Se cumplen 178 años del nacimiento de uno de los grandes paradigmas del arte moderno, alma del impresionismo, referente para el arte abstracto posterior. Oscar-Claude Monet nació tal día como hoy hace 178 años y a diferencia de lo que podríamos figurarnos, su vida dedicada al arte no fue nada fácil.
Monet comenzó su andadura en el mundo del arte como un pintor figurativo realista realizando sus primeros encargos de caricaturas que vendía en el pueblo a 20 francos. Fue progresando en su andadura en la pintura, estudiando en el atelier de Monginot y en la Academiza Suiza, realizando retratos y bodegones de realismo pictórico que llegó a exponer en el Salón de París.


El éxito parece relativamente sencillo cuando te mantienes dentro de los cánones de lo aceptado y lo aplaudido. Sin embargo, a Monet le dio por llevar la contraria a lo establecido y desviarse del gusto de la época. Esto y el arrejuntamiento con compañías igualmente poco tradicionales dio lugar al surgimiento de un movimiento que cambió para siempre el curso del arte.
Esta decisión de estilo le costó que empeorase su economía y viviera en la incertidumbre durante largos años-particularidad con la que aprenden a convivir los grandes genios que perseveran en su vocación-. Las decisiones del corazón no dependen del exterior, ni de lo políticamente correcto, se toman por la fuerza de la voluntad de lo que uno cree correcto, y entonces se juega todo a una sola carta. Monet era así y, aunque su estilo fue evolucionando con los años, nunca perdió su esencia.
Su situación económica se mantuvo en la más absoluta precariedad hasta 1890. En aquel entonces el impresionismo ya había comenzado a ser aceptado e incluso admirado, y es que todas las revoluciones llegan antes de tiempo y se cuecen despacio para poco a poco convertirse también en estables e incluso precursoras de nuevas revoluciones.
La influencia que Monet ejerció en artistas posteriores fue tal que en 1947 Marc Chagall dijo: «Monet es para mí el Miguel Ángel de nuestra época».
No se quedó corto André Masson cuando en 1952 expresó que para él los grandes óleos de nenúfares de Monet eran «la capilla Sixtina del impresionismo».
El interés por Monet incrementó en la posguerra cuando se impuso el antirracionalismo y el gesto y el color se volvieron dominantes, despreciando la figura. La progresiva simplificación de lo visto en impresiones de color más que en formas delimitadas y definidas fue llevando progresivamente hacia la abstracción, siendo fuente de inspiración para artistas abstractos y expresionistas posteriores como Kandinsky o Giacometti.
Fue también en 1890 cuando Monet comenzó las series deluz, algo realmente característico y que introdujo como novedad en el campo artístico: pintar un mismo motivo en varios momentos diferentes del día, observando la diferencia de luz y variación del color. Una suerte de experimentación empírica de la visión y la emoción ante lo observado.


Impresionismo: los colores que cambiaron la historia del arte
Si volvemos a los orígenes veremos que el término impresionismo se comenzó a acuñar a raíz de una de las primeras obras de Monet de este estilo titulada Impresión, sol naciente (1872) expuesta en el Salon des Refusés formado por aquellos artistas rechazados por la sociedad, que no entraban en los cánones de la moda.
El impresionismo se basa en las impresiones subjetivas de color que se perciben dependiendo de la luz incidida en el motivo. La importancia deja de estar en el objeto para quedar solamente en el instante de luz observado, como pregnancias que quedan en la memoria, fragmentos de recuerdos de un momento vivido del cual no se recuerdan con exactitud las líneas y figuras concretas, pero se mantiene fresco en la memoria el movimiento de las hojas, la manera en que la luz se reflejaba en ellas, los colores percibidos y la sensación experimentada.
La representación se convierte en algo del todo subjetivo por parte del artista y por primera vez añade el punto de vista de la emoción personal, que refleja la relación que mantiene con lo que ve, cómo lo ve y cómo lo siente, como bien explicaba Monet: “El motivo es para mí del todo secundario; lo que quiero representar es lo que existe entre el motivo y yo”.
La misión del impresionismo, finalmente, no es reflejar con fidelidad y exactitud objetiva la realidad como la “conocemos” y “sabemos” sino plasmar la sensación óptica y emocional que experimenta el ojo al ver y a el ser al sentir. Esto es: una impresión del corazón.
No terminaremos este elogio a la luz sin mencionar que Monet fue siempre el más puro de los impresionistas, quien se mantuvo fiel a los principios de representación y visión, experimentando y probando nuevos métodos de observancia de los cambios de color de sus motivos. Sus cuadros nos hacen entender la primacía de la luz y el color como un nuevo modo de visión que fue fuente de influencia durante largos años y aún hoy nos sigue admirando.

