A finales del año pasado, Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, se convirtieron en “los Underwood de Managua”.
Este hecho informativo, de reseñable trascendencia debido al juego de tiranteces democráticas que varias naciones latinoamericanas están sufriendo en sus carnes, pasó, sin embargo, de puntillas por la actualidad internacional ya que aquel mismo día Donald Trump se erigía como el 45º Presidente de los Estados Unidos de América.
Quienes están familiarizados con la actualidad internacional y han seguido de cerca las hazañas de Francis y Claire Underwood en la serie “House of Cards” de Netflix, saben que el titular encierra algunos retazos de verdad peligrosamente velados en los acontecimientos que se han ido desarrollando en los últimos años en Nicaragua.
Sin embargo, en este pseudo-análisis comparativo no olvidamos la perspectiva de la serie de ficción, cuya razón de ser es entretener, y la realidad del día a día que afecta y se entromete en la vida de seis millones de nicaragüenses, donde un 75% de los que acudieron a las urnas en el mes de noviembre decidieron que Daniel y Rosario era lo que querían para su país.
Nicaragua. 25 líneas para ubicarla en el mapa
El país que por lema lleva “En Dios confiamos” podría ser un copia y pega, en lo que a desarrollo político se refiere, de otras naciones de la zona como Cuba, Honduras, El Salvador o República Dominicana. Estos cuatros países, al igual que Nicaragua, vivieron el desarrollo de un gobierno inestable, sufrieron los azotes económicos de la década de los 20 y 30 del siglo pasado, padecieron de dictadura y en algún momento de su historia, contaron con la intervención más o menos directa de los Estados Unidos.
Un breve apunte. Esto último, de una singularidad que muchos se habrán planteado en forma de la siguiente cuestión: “¿Por qué Estados Unidos ha estado en todos los saraos de latinoamerica?”, se remonta a comienzos del siglo XIX, cuando James Monroe, durante su sexto discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión, interpeló a sus colegas a la intervención militar cada vez que Europa y sus monarquías trataran de entrometerse en los asuntos América. Desde entonces, hasta hace dos días como quien dice, tachan los foros y ebullidores de determinado perfil ideológico de un afán casi maniaco el hecho de que Estados Unidos tire cada dos por tres de la Doctrina Monroe para ubicar sus botas, armas y cascos en todas las partes del globo.
Dicho lo cual y en un contexto como el dibujado con anterioridad, surgen dos figuras a comienzos del XX que marcaron la historia de Nicaragua y, como no podía ser de otra manera, la historia de Daniel Ortega, nuestro Underwood de Managua.
Los susodichos: Augusto Cesar Sandino y Anastasio Somoza García. Cara y cruz, cruz y cara de Nicaragua. El primero, el guerrillero que expulsó a los gringos del país. El segundo, quien traicionó al primero, mandó su asesinato y trazó una línea sucesoría de dictadores -con él a la cabeza- hasta la toma de armas del FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) y el comienzo de la guerra civil que terminaría con el ascenso al poder, de forma democrática, de Daniel Ortega en 1985.
Y de ahora en adelante nos fundimos con el realismo mágico.
El uno para el otro
Desde aquel momento hasta hoy, Daniel Ortega y Rosario Murillo han formado un tandem que sobrepasa el tálamo nupcial. En cuatro ocasiones han desempacado las maletas en la Casa Naranja, a pesar de lo explícito del artículo 147 de la constitución nicaragüense, que limita la presidencia a un máximo de dos mandatos no consecutivos. Un contorsionismo constitucional donde poco ha podido hacer la oposición, envuelta en una vertiginosa espiral de silencio mientras portadas y puños en alto corren a cargo de los Ortega Murillo.
Similar proceso, vivido de manera intensa y penosa en la última temporada de House of Cards, traza el primer paralelismo arriesgado entre unos y otros. En los Ortega y los Underwood. Del lecho matrimonial a ser compañeros de formula y regir un país desde el salón de casa.
Yeso para Atenea. Espinas hasta la cima
Durante ese proceso, al más puro estilo de Claire Underwood, Rosario Murillo ha ido escalando puestos hasta convertirse, por ley, en la segunda persona más relevante de Nicaragua.
La primera dama del país caribeño es vicepresidenta de la república y los hijos del matrimonio están a cargo, según informa Emili J. Blasco, corresponsal de ABC en la zona, de importantes empresas con vínculos estatales.
Los Underwood decidieron no tener hijos. Pero eso no les eximió de mover a sus peones, a los que trataban con venenosa fraternidad (veáse a Zoe Barnes, Peter Russo, Doug Stamper o Edward Meechum) al son de su conveniencia para ubicarlos en el mapa de sus intereses con un único objetivo: tomar la Casa Blanca.
El camino de los dos matrimonios, en cualquier caso, no ha sido ni mucho menos sencillo. No fue una herencia propia de los shahs de Persia.
Guerra civil, convertir el comunismo en socialismo y después en populismo, una década en la oposición…
Daniel Ortega tuvo que desenfundar las armas para luchar contra lo que creía que era injusto para asentar su idea de lo que es “justo”.
Cerca de 40 años de batalla con mortero y votos por convertir Nicaragua en un país maleable, repleto de árboles de luz. De esfuerzos y sacrificios (cada cual que sorba la ironía como quiera) para ubicarla como la vigésima potencia económica de Latinoamérica a un país cuyo PIB per capita ronda los 2000 € al año.
Cuatro temporadas de baile frenético de empellones a propios y ajenos son los que llevan Kevin Spacey y Robin Wright, encarnando a este matrimonio maléfico de los Underwood.
Entre medias; un reguero de sangre, puñaladas traperas, un presidente destituido, un par de cadáveres mal enterrados y todo por un sueño que una vez alcanzado, muestra su fiereza e ímpetu despiadado con los que moran la casa más famosa del mundo.
Esta serie política -entretenida y desgarradora- se va enredando de manera brillante, casi como la vida misma, para que aquellos que en la primera temporada mostraban su sintonía, su buen hacer, su apoyo permanente para la consecución de sus objetivos personales y políticos; queden retratados en las últimas dos temporadas como dos tiranos consumados, atrapados a navajazo limpio en el despacho oval.
El telón oscuro de la “Liberación Nacional”
Creo poco probable que existan dos conceptos más reinterpretados y retorcidos, según quién los quiera acaparar, como lo son “libertad” y “nación”.
Daniel Ortega cogió las armas bajo el apellido de la liberación nacional, de devolver el poder al pueblo. Y para ello se alistó a un movimiento de guerrilla en los años 60.
Frank Underwood tuvo que sacar las suyas para luchar para imponer su idea de justicia. Y para ello se convirtió en el forajido de Washington.
Las dos figuras han hecho de los dos conceptos sus baluartes en momentos críticos, de profunda duda y división social e internacional sobre sus mandatos.
Underwood, con la sombra de su conciencia hecha relato periodístico pisándole los talones y forzándole, con el beneplácito de la fría Claire, a llevar al país a la guerra.
Ortega, con el legado armamentístico que le alzó a las urnas, sobreviviendo al ocaso del populismo caribeño con un discurso de moderación, reminiscencias pseudo-católicas, consejos de la poetísa Murillo y guiños a la miseria de Venezuela con el objetivo de disimular la realidad nicaragüense.
Mató contra Somoza por perpetuarse en el poder, él y su familia, durante 37 años. Daniel Ortega y Rosario Murillo van camino de los 20 años al frente del gobierno y no hay visos de cambio para el futuro.
Descifraba Kapuscinski en su obra “La Guerra del Fútbol”, el conjunto de ensayos periodísticos que narran los hechos del mundo desde los 60 a los 80, el enigma de América.
“Es el barroco el que rige todos los ámbitos de la vida del continente. Se trata de un barroco entendido no solo como un estilo de crear y de pensar sino también como la superabundancia y un eclecticismo generalizados. Allí, todo se presenta en cantidades desmesuradas, en una profusión exagerada, como si las cosas quisieran imponérsenos, conmocionarnos y aplastarnos. […] Allí están todas las orientaciones ideológicas, posibles e imposibles, y toda clase de partidos políticos. El exceso de riqueza y el exceso de miseria. […] Aquí lo real está mezclado con lo fantástico, la verdad con el mito y el realismo con la retórica”.
Otra de las series más aclamadas de Netflix, “Narcos”, ubicado en el mismo continente, abre su primera temporada con una referencia intuida por Kapuscinski.
“El realismo mágico se define como un entorno realista y detallado que se invade por algo tan extraño que resulta increíble”.
Quedan pocos meses para el estreno de la quinta temporada de House of Cards.
Y quedan cinco años para que Daniel Ortega y Rosario Murillo lleven a cabo su política conyugal.
En qué quedará y qué decidirá el pueblo de Nicaragua en 2021 entra dentro del juego de lo especulativo. Lo que es cierto y podemos concluir es que hay tintes y argumentos para decir que la política de esta nación ha sido sobrepasada por “un algo tan extraño que resulta increíble”. Un algo que ha terminado por convertir la realidad en una extraordinaria ficción.