«De lo que no se puede hablar» es el aforismo siete del final del Tractatus de Ludwig Wittgenstein, un incansable buscador de la verdad que vivió su vida con una intensidad y honestidad única. Y, aunque esta novela no es sobre él, la narración está impregnada de su pensar obsesivo e incansable en busca de la autenticidad, del sentido de la vida.
La protagonista de la novela De lo que no se puede hablar (Nuevo Inicio, 2018), Alicia, es una filósofa y profesora universitaria que siempre se ha planteado la vida como un «experimentar sensaciones». No se reprime nunca en su intento de sacarle jugo a la vida, al modo nietzscheano, como si no hubiera mañana, pero detrás de sus palabras y acciones late un combate interior entre el sentido y el sinsentido, o mejor: como la lucha del sentido contra el sinsentido, tratando de superar sus miedos y sus complejos con la afirmación de sí misma.
Su vida trascurre probando todo tipo de ofertas en el mercado de la filosofía, la política, y del entretenimiento cotidiano, hasta que un día decide hacer de su vida una aventura: «No estaba dispuesta a malgastar mi vida yendo a clase todos los días, repitiendo cosas como una cacatúa, comiendo, leyendo, jodiendo y durmiendo, eso se había acabado. La vida era muy breve para perderla sin saber para qué vivía. El infierno era la soledad. Ya había agotado todos los recursos de esta mina. Quería encontrar oro y la que tenía ya no daba más».


Los acontecimientos que le suceden, a medias entre España y Perú, nos muestran ese carácter de buscadora incansable que nos hace identificarnos con sus preguntas y sus soluciones. Hasta que, tras un suceso que marcará su historia personal, conoce a otro de los protagonistas principales de la trama con el que entablará un diálogo vital permanente, provocador, libre, desenfadado, a veces entrañable, a veces hiriente, como toda relación humana. Los personajes que aparecen nos representan a todos porque como decía Calderón respecto del teatro podemos decirlo de la novela: «uno va al teatro a contemplar sus vergüenzas».
En el contexto de un viaje turístico por el Perú de los 90, se va desglosando un «turismo interior» de una mujer buscándose a sí misma:
«Me decía a mí misma todos los días, ¿cuarenta años y qué has hecho? Sufriendo esa desidia se me embotaron los sentidos, no tenía ganas de salir con nadie, ni de escribir un artículo, ni de entablar ninguna relación seria, sólo construirme un duro caparazón, encapsularme, vencer el deseo haciéndome apática. […] Había calado hondo el ateísmo: si Dios no existe, todo…; cambié el carcomido dicho dostoievskiano del ‘todo me está permitido’ por el más explícito de ‘todo es una puta mierda’, que se me imponía como consecuencia lógica. Ese verano me enfrasqué en la lectura, más que con pasión, con necesidad angustiosa, buscando una respuesta que nunca llegó, pero que mientras duró me hizo descubrir el miedo a la soledad y la fuerte tentación del suicidio: pasado el vértigo llegó la compulsión de vivir sin postergar nada, sin autoengaños. Me fui proponiendo la meta de arrasar, de no posponer mis deseos, de ponerme el mundo por montera. Mi meta suprema: ¡banzai! Bailar y bailar para huir de la desesperación. […] Pasé por encima de todo, tierra quemada a mi paso».


El drama tiene algo de multi-biográfico. Los personajes son figuras literarias de personas que han formado parte de la vida del autor, como sería toda novela que cualquiera nos pudiese narrar. Todos somos narración de nosotros mismos, como dirían Leonor Arfuch o Ricoeur, pero cuando nuestra narración se encuentra con la narración de otros aparece el gran momento de la confrontación o la amistad, de la desafección o del acompañamiento, del odio o del amor, o todas a la vez.
Esta es una historia que tiene componentes de aventura, psicológicos, geográficos, políticos, filosóficos, cotidianos, que son inseparables, pues dentro de cada uno de nosotros hay un lugar de nacimiento, un lugar donde vivir, cuyas características nos condicionan toda nuestra vida vayamos donde vayamos, un pequeño filósofo, un político que tiene soluciones para todo, un aprendiz de psicólogo, en definitiva, un buscador de sentido.


Este artículo fue publicado primero en Hombre en camino y es reproducido aquí con su permiso.