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Lucía en la noche

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Alejandro Ballesteros es un escritor renegado que se encuentra sumido en la resaca de su éxito. Los tiempos pretéritos de escritor reconocido quedaron atrás; tiempos que dejaron tras de sí más de una traición y un desengaño. De pronto, en mitad de la desesperación sobrellevada por el alcohol y el sexo mediocre del aquí te pillo y aquí te mato, se produce un encuentro. Porque la historia que nos cuenta Juan Manuel de Prada en Lucía en la noche (Editorial Espasa) es, sobre todo, la historia de un encuentro. Y también de una búsqueda.

De pronto, una misteriosa mujer, Lucía Álvarez, acontece en la existencia desesperanzada de Alejandro Ballesteros, avivando los rescoldos de una pasión (la de su vocación de escritor) apagada casi hasta su extinción. En buena medida, la decadencia literaria de Ballesteros se debe a un mundo que encumbra, entre otras cosas, según criterio mercantil, y luego condena al ostracismo según el mismo criterio. Todo ello entremezclado con envidias, desprecios y toda clase de egoísmos y vanidades que recaen sobre nuestro protagonista hasta dejarlo convaleciente, envilecido, cínico; padeciendo la desproporción entre su fuerte amor hacia la literatura y su reconocimiento como escritor (vocación cumplida), y la posterior resaca del éxito, con algún cadáver por el camino.

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Lucía sale al encuentro de Alejandro como una musa en esa noche oscura, inundando de vida los rincones de su existencia, devolviéndole la inspiración y reconciliándole con su vocación de escritor. La historia de Lucía en la noche es, de alguna manera, la historia de una conversión. Como si Alejandro, tras acontecer Lucía, fuese ya una criatura nueva. Como si Dios le hubiese puesto en su camino una criatura de otro mundo (más ángel que fantasma), hecha a la medida de su ser, y ella, con su personalidad salvaje, su afecto y su misterio, le hubiese reconciliado no solo con su vocación de escritor, sino con la vida misma.

La intriga de la novela se construye precisamente a partir de la figura misteriosa de Lucía, y su pasado, presente y futuro. Todos los embrollos propios del género no se alzan como una estructura ajena a los personajes, porque la pregunta (la búsqueda) que atraviesa la novela es: ¿quién es realmente Lucía Álvarez?

Según avanzamos las páginas de la novela, vamos desentrañando el misterio de Lucía, vamos conociéndola a medida que Alejandro va purgando igualmente su pasado. De camino, Juan Manuel de Prada nos irá retratando con exquisita prosa algunos de los territorios monstruosos de la posmodernidad, desde los platós de televisión hasta las ONG, pasando por algunos rincones de nuestro Madrid decadente y su periferia de urbanizaciones pacíficas de pijos adúlteros e iglesias sin arte; tiempos de destrucción acelerada por los teléfonos e internet. Un mundo insidiosamente pagano -en categorías chestertonianas- en cuya noche siempre puede aparecer un ángel imprevisto que nos rescate y nos salve la vida.

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