Una tierra vista como trágica o mágica, cuna de leyendas históricas aún por descubrir (en su Diccionario Jázaro para Milorad Pavić), reducto de las últimas tradiciones auténticas o de los seculares odios étnicos (en Un puente sobre el rio Drina de Ivo Andrić), de pueblos mezclados o convertidos (en La Boda de Medo Smailagić de Avdo Međedović), de hombres siempre en lucha por su libertad (en Stanoje Glavas de Georgije “Đura” Jakšić) o de un paisaje casi idílico para ojos foráneos (en De la Montaña y bajo la Montaña de Petar Kocić).
Los Balcanes, región donde se produjo la penúltima gran guerra europea, entre 1991 y 1995; el combate fratricida entre los pueblos que años antes formaban la extinta Yugoslavia. Los Balcanes, región durante siglos peculiar o atrasada al mantenerse alejada del progreso occidental ante la ocupación de la misma por la llamada Sublime Puerta, el Imperio Otomano, ya que hasta mediados del siglo XIX no comenzaron a independizarse del poder turco naciones como los serbios, los búlgaros o los griegos. Un lugar, como tantos otros, plural étnica y culturalmente, mezclado en sus pueblos y matrimonios, guardián de viejas leyendas e identidades, en una orografía montañosa de valles durante años casi inaccesibles y de pueblos forjados en la resistencia ante invasores, y en una historia capaz de la mayor de las armonías y de los odios más viscerales.


Y sobre ella compuso su obra Goran Bregović (Горан Бреговић), el modernizador de la música balcánica, superando divisiones, recuperando tradiciones; difundiendo su lenguaje musical como herencia compartida y como idioma común, entre la influencia de la modernización sonora y los ancestros culturales, entre la influencia occidental y los ritmos de oriente. La música se demostraba su función como lenguaje artístico, cultural, social… humano, con sentidos y significados a veces muy particulares (y personales) y en numerosas ocasiones universalmente difundidos (para concienciar o para adoctrinar); un medio, en suma, de expresión individual y colectiva para dar a conocer lo que soñamos o hacer que los demás sueñen lo que deben, ya que para Aldous Huxley “la música expresa lo inexpresable” a primera vista.
De padre croata y madre serbia, Bregović nació en la plurinacional y cosmopolita ciudad bosnia de Sarajevo en 1950. De pequeño quiso estudiar violín en la escuela de música de la ciudad, pero no fue admitido por ser considerado poco apto para la música. Tras ser abandonado por su madre con unos familiares, comenzó a buscarse la vida en plena adolescencia y a tocar en la banda juvenil Kodeksi tras llamar la atención en su instituto por sus primeras actuaciones donde fundía el rock moderno y la música tradicional. Tras varios experimentos musicales y entrar en la universidad para estudiar sociología y filosofía, participó como guitarrista en la mítica banda yugoslava de rock Bijelo Dugme, influida por Led Zeppelin o Black Sabbath, y con antiguos compañeros de andanzas musicales como Željko Bebek, Ipe Ivandić, Vlado Pravdić o Zoran Redzic.
Bregović fue el único miembro permanente y el compositor destacado de un grupo con canciones míticas en la Yugoslavia comunista, como Pjesma Mom Mladjem Bratu, Tramvaj Krece, A Koliko si ih imala do sad, Selma, Evo zaklecu se, Hajdemo u planine o Bitanga i Princeza. Tras años de éxitos y polémicas (tanto con el gobierno yugoslavo por sus primeras letras consideradas prooccidentales, como por sus últimos conciertos y vídeos considerados por los crecientes nacionalistas como proyugoslavos) en 1989 se puso fin a esta experiencia, y Bregović continuó su carrera en solitario como compositor desde París.
Poniendo música al cine
En plena desaparición del proyecto yugoslavo-comunista del viejo Mariscal Tito, Bregović realizó sus primeras composiciones para el cine, primer colaborando en la música de la película Kuduz de Abdulah Sidran y Ademir Kenović, y posteriormente trabajando con su amigo cineasta Emir Nemanja Kusturica, poniendo banda sonora a sus películas El tiempo de los gitanos (1989), con la inmortal canción vocal Erdelezi, nombre de la fiesta de la primavera de los gitanos albano-yugoslavos (sobre la base del Djurdjevan serbio); Arizona Dream (1993) con la recordada In the death car con Iggy Pop, donde volvía a mezclar los ritmos eslavos con el pop rock norteamericano; la polémica y galardonada Underground (1995), donde deslumbró al mundo aunando la composición más clásica y trágica de Tango y la llamativa y festiva música de la viejas bandas pueblerinas de metales de bodas y funerales en la frenética Mesecina; y años más tarde ayudó en la composición de la genial banda sonora de Gato Negro, Gato Blanco (1998), interpretada por la renacida banda de Kusturica, The no Smoking Orchestra.
Asimismo participó en la música de diferentes películas como Toxic Affair de Philomène Esposito, o el elegante film La Reina Margot (1994) de Patrice Chéreau, presidida por el maravilloso tema Elo hi interpretado por la cantante hebrea Ofra Haza.
Aprovechando el éxito mundial de su música peculiar, con ritmos muy fuertes y atractivos, creó su propia Banda de Bodas y funerales (Wedding and Funeral Band), comenzando a colaborar con el músico turco Sezen Aksu y el griego Georges Dalaras, y con la cantante polaca Kayah o la portuguesa Cesaria Evora, publicando en 2002 el disco Tales and Songs from Weddings and Funerals. Con la famosa canción Kalashnikov enardeciendo al público, entre las trompetas cíngaras y la cultura mafiosa, Bregović recorrió con su banda el mundo durante dos décadas, representando la diversidad de su tierra con el idioma que consideraba universal: “yo hablo el primer lenguaje del mundo, el único que entienden todos: la música” señalaba.


Sus últimas creaciones se centraron en recuperar el legado musical del mundo gitano balcánico, de gran acogida por sus ritmos festivos y su libertad conceptual: Karmen with a happy end (2007) con la famosa canción Gas Gas, Alkohol (2009), Erdelezi x Four (2012) y Champagne for Gypsies (2013).
Lenguaje musical y etnográfico propio de una región orgullosa de sus sonidos identitarios, pero con raíces otomanas y bizantinas que suenan muy parecidas, y con influencias austriacas y húngaras no siempre declaradas.
Entre cientos de grupos regionales (de Eslovenia en el norte a Grecia en el sur) encontramos creadores serbios de “etnomúsica” como Balkanika, Balkanopolis, Belo Platno, Julin Ban, Slobodan Trkulja o Teodulija; de folklore musical popular como Šaban Bajramović, Lepa Lukić, Olivera Katarina, Mirko Kodić o Ljubiša Pavković; nuevos compositores de pop-folk como Miroslav Ilić, Mile Kitić y la superconocida banda Južni Vetar; del muy singular y muy masivo turbo-folk serbio con sus divas y divos, como Svetlana “Ceca” Raznatović, Aleksander Vuksanović o Jelena Karleuša (a veces asociado al nacionalismo panserbio o al crimen organizado, y no siempre similar al Manele rumano de grupos como Taraf de Haïdouks y Fanfare Ciocarlia, o la Chalga búlgara de cantantes como Sofi Marinova o bandas como Glorija); a grupos balcánicos romaníes internacionalmente conocidos como Mahala Rai Banda, Kal, Kocani Orkestar o Shantel; y sobre todo numerosos géneros eslavos compartidos de verdad pero considerados propiamente nacionales: el cocek búlgaro-macedonio, la kapla croata, el sevdalinka bosnio, la starogradska yugoslava, la tamburizta serbocroata (y húngara), o la paradigmática danza kola serbia (llamada Horo en Bulgaria y utilizada por el compositor Antonín Dvořák).
Goran Bregović resumirá la pluralidad de este lenguaje en su obra magna El Silencio de los Balcanes (abajo), composición realizada para la celebración en Tesalónica de su capitalidad cultural europea en 1997. En ella recogió magistralmente todos los estilos y ritmos musicales balcánicos, en sus dramas y en sus fiestas, en sus miedos y en sus esperanzas: siguiendo la marcha, y la metáfora, de un tren que parte de Munich y recorre los Balcanes, construye en cuatro actos (sus cuatros “silencios”) un universo musical con decenas de músicos y bailarines griegos, cuatro voces femeninas eslavas, un grupo polifónico albanés y diferentes músicos exyugoslavos (como el propio Bregović o Zdravko Čolić). Músicos que recorren el camino, con boda incluida, desde esa canción indescriptible llamada Babylon (la diversidad humana desde la tribu) a la casi infantil Mocking Song, culminada con el llamamiento por la paz de tres niños huérfanos de Bosnia (un serbio, un croata y un musulmán). Un silencio siempre roto, para Bregović, por el lenguaje musical de un pueblo, para bailar, para pensar, para recordar.

