con los fieles se resume a misas en latín. Con el ” ausencia es presencia” pretende excitar el interés mediático por el misterio de la Iglesia y a la vez forjar una comunidad de fieles dispuestos a anteponer su fe a todo. Igual que él tuvo que luchar sin éxito por el amor de sus semejantes, ahora ellos tienen que ganarse el amor de Dios en él. Igual que él quedó huérfano de sus padres, ahora es la Humanidad la que se queda huérfana de Dios Padre.

Con todo y sin saberlo, el joven Lenny Belardo es un santo. Un santo caprichoso y ateo, pero puro y obrador de milagros. Sin embargo, las golondrinas no hacen el verano y los milagros no hacen al santo; se necesitan pasta y bemoles para sacar un santo del barro y no sólo  “mera exhibición”. La raíz primera de su luz se encuentra en la ingenuidad.

Voiello, secretario y hombre fuerte del vaticano, es estadista y zafio a tiempo parcial. Un zoon politikón lleno de aristas que encuentra su expiación en los cuidados del pobre Girolamo, un joven con discapacidad mental. En el calvario de este chico Voiello ve su pureza; este espíritu ajeno al mal es también incapaz de ejercerlo. Esta liberación, lejos de ser una tara guarda una gracia inmaculada capaz de salvar al mundo y redimir su alma.

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El joven papa comparte con Girolamo algo de esa ingenuidad. La del corazón congelado de un niño que pide a gritos su amor, unas veces tierno, otras tirano como son los críos. Igual que la de ellos, el alma virginal de Lenny no es buen sustrato para el mal. Pero un alma estéril al mal tampoco puede ser fértil al bien. No es suficiente. La incapacidad del mal no es bondad, y el altruismo sin bondad no es más que vasallaje. 

Establecida su nueva Iglesia, Pío XIII empieza pronto a pagar el precio de sus extremos: el desangelado Vaticano, el desinterés social ante el corazón hueco de la Iglesia y finalmente, la fractura moral a cuenta de la purga de los religiosos homosexuales que culmina con el suicidio de un joven diácono y en última instancia con la muerte de su buen amigo Dussolier.

La muerte de Dussolier viene a recordar al papa que no está por encima de nadie y más aun, que está sujeto a la misma reglas del amor que él ha pretendido extirpar. Esta advertencia le empuja hacia su primera salida de Roma y de sí mismo. Un tímido primer acercamiento en esa visita nocturna a la cabina de vuelo para la prensa, como metáfora de un viaje en el que Lenny ha terminado por entender el precioso poder que posee de aliviar a un mundo que, a cambio, le ha dedicado esa sonrisa que llevaba toda la vida buscando. Siempre esperando caer en los brazos de una Virgen, y ahora comprende que es él quien debe ser La Piedad de los hombres.

Según opina el psicólogo Jordan Peterson sobre nuestro desarrollo arquetípico, es necesaria una conversación con la sombra, el perfil más oscuro de cada uno para saber quienes somos; “sacar los dientes” y domar así la fuerza que nos permita tomar el camino recto.

Este camino hacia la santidad no es la historia de un don, sino la del viaje del héroe. Es poner un pie en lo hondo para enfrentarse a lo incómodo, al monstruo que habita en los ángulos negros del corazón; San Pablo persiguió a los cristianos, San Agustín plagó su juventud de excesos, San Pedro negó tres veces a Jesús. A diferencia de los dioses y su perfección de diseño, los santos son los héroes del alma que encaran a su dragón para imponer la voluntad del bien al instinto del mal. Es por eso que funcionan en el imaginario religioso como ejemplo e inspiración, cuando nos vemos reflejados en sus fallas.

Todos esos rencores, amores, herejías y temor de Dios se revuelven en un caldo de pasiones que hacen la cruz del pobre papa. Su cruz, la cruz que todos llevamos, es un campo de batalla; es clavarse o bajar, entregarse o huir. Es la lucha de luz y tinieblas, San Jorge contra el dragón. Por eso el papa detesta que le hablen de sus milagros; su personaje es más cómodo. Es más fácil ser el tirano y  vivir a espaldas de la vocación aterradora del buen pastor. La orfandad, que es la cruz particular de Lenny es a la vez el origen de sus grandezas y miserias. La que engendró el egoísmo que le llevó a lo más alto y a la vez la ingenuidad de la que brotan tantos milagros. Integrar esa sombra como parte de su luz fue lo que terminó por hacer del niño un hombre.

The young pope está repleto de personajes llevando su cruz: monseñor Gutiérrez afronta el alcoholismo y la claustrofobia para combatir la pederastia, el cardenal Spencer renuncia a sus ambiciones y se humilla para hacer de Lenny un papa mejor. El arzobispo Kurtwell, el ángel caído de esta historia, carga con el estigma de haber sido víctima de abusos y sigue un desarrollo psicológico similar al de Lenny- enfrascado en el rol de niño abusado- pero al contrario que los anteriores, el arzobispo fracasa en su martirio convirtiéndose él mismo en un pederasta y un cacique. Cuando  Kurtwell amenaza con publicar las cartas de amor del papa para dejar al desnudo su debilidad, Lenny lo permite porque ve en ellas una señal de fortaleza. Líneas finas como ésta separan a los ángeles y los demonios.

Lenny no es santo de oficio veinticuatro horas. La santidad no es un título nobiliario ni un billete sin retorno. Es más bien algo que se pelea cada día y que nos nace por pulsos, si es que nos nace, como inadvertidos chispazos de gracia divina. Aunque pueda parecer que los milagros eligen su propio momento para manifestarse sobre Lenny, en realidad sólo surgen cuando él decide abrirse a los otros sin condiciones; el embarazo de Esther, la resurrección de la madre enferma de su amigo o el castigo de Madre Antonia (porque siempre es todo sobre la madre). Nunca obtiene nada para sí en ello. Igual que el canguro que merodea por los jardines del Vaticano, los milagros representan el favor divino que sólo responde a gestos de paz.

Pío XIII concluye: ” Traedme la paz, y yo os traeré a Dios”. La paz es el amor que decapita a la bestia, que derriba los muros y diseca el corazón de par en par -por eso es tan desconcertante- y Dios, el sentido autocontenido de la paz. Por eso un hombre sin fe puede ser un santo, como el San Manuel de Unamuno. Porque por encima de cualquier relato, credo, o apriorismo sobre el bien y el mal, Dios está en los que somos los unos hacia los otros.Y como decimos, todo empieza al sonreír. Dios es una sonrisa.

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