“El Proceso garantiza que sólo los mejores disfrutarán de Mar Alto.
Pase lo que pase, tendréis lo que os merecéis”.
Hace exactamente un mes, Netflix estrenó una de las propuestas más estimulantes del panorama seriéfilo actual. En la estela de influyentes sagas distópicas como Los juegos del hambre o El corredor del laberinto, 3% plantea una aventura de trasfondo socio-político dirigida al público juvenil.
¿Qué tiene de diferente? Aparte de tratarse de un fenómeno (cuasi)-inédito en la producción y distribución internacional de series, 3% se atreve a poner en tela de juicio uno de los mayores mantras de la política actual: el mérito. Pero la serie no sólo ofrece una excelente distopía de la meritocracia, también tiene una estética minimalista de lo más evocadora y uno de los villanos más complejos y virtuosos de los últimos tiempos.
La sacralización del mérito
Mientras Los juegos del hambre fabulaba con la mediatizacion y espectacularización de la violencia como base de una utopía, la sociedad perfecta de 3% se fundamenta en el mérito. Aquí reside uno de sus atractivos principales: el diferencial distópico. A priori, ¿quién podría rebatir la idoneidad de un diseño social basado en el mérito? ¿Quién podría advertir peligro alguno en un sistema meritocrático? Todo depende de cómo se mida dicho mérito.
En 3%, el pilar de esta meritocracia es el Proceso: una serie de pruebas que los habitantes del Continente, una tierra subdesarrollada y desesperanzada, deben superar si quieren ser admitidos en Mar Alto, una isla idílica en la que desde hace un siglo no se ha cometido un solo crimen. Las reglas del Proceso dictaminan quién merece formar parte de ese meritorio 3% de la población mundial.
Estas pruebas consisten no sólo en exámenes de habilidad y de ingenio, sino en experimentos sociales para testar la moralidad y ética de grupo de los candidatos. En este último apartado, el Proceso tiende a convertirse en una pesadilla que incita a los jóvenes participantes a demostrar que están dispuestos a renunciar a cualquier cosa para merecer pasar a la siguiente ronda.
En este sentido, aunque la sociedad de 3% no profesa religión alguna, el Proceso juega un rol purificador y estructurador de carácter sagrado. La paz y prosperidad de Mar Alto dependen, efectivamente, de un riguroso culto al Proceso.
A pesar de que nunca vemos Mar Alto, la perspectiva esperanzada de los participantes mantiene la tensión dramática de modo que el interés por la historia jamás decae. De hecho, los propios candidatos jamás han visto Mar Alto; las proporciones míticas que adquiere el lugar para ellos son las mismas que para el espectador.
De lo local a lo global: una distopía brasileña y universal
En un primer plano más evidente y superficial, 3% remite a la enorme desigualdad económico-social que caracteriza a Brasil (y a otros países americanos). El aspecto de las cochambrosas viviendas del Continente recuerda inequívocamente a las chabolas de las favelas. El elitismo porcentual de los habitantes de la isla conocida como Mar Alto también podría considerarse un equivalente de las urbanizaciones y barrios de lujo que son como oasis de seguridad en Rio y Sao Paulo.
Sin embargo, más allá de la denuncia social, 3% plantea el dilema distópico por excelencia entre perfección y humanidad. El objetivo último del Proceso, eliminar los defectos (o más bien excluir a los ciudadanos defectuosos de la sociedad), implica también eliminar lo humano. Y no sólo en sentido social o ético, sino incluso en el biológico-reproductivo. Eliminar la posibilidad del mal y por lo tanto garantizar la ausencia de pecado, en definitiva.
Netflix y el producto de habla no inglesa: un fenómeno audiovisual
En el apartado exclusivamente audiovisual, 3% supone un fenómeno relativamente inédito en la distribución mundial de series, con permiso de Club de Cuervos (la comedia futbolera mexicana distribuida por Netflix). 3% es un producto 100% no anglosajón (producción brasileña, idioma portugués), con el mismo alcance y exposición que el resto de producciones en inglés. Un nuevo hito de Netflix en el modo de consumo de la ficción audiovisual moderno, sobre todo si tenemos en cuenta la excelente factura técnica de la serie, que no tiene nada que envidiar a las grandes industrias estadounidense e inglesa y que reivindica con fuerza las posibilidades del mercado iberoamericano.
A pesar de desarrollarse prácticamente en una única localización y de no ser una serie de acción y aventura, como podría esperarse de un producto juvenil de ciencia-ficción, 3% puede presumir de un acabado visual minimalista muy logrado. La evidente escasez de medios queda compensada por una gran eficacia en el empleo de los recursos; el look depurado evoca perfectamente el carácter higiénico y purificador tan característico de un régimen utópico como el de Mar Alto.
Ezequiel, profeta y renegado
El motivo definitivo para zambullirse en el laberinto de 3% es Ezequiel, el malo de la serie. Como jefe y director del Proceso, su condición de pope del régimen de Mar Alto le hace parecer frío y despiadado en un primer momento. Sin embargo, a medida que los capítulos avanzan, se va revelando su lado más herético.
Gracias a una concepción nada maniquea de su rol de villano, Ezequiel se convierte en un personaje honesto y virtuoso en su ejercicio del mal. Al llevar al extremo su pretensión de conseguir un mundo mejor, sufre en sus propias carnes las consecuencias de la renuncia a lo humano que exige la utopía meritocrática.
Ezequiel asume para sí mismo las restricciones y pesares que impone a los candidatos. Por ello vive desgarrado en la permanente contradicción entre su naturaleza humana y la depurada utopía de la cual él es un pilar fundamental. Su tormento, tan coherente con su misión, resulta conmovedor. Agua, el capítulo 5, dedicado a él exclusiva, es lo más brillante de 3%, un entretenimiento notable de hondo calado ético y político.