La fina línea entre la libertad de expresión y lo políticamente correcto es la que marca, en estos últimos tiempos, el ritmo de los telediarios y de los tuits. Esta cortina de humo esconde la realidad de las chapuzas que se vienen haciendo en España desde hace algunos años. Aparcan toda la curiosidad del público y hacen que centremos toda nuestra atención en estos asuntos aparentemente intrascendentes que, al final, se convierten en la bola de cristal que nuestros gobernantes y periodistas guardan en sus escritorios cuando no saben cómo controlarnos.
Estos temas, guían el día a día de nuestro presente y del futuro de nuestros hijos. Y el código moral y/o ético que se aplica sobre estas cuestiones da tantos giros y vueltas como los que podemos observar en lo que se refiere a la meteorología de un día cualquiera en la bonita ciudad de Liverpool. Dependiendo de si llueve o no, de si ha salido el sol o no ha salido, escoges un abrigo u otro. Pues eso mismo ocurre con los asuntos que marcan el ritmo de España. Parece ser que su resolución también está en manos de cómo amanezca el día.


El humor y la libertad de expresión existen para reírse de los dogmas sagrados, pero no para hacer burla sobre cosas serias; como las mujeres de algunos políticos, de algunas políticas, de monjas o de diputadas. Bueno, creo que para las monjas sí que se contempla, dentro del manto de lo políticamente correcto, el derecho a dibujar una carcajada y reírse.
Esto me recuerda a un poema que se escribió en 1933 en San Petersburgo, que tenía como protagonista a un hombre rollizo y algo narcisista, al que no le sentó nada bien la manera en la que ciertas de sus extremidades eran descritas en dicho poema: “Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos”. Por capricho del destino o, más bien, deseos de su señoría -descrita en el poema como “montañés del Kremlin”-, se ordenó ahogar la existencia del autor de estos versos aparentemente libres y satíricos.
Esto ocurre ya que el poema no es del agrado del montañés del Kremlin, porque le molesta. Estas molestias, que son castigadas utilizando una vara de medir diferente en cada caso, recuerda en cierto modo a lo que ocurre en el presente. Estos versos son reflejo de una persona con un humor punzante, que no puede encuadrarse dentro de lo políticamente correcto y que, para su desgracia, aquel día amaneció el cielo con un denso manto de grises nubes, y ya desde primera hora soltaban goterones y truenos.
Por lo que la bola de cristal dictó sentencia de muerte para el autor de un poema que tenía como protagonista a su camarada Stalin. Hoy en día, no hay fusilamientos o campos de concentración, gracias Dios, sino que nuestro castigo es la etiqueta de la sociedad como personal inmoral y, cómo no, el pago, a su señoría, de nuestro bien más preciado, el dinero.
Epigrama contra Stalin
“Vivimos insensibles al suelo bajo nuestros pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen.
Pero cuando a medias a hablar nos atrevemos
al montañés del Kremlin siempre mencionamos.
Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos,
como pesas certeras las palabras de su boca caen.
Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha
y relucen brillantes las cañas de sus botas.
Una chusma de jefes de cuello blanco lo rodea,
infrahombres con los que se divierte y juega.
Uno silba, otro maúlla, otro gime,
solo él parlotea y dictamina.
Forja ukase tras ukase como herraduras
a uno en la ingle golpea, a otro en la frente,
en el ojo, en la ceja,
Y cada ejecución es un bendito don
que regocija en el pecho del Osseta.”
Ósip Mandelstam, noviembre 1933.
Si quieres leer el poema De monjas a diputadas que durante estos días ha desatado la polémica, puedes hacerlo aquí.

