¿Puedo afirmar que te conocía? Vale, puede que no conociera tu discografía completa, como sí conozco la de los Beatles, pero te escuché durante horas en tus mejores canciones. Incluso te fui a ver a la plaza de toros de Palma de Mallorca, donde los Cranberries disteis un maravilloso concierto el 31 de julio de 2010. Fui feliz viéndote en vivo, con tu pelo corto y tu ropa colorida, moviendo los brazos de un lado a otro.
Lo he dicho en privado cuando ha venido a cuento, y lo escribo ahora en público: eras mi voz preferida del mundo. Y eso tiene mucho mérito, pues ahora mismo hay unas 7.200 millones de voces en el planeta, casi siempre pugnando por imponerse unas sobre las otras. Ninguna voz, cantante profesional o no, me gusta más que la tuya, ni la de Andrea Corr entre todas las mujeres ni la de John Lennon entre todos los hombres. Si tuviera que elegir una, me quedaba con la tuya.
La primera vez que te escuché, consciente de que eras tú, sería por 1999, cuando sacasteis el disco Bury the hatchet (Entierra el hacha). Dos de sus canciones sonaban a todas horas por aquellos días, alegrando el aire: Animal instinct y Just my imagination. Muchas veces me he preguntado cuál de las dos me gusta más, en vano. Aún hoy, mientras escribo esto, no tengo una respuesta a esta pregunta. Eran canciones frescas, genuinas, alegres y algo tristes a la vez, como la vida misma. Quizá el secreto de su éxito es que se parecían a la vida, en su mejor versión.
Luego conocí lo mejor de vuestro repertorio gracias a Stars (2002): Dreams, una canción con la que, pensé, no me importaría despertarme cada mañana. Una canción a la altura, más que de sobra, de su título, donde pasabas del susurro a esos gorjeos que parecían venir del más allá. Linger, suave como la seda, dulcísima. La célebre Zombie, en la que vaciaste el torrente de tu voz, con una variedad increíble de inflexiones. Ode to my family, tan tierna que deja al borde de las lágrimas. When you’re gone, otra que tal baila, preciosa. Y Promises, quizá mi favorita, donde la autoridad, la firmeza y el tono de amenaza de tu voz aún me deja un nudo en la garganta cada vez que la oigo. La furia en su máxima belleza.
¿Y cuántas veces escuché Don’t analyse, don’t analyse durante un viaje en autobús, ida y vuelta, de Madrid a París? El resto del disco no me gustaba apenas, pero creo que solo por ese tema mereció la pena que fuera uno de los pocos CDs seleccionados para el viaje, cuando aún se utilizaba el discman.
Tú irlandesa, yo español. Tú casi 14 años mayor que yo. Y aquí me tienes a punto de las lágrimas, cuando me he enterado de que has fallecido a los 46.
Yo no conocía nada de tu vida, de tu historia, de tus alegrías ni de tus sufrimientos, más que por tu voz y por tus canciones. Pero eso me basta: he descubierto que se puede estar enamorado de una voz, que al fin y al cabo es el medio más directo para expresar una personalidad, un espíritu.
Me acompañaste en aquellos años de adolescencia, que no siempre son fáciles y a veces son muy difíciles. Para mí fuiste y eres una figura querida, entrañable, inspiradora. Y por todo ello te estoy agradecido, así como por haber dejado grabada tu voz, con lo que puedo seguir descubriéndola en canciones que aún no conozco y volviendo a ella hasta el fin de mis días. Un placer haberte conocido. Hasta siempre, Dolores. Descansa en paz.