El martes nos despertamos sabiendo que Pau Donés, el cantante de Jarabe de Palo, había fallecido a los 53 años de cáncer.
Viendo Twitter y dándole una vuelta al suceso, definitivamente la hora de recogida nunca es la prevista.
Quizá, el final de las fiestas, de las celebraciones poscuarentena, tengan algo de anticipo de nuestro propio final: tarde y con la sensación de algún quehacer insulso -tótem de la travesía- pendiente de conclusión.
Mientras escribo estas líneas cantan los gorriones, se escucha el rumor incesante de la carretera de El Escorial y una nube benévola me ha cubierto el brazo derecho, que ya estaba tostándose al mismo tiempo que se calentaba el teclado de plástico.
La vida sigue su curso sin guardar ni un instante de luto.
Sea por ignorancia, sea por dinámica. Nadie salvo los allegados y los que vivieron con intensidad los veranos sucesivos al 96, cuando “La flaca” hizo voltear a toda una generación la mirada ante cada niña mona que paseaba por el paseo marítimo con un calipo en la mano.
Las canciones ponen ritmo y letra a momentos de nuestra vida. Nos ahorran el tener que verbalizar nuestros sentimientos, el tener que ponerle acordes a nuestros dramas y alegrías.
Ahora que todo depende, depende de tanto que parece que ni el préstamo de vida que te han concedido puedas canjearlo por nada sustancial, pienso en las palabras del doctor Cavadas: somos carbono a devolver. Y las cartas están sobre la mesa. Todo depende de las manos que queramos jugar.
Lo de respirar, aunque parece jugada fácil, sigue siendo un reto mayúsculo el aprender a manejarlo.
Por eso, respiremos. La vida está hecha para ser vivida con intensidad. Pasemos, Dios mediante, por ella sin miedo.