El tiempo, que pasa; el dolor, que no se mira; la superficialidad, con la que se huye; la mediocridad, en la que uno se instala; el corazón, que sigue gritando; y la vida cotidiana, donde todo sigue sucediendo. La experiencia de todo en las apenas 50 páginas de Sucederá la flor.
Jesús Montiel desnuda su experiencia ante la leucemia de su hijo de dos años y así nos rescata, nos sacude la modorra con la belleza de las cosas más pequeñas.
Sucederá la flor se compone de siete minúsculos capítulos donde, provocado por lo cotidiano, va recorriendo un camino hacia dentro. El impacto de lo imprevisto “pero la vida no nos obedece. Es imposible domesticarla. Corre, salta, ladra por los prados del tiempo. No hay nadie capaz de ordenarle dame la pata, siéntate, ve a por la pelota. Hay una belleza secreta bajo su rebeldía” (p16), el tiempo que queda forzosamente detenido, “se evaporaron los álbumes de fotos que nos quedaban y tus novias y la carrera que elegirías. La enfermedad pone el tiempo patas arriba. (…) nos arrebata esa ficción en la que pasamos tantas horas y nos regala el tesoro del ahora”(p27), el dolor como un rescate, “al dolor se le abraza o no se le abraza. No me refiero a resignarse, sino a comer su oscuridad como un jarabe que puede curarnos. (…) el dolor me ha dado el canto” (p22), la presencia de Dios escondido, “en la séptima planta del hospital hay 15 niños calvos. Una trampa divina. Nadie sospecha de vuestra existencia. Dentro de esta sociedad perfecta sois un ejército invisible a las órdenes de Dios, preparados para testimoniar lo invisible en este mundo que sólo cree en aquello que puede calcularse”(p40), lo imposible de la superficialidad y la tontería, “porque mira sus caras, son máscaras. Sus conversaciones no tienen otra misión que callar otra conversación que les asusta, el ruido que haces estando en la habitación, sentado en tu cama”(p38), y el reconocer qué es amor del bueno, “en este mundo se nos predican los viajes y los cambios, el movimiento continuo, pero el amor florece en la quietud, es hacer lo mismo todos los días muchas veces”(p51).
Lo más valioso que he encontrado en este pequeña obra es que, va tanto a lo esencial del acontecimiento, que ni siquiera es un libro sobre la experiencia de un padre ante la enfermedad de su hijo, sino que uno puede reconocerse, más allá de la circunstancia concreta, en un corazón que ha quedado tan superado que solo puede mendigar un sentido. Unas manos, que por vacías, ahora pueden recibirlo todo. Una libertad que se cumple en una obediencia a algo más grande. Es la historia de “un niño enseñándole a su padre a nacer”(p19).

