“¿Qué contaré de nuevo, aún no conocido o no contado? No tengo nada especial que contar”. A mediados del siglo XIX, Fiodor Dostoyevski viajó por Europa con el objetivo de relatar la realidad vecina a sus conciudadanos rusos. El resultado fue ‘Apuntes de invierno sobre impresiones de verano‘ (1863), una crónica que, por la naturaleza e inquietudes del escritor, resultó un estudio psicológico de la sociedad europea de la época.
“En mi caso, no viajo para ir a un lugar en particular, sino por ir. Viajo por el placer de viajar”. Esta frase de Robert Louis Stevenson evidencia que su motivación principal para armar el petate eran las aventuras que escondía el camino. Quizá por eso su obra culmen – ‘La Isla del Tesoro’ – hable de una odisea que comienza en un puerto del viejo mundo y termina en una isla remota, inventada por él mismo, pero que esconde un tesoro que anima a cruzar los mares en un barco cargado – o mejor dicho inflamado – de piratas.
Lo que demuestran estos dos grandes de la literatura es que existen tantas formas de viajar como perspectivas. Un viaje es paisaje, personajes, amigos, amor, historia, problemas, curiosidades, humedad, calor y frío en platos buenos o distintos que nos van alimentando; pero a los que llegamos desde nuestra forma de mirar y la predisposición que nos mueve. La mirada del viajero reviste el contexto y posiblemente sea el elemento más decisivo a la hora de dejar aflorar según qué emociones, permear lo que más tarde serán recuerdos o incluso la imagen – idealizada o no – con que se asociará el lugar más adelante.


Es fácil teorizar sobre ‘el viajar’, es fácil agrupar miles de aventuras y experiencias en categorías superfluas que se van ramificando como un árbol. Si comenzamos desde el tronco, la acción tiene su origen en la necesidad de conocer el entorno y los beneficios y amenazas que en él acontecen. La primera bifurcación troncal nace de convertir la actividad en ocio – o dicho de otro modo, que la migración precede al turisteo. De hecho, no ha sido hasta los últimos 60 años cuando la humanidad se ha abierto la actividad ociosa a una mayoría social – gracias a la excedencia y el bienestar social – dando paso a nuevas y cada vez más diversas pretensiones de afrontar el horizonte, ampliando el ramaje, generando infinidad de ramificaciones y hojas, o lo que viene a ser lo mismo: generando infinidad de pseudoacepciones en el concepto de viajar.
Cada vez más gente viaja, más gente visita y más gente se mueve. Cada vez existen más razones para viajar, que varían en la forma y sobre todo en el fondo, pero que coinciden con los principales motores del hombre: el amor, la amistad, la diversión, la curiosidad, el conocimiento… Muchas veces incluso se difumina la línea entre el ocio y la obligación.
Esta amplitud del término incluso puede dar pie a la aparición de puritanos: aquellos que se creen en posesión exclusiva del término “viajar”. Su fallo está en olvidar que por muy alejada que parezca la hoja del tallo, sigue siendo parte del árbol.
Cada vez existen más razones para viajar que coinciden con los principales motores del hombre: el amor, la diversión, la curiosidad, el conocimiento…”
Para un arquitecto, el Taj Mahal es una maravilla de la simetría y un símbolo de las influencias timuríes y mogoles. Para un historiador, el punto de encuentro entre el Islam, Persia e India. Para un romántico, una bella declaración de amor. Para los enamorados, un mausoleo inspirador. Para una gran mayoría, un edificio bonito que genera pensamientos irrelevantes y curiosidades intrascendentes, como pensar en lo lejos que está uno de casa, imaginar la logística de su construcción, calcular a ojo de cubero el número de vidas que se cobró o si Aladdin era de por ahí.
No tengan miedo a reconocer lo que les hace viajar, no es un actividad reglamentada, no es un manual cerrado, no hay dogmas ni pautas que aseguren un cambio de vida ni le mejoren como persona. Sean sinceros consigo mismos, le harán un favor a su gente, al guía de turno y a la agencia de viajes. El hecho de coger un ‘tour‘ cerrado, de ser un turista al más puro estilo pastoreo, no le exime de la exposición a una viviencia nueva, a un contexto diferente, alejado de su cotidianeidad y todo lo que ello conlleva.
Dostoyevski reparó poco en la belleza de la campiña, el verdor de los condados ingleses o en los atardeceres de Florencia. Sin embargo, puso el ojo en la sociedad europea de la época. ¡Y fíjense!, advirtió cierta despersonalización de estos países, especialmente en grandes urbes como Londres y París, a las puertas de una época que mantendría a Europa occidental sumida en revueltas y guerras durante cerca de un siglo.
Viajar no es una actividad reglamentada, no es un manual cerrado, no hay dogmas ni pautas”.
Viajar es hasta una acción que casi se escapa al tiempo. Hay gente que viaja por remontarse al pasado y otros que buscan indicios de lo que pasará en el futuro. Es una actividad que parte de la mirada del ser humano, pero que además tiene la capacidad de moldearla. Es tan variada como él, por eso van surgiendo nuevas perspectivas que generan diversas intenciones, metalidades y estilos para con el viaje.

