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rebétiko

Si te gusta el flamenco, te encantará el rebétiko

En Democultura/Música por

El lector debe prepararse para un viaje a tabernas atestadas de humo y antros sórdidos llenos de marineros y presidiarios. Unos y otros tienen su música. Aquéllos cantan los amores perdidos y la nostalgia de los puertos del Mediterráneo y el Mar Negro. Éstos lloran la prisión, la soledad y lo perdido. Unos y otros frecuentan los cafés llamados amán –una palabra árabe-persa que significa “pena”– y locales de mala fama. Allí se canta, se fuman pipas de agua y acuden personas de dudosa reputación por no decir francamente desacreditadas.

Desde Esmirna hasta Estambul, el alcohol, el hachís y la nostalgia van a dar a luz una música bellísima y clandestina: el rebétiko -o rembetika- un término que aparece por primera vez en el Glosarium Graeco-barbarum (Leyden, 1614) para designar a vagabundos, maleantes y balas perdidas: los “rebetes”.

Quizás este género musical que nos recuerda al klezmer, al flamenco y al tango hubiese caído en el olvido de no haber sido por la trágica historia del Asia Menor. En 1922, al final de la Guerra de Independencia Turca (1919-1923), los griegos que vivían en el Imperio Otomano y los turcos que vivían en Grecia fueron expulsados en un proceso de intercambios forzados. Solo unos pocos pudieron quedarse en su tierra. Así terminaba una presencia griega a lo largo de la costa turca que contaba con más de veinte siglos de antigüedad. Su recuerdo permaneció en la música “demótica” o popular.

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El desarraigo, la tristeza y la desesperación de los expulsados –que debían establecerse ahora en las ciudades griegas que les resultaban por completo desconocidas– encontraron en esta música un cauce de expresión propicio. La pobreza y la marginalidad hicieron el resto.

Todos tenían una casa perdida, un barrio añorado, una ciudad lejana. Esta música urbana de puertos y casas de mala fama dará testimonio de un mundo desaparecido. El Pireo y Salónica será para el rebétiko como la Baja Andalucía para el flamenco. Allí donde lleguen estos desheredados, surgirán estilos y formas musicales peculiares y necesarias para preservar la memoria, que es lo único que les queda.

Mi rebétiko favorito es Ta ziliarika sou matia (ver el vídeo de abajo), que grabó por primera vez Markos Vamvakaris y ahora siguen interpretando, por ejemplo, Glykería y Alcinoo Ioannides. Su ritmo repetitivo de percusión y cuerda nos acerca a la mística de los sufíes mevlevíes –los llamados “derviches giróvagos”– y su título evoca los ojos de quien se ama:

Tus ojos celosos me vuelven loco/y me han hecho su esclavo/ languidezco y me derrito como una vela/ me torturas porque no me amas”.

La percusión del toumbeleki y la cuerda del buzuki crean una atmósfera de misterio y memoria. Si Gregorio Marañón tenía razón al relacionar el cante jondo con el arte del Greco, no debería sorprendernos la cercanía de este canto con el flamenco. Sin embargo, el rebétiko puede ser colectivo y hasta coral. Una voz principal suena acompañada de otras de fondo. Las penas se comparten para sobrellevarlas. Tía Anica la Piriñaca dijo: “Cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”. Creo que Vamvakaris hubiese comprendido estas palabras.

Como los negros espirituales y las baladas irlandesas de la Gran Hambruna, el rebétiko nos muestra esa necesidad existencial de la música para atravesar el desierto. Tal vez por eso, por esa llama de libertad y rebeldía que late en el fondo de sus letras que recuerdan a la madre, el dolor y el amor perdido, los dictadores han intentado acabar con el rebétiko como si fuese una amenaza al orden, la disciplina y la obediencia.

En un tiempo que rehúye la muerte, la soledad y el sufrimiento, el rebétiko nos recuerda que la Historia puede ser terrible y que, como decía Homero en el canto VIII de la Odisea por boca del rey Alcinoo, “los dioses tejen desgracias y matanzas para que a las generaciones de los hombres no les falte qué cantar”.

David Prudhomme dedicó un cómic (Rebetiko) a un grupo de estos músicos enfrentados a la dictadura de Metaxas y a las convenciones de los años 30 en Grecia. Los dibuja con corbata, traje, sobrero y sin un chavo. Son pobres, pero dignos como los tangueros del arrabal y los “bluesmen” errantes. Uno imagina a aquellos hombres y aquellas mujeres desterrados, sumidos en la marginalidad y la desesperación y creando una música bellísima. Quizás encontraban en ella la forma de expulsar los demonios de sus vidas y atravesar acompañados el desierto de la Historia.

Quizás por eso nos gusta tanto.

  1. S. He creado una pequeña lista de rebetiko en Spotify por si alguien se anima a escuchar algo nuevo. Está aquí.
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