Revista de actualidad, cultura y pensamiento

UserImg Categoría

Literatura - page 4

Joseph Roth y La leyenda del santo bebedor

En Democultura/Literatura/Religión por

Lunes de Pascua de 2016

Cuando se editó por primera vez, en 1949, La leyenda del santo bebedor, su autor, Joseph Roth, llevaba ya una década muerto y olvidado. Se fue de este mundo en la habitación de un viejo hospital del distrito XV de París, exiliado, delirante, alcoholizado y en la ruina. En su partida de defunción, dos días después de su muerte, se le define como hombre “sans profession“. Sigue leyendo

Zweig y el misterio de la creación artística

En Democultura/Literatura por

De todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación”.

Así se dirige a su público Stefan Zweig el 29 de octubre de 1940 en Buenos Aires. En su conferencia el escritor austriaco se propone reflexionar sobre cuál es el fundamento de la creación artística, o más bien qué podemos conocer y qué no de lo que no duda en considerar un milagro: “Cada vez que surge algo que antes no había existido nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana, divina. No es cosa perecedera. Este milagro lo vemos en el arte”. El artista consigue poner en comunión a sus contemporáneos y las generaciones futuras con uno de los mayores interrogantes: el de la creación. “Porque cuando un artista crea, lo creado se vuelve más indestructible e imperecedero que el artista mismo.” Sigue leyendo

Tres grandes motivos para desempolvar los clásicos

En Democultura/Literatura por

Cuando se dice: “es un clásico del cine”, lo que se insinúa es: “es una película que debes ver”. Cuando se dice: “todo un clásico de la literatura”, se está refiriendo a un libro que se encuentra en casi todas las librerías, puede descargarse gratis en el proyecto Gutenberg y ninguno de los presentes lo ha leído. Ni lo va a leer. A fin de cuentas, casi todos estos clásicos literarios cuentan con una adaptación cinematográfica que, de estar bien realizada, puede convertirse perfectamente en un clásico.

Parece que con el paso del tiempo la literatura clásica se vuelve más y más remota. Entre el hombre del siglo XXI y el caballero de la Mancha o Lanzarote o Aquiles, se abre una brecha cada vez más amplia y más oscura. O, peor aún, hablamos de Aquiles y viene a nuestra mente el rostro de Brad Pitt con el pelo por los hombros y los músculos al aire. Sigue leyendo

El Principito viaja a San Ireneo de Arnois

En Democultura/Literatura por

La novela de Natalia Sanmartín, El despertar de la Señorita Prim, busca ser un respiro en medio del vértigo de la sociedad del s. XXI. En ella se relata la experiencia de una joven moderna, inteligente y trabajadora; que empieza a trabajar como bibliotecaria de la colección personal de un sujeto extravagante, en un hogar repleto de niños extraños, en un pueblo que parece anclado en un pasado en el que se valoran más las humanidades que el desarrollo técnico. Esta experiencia conducirá a la protagonista a realizar una reestructuración fundamental en sus valores y en sus prejuicios más sólidos sobre Dios, la vida y el ser humano.

En una noticia sin aparente relación con lo anterior: próximamente–el 11 de diciembre, se dice– aparecerá en la gran pantalla española, la producción de Mark Osborne “El Principito” (The Little Prince). Hace poco he tenido la oportunidad de volver a releer la novela de Natalia Sanmartín y de ver esta adaptación de la obra del aventurero francés Antoine de Saint Exupéry. No he podido dejar de asombrarme ante el magnífico retrato que hacen ambas una de una poderosa intuición común: en el corazón de la humanidad más gris hay una chispa de trascendencia. Sigue leyendo

¿La distopía es la nueva épica?

En Democultura/Literatura por

En una encuesta reciente de cierto blog dedicado a la lectura, se preguntaba a los participantes cuál sería su género preferido para una lectura veraniega. Las opciones eran: una novela policiaca, un romance y una distopía. De buenas a primeras me llamó la atención que en un blog dedicado a la lectura se presentara la palabra “distopía”, no sólo como existente sino además como un género literario comparable, al menos, a la novela policiaca y al romance.

Pero mucho más importante que la posible incongruencia de la encuesta (a la que no hay que dar mayor importancia), resulta la presunción del problema subyacente. La literatura de los últimos años, tras el éxito explosivo del Señor de los Anillos y de la saga de Harry Potter, ha renqueado de un intento a otro por lograr un estilo divulgativo de novela que saciara la sed épica de los lectores de J.R.R. Tolkien, J. K. Rowling, C.S. Lewis o R. Jordan. Primero autores como R.R. Martin, J. Dashner y S. Collins, y, tras su estela, V. Roth, K. Class o L. Lowry (con lectores de todo tipo y edad, seamos sinceros) hicieron una propuesta que pareció dar en el clavo: La nueva épica es la distopía. Sigue leyendo

Gógol y la corrupción política

En Democultura/Literatura por

Soy un escritor, y el deber de un escritor no es únicamente proporcionar un pasatiempo placentero al intelecto y al gusto; será castigado severamente si de sus obras no se difunde algún tipo de beneficio para el espíritu y si no hay en él alguna lección para la humanidad“. De una carta de Gógol a un amigo.

Nace en 1809 Nikolái Gógol, un diminuto ucraniano de ascendencia polaca, en el seno de un Imperio Ruso a punto de ser invadido por las hordas imperialistas de Napoleón. Surgía un cacho de carne de tres kilos que llegaría a eclipsar al sol con su opaca y mordaz baba; un sol que paría, ayer allí como hoy aquí, una estructura social de sangüijuelas y leones del diablo. Sigue leyendo

La lírica del eterno dominguero

En Democultura/Literatura/Pensamiento por

¿Cuándo ha de volver
lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer.
¡Ayer es nunca jamás!

Así se preguntaba un hastiado Machado para sus adentros. ¿Qué será de lo que fue? Mejor dicho: ¿qué queda de ayer, si el pasado pasó dejando vana huella? Y es una pregunta en modo alguno absurda.

Es una evidencia palpable la sed del hombre concreto, sus ansias de felicidad: el hombre quiere gozar, necesita el placer de la completa satisfacción. El hombre quiere poseer el bien que dé muerte a su insaciable e ineludible apetencia.

¿Por qué no decirlo con claridad? El hombre es un eterno dominguero. Hay por ahí pobres desgraciados que se afanan en proclamar que estamos hechos para trabajar (yo suelo responder que estoy naturalmente confeccionado para cobrar la prestación por desempleo), o para hacer el bien. Como si fuéramos volcán fiero que pugna por abrasar la superficie, en continuo surtidor de candor hacia fuera. Yo debo ser marciano si acaso.

¿Qué es hacer el bien? ¿No es en última instancia hacer feliz al de al lado? “Amans amato bonum velit“, decían los clásicos en el lugar de nuestro “hacer el bien”. El amante quiere el bien para el amado porque quiere hacerle feliz, porque sabe que la felicidad del amado es que posea el bien. Y así la suya propia, pues su bien es el del otro. En línea análoga concluye el mismo autor el mismo poema:

Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da.

Pero volvemos a las mismas: el hombre es un eterno dominguero. El que hace el bien no quiere “hacer el bien”, sino que otro lo posea y así poseerlo él; el que trabaja no trabaja por trabajar, sino que se afana en algo que poseer. Se preocupa, se esfuerza, suda por ser feliz mañana.

Ser feliz es tumbarse sobre la hierba espiguita en boca y sombrero en rostro a contemplarse uno mismo: nos llevan engañando una eternidad con falsas proclamas sobre la maldad del amor propio o la pluscuamperfección de salir hacia fuera; abnegación, ascesis, y pantomimas por el estilo. Mortificación llegaron a decir algunos. ¿Renuncia al desorden, o renuncia al deseo? Darse muerte, morir: ése es el significado de la palabra mortificación.

Ser feliz es sentarse a gozar de la posesión del bien; es aquella “Hermosura” de Unamuno:

Nada deseo,
mi voluntad descansa,
me voluntad reclina
de Dios en el regazo su cabeza.
Y duerme y sueña…
Sueña en descanso
toda aquesta visión de alta hermosura.
¡Hermosura! ¡Hermosura!
Descanso de las almas doloridas,
enfermas de querer sin esperanza.

Pero una vez se va… ¿qué ha sido la felicidad…?

Porque se va, ¡vaya si se va! El bien es caduco, acaba. Puede entretener un rato, pero a fin de cuentas termina y el hombre regresa a su apatía. En vez del cristiano descanso dominical llega lo que Viktor Frankl llamara neurosis del domingo. Un escozor grisáceo en el pecho que vela la mirada de todo. Las cosas pierden su color; gana Qohelet con su aterradora sentencia: “vanidad de vanidades; todo es vanidad“.

El hombre es un eterno dominguero sentado sobre el gran teatro del mundo. Mientras posee el bien y su voluntad descansa; mientras sueña en descanso visión de alta hermosura, el sol brilla con espléndida majestad, los pájaros cantan, el arroyo fluye murmurando bendiciones sobre la piedra que acaricia, con un deje de ternura; la brisa sopla fresca rodando sobre la piel, y uno llega a exclamar jubiloso con Celaya:

¡La fiesta! ¿Cómo ignorar que en el mundo todo es fiesta
y que tan sólo los hombres penan cuando piensan?

Pero cuando lo que tuviera se evapora entre sus manos, el hombre se apaga, lo maravilloso se trueca en amargo y el sol se despeña en Occidente, el pájaro enmudece, se acaba el arroyo que deja de pasar y vuelve a la mente aquella copla de Jorge Manrique:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu’es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir.

Todo se queda vacío cuando muere el bien que a uno le satisficiera. ¡Qué claridad en el habla de Gabriel y Galán, que así sentencia tras la muerte de su mujer!

¡La vida en la alquería
se tiñó para siempre de tristeza!
(…) ¡Qué días y qué noches!
¡Con cuánta lentitud las horas ruedan
por encima del alma que está sola
llorando en las tinieblas!
Las sales de mis lágrimas amargan
el pan que me alimenta;
me cansa el movimiento,
me pesan las faenas,
la casa me entristece
y he perdido el cariño de la hacienda.
¡Qué me importan los bienes
si he perdido mi dulce compañera!

El hombre es un dominguero eterno. Es feliz, o lo parece, y de repente, “un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal” derriba el tesoro rutilante de ayer. Ayer… Aquel ayer de Machado; hoy dista mucho de ese ayer, y ayer es nunca jamás.

Y bien dijo ese pobre desgraciado: hasta se olvida lo que fue. A veces ni la vaga idea permanece; ni el mísero rastro de la existencia, que es el recuerdo, queda para testimoniar la verdad histórica. Él mismo fue profeta y mártir de su predicación, tanto que unos años después de ese día bendito, refiriéndose a aquel Collioure francés en que el poeta andaluz enterrara todo para reunirse con los muertos, así le describía y con justicia Blas de Otero:

Miró hacia atrás y no vio
más que cadáveres sobre
unos campos sin color,
su jardín sin una flor,
y sus bosques sin un roble.
(…) Profeta ni mártir
quiso Antonio ser
y un poco de todo lo fue
sin querer.

Y es que el hombre es dominguero por naturaleza, pero es eterno: quiere gozar, pero quiere gozar ahora, siempre. No vale ayer.

Quiere contemplarse eternamente a sí mismo, aun sin agotarse en sí; uno no se basta o de lo contrario seríamos solos. ¿Qué necesidad habría de lo demás? ¿De los demás?

Uno no se basta: uno necesita mirarse, pero tiene que ver algo más dentro de sí; tiene que contemplarse como poseedor. Tiene que ver un bien dentro de sí, y tiene que verlo ahora; si no, se muere. No vale ayer.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba.
Agustín de Hipona

Se muere si se ve solo. ¡Ah, qué mala es la soledad, qué mala! Envenena al hombre. El hombre vacío, solo en su interior, que ha perdido el bien, ése se muere. Puede huir, pero al final el tiempo vence y encorva la espalda del triste solitario para que se allegue a sí mismo y se mire. Y entonces se da profundo asco, y llora, y se queja: ya no es poseedor, ya no es feliz.

¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La fortuna mis tiempos ha mordido,
las horas mi locura las esconde.

¡Que sin saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana aún no ha llegado,
hoy se está yendo sin parar un punto,
soy un fue y un será y un es cansado.

En el hoy, mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Quevedo

El hombre es un dominguero eterno, y si un bien caduca y se acaba no es humano. Es bien para un perro que no quiere, para un caballo que no pretende tener más de lo que tiene. El hombre quiere hoy, y hoy dista mucho de ayer. Si el bien se diluye soga al cuello en manos del tiempo, será bien, pero no bien humano. Será pasado.

¿Y qué es el pasado? ¡Nada!
Nada es tampoco el porvenir que sueñas
y el instante que pasa
transición misteriosa del vacío
¡al vacío otra vez!
Es torrente que corre
de la nada a la nada.
Toda dulce esperanza
no bien la tocas
cual por magia o encanto
en recuerdo se torna,
recuerdo que se aleja
y al fin se pierde,
se pierde para siempre.
Miguel de Unamuno

Al hombre no le basta con ser dominguero: necesita un domingo eterno, continuo, jugueteando en su pecho con el bien respetado que felizmente posee. Uno que no pase, que deje huella de presente y junte en armonía continua pasado y futuro: el hito en la vida del hombre, felicidad en plenitud que asfixie su voluntad, que la sumerja en agua cálida y allí descanse.

Porque sí: estamos hechos para mirarnos y ver maravillas en nosotros, en nuestro sacrosanto ombligo.

Ir al inicio