Se encienden las luces. Parpadeo para acostumbrarme y sigo un rato en silencio. No tengo palabras. Me invade una sensación agridulce… La película me ha conquistado, pero el final me pesa como una losa. Aún resuenan los acordes de jazz al piano, que no consiguen acallar un “¿por qué?” que se eleva desde mi alma hasta el infinito.
Tan solo unas horas después consigo articular una frase con sentido a mi compañero: “nostalgia, esta película es pura nostalgia”.
Y ahondando en el largometraje de La La Land, me he ido afirmando en esta primera intuición que para nada pretende ser una vara de medir, sino más bien una ayuda para los que, como yo, terminaron con un nudo en el corazón y una sonrisa melancólica en los labios.
(Aviso de spoilers a navegantes)
En primer lugar es una película que solo entenderán de verdad los adultos. Es decir, todos aquellos que hayan experimentado y sufrido el desgarro que es querer a alguien con todas tus fuerzas y querer algo para tu vida con el mismo ahínco y que, sin embargo, experimentas que ambas cosas tiran hacia lados opuestos. Como dos líneas divergentes. ¿Qué vencerá al final? ¿Qué dará sentido a todo lo demás? ¿Se tiene que sacrificar siempre algo o hay alguna opción que nos permita tenerlo todo? Para todos los adultos que la vean, pese al deseo de felicidad y de amor que todos albergamos, entenderán perfectamente el final, porque es increíble y dolorosamente realista.
En este caso, se contraponen el cumplimiento personal, en concreto en una relación de pareja fantásticamente interpretada por Ryan Gosling y Emma Stone (¡cuánta química tienen en pantalla por favor!), con el profesional (uno montando su club de jazz y la otra triunfando como actriz). Aún diría más, se contrapone lo personal y el arte. Mientras, el ritmo a este pulso de deseos, viene marcado por escenas llenas de color de las distintas estaciones del año de la época dorada de Hollywood, y una impecable y original banda sonora. Es una composición estéticamente bonita y cuidada. Y, abro paréntesis, no puedo continuar sin hacer mención a las fabulosas expresiones faciales de Emma Stone, Mia en la película (interpretación por la cual creo que es merecedora del Oscar). Cierro paréntesis.
Pero, ¿por qué es pura nostalgia?
Hay innato en mí un deseo de que la vida vaya siempre a más y que nada de lo que dejo por el camino se pierda totalmente. Suena paradójico pero yo he visto que esto es posible. Por supuesto, entre mis peores temores está precisamente el sentimiento con el que cierra esta historia y que tanto provoca al espectador -porque es un viejo conocido de todos-: la nostalgia de una gran promesa, el deseo de cumplir la vida que uno desea junto con esa persona a la que se ama y que al final has sacrificado por otra meta personal (¡Ojo! Pudiendo ser esta una meta tan loable como el arte). Y junto a esa nostalgia, como nota de fondo, la eterna resignación de que no se puede tener todo… ¿O sí?
Esta película, aparte de muchas otras cosas, puede entenderse como una invitación a no vivir la vida de una manera que vayas dejando oasis de nostalgia terrible por las esquinas, una invitación a no vivir los grandes sueños en soledad. ¿Habrían querido los personajes vivir todo este éxito que al final obtuvieron si hubieran sabido de antemano que una vida con el otro habría sido plena? ¿Habrían elegido diferente si hubieran sabido a ciencia cierta que era posible tener las dos cosas? ¡Qué injusto es tener que elegir! ¡Qué rebeldía nos roe las entrañas!… o al menos a mí.
En definitiva, se nos plantean con suma radicalidad estas cuestiones: ¿Para llegar a ser alguien tienes que dejar atrás a las personas queridas? ¿Es que acaso no son ellas las que nos recuerdan quiénes somos independientemente de los éxitos?
Aquí nos dejan con la miel en los labios pero, como adultos escarmentados, lo entendemos. Porque entendemos que, si el otro es un -“te quiero pero mi vida va por otros derroteros” (porque así lo elige uno también, todo sea dicho), como máximo se albergarán estos momentos de nostalgia pero no se construirán esos sueños de manera conjunta.
Y sin embargo; mi rebeldía aflora otra vez: ¿de verdad las relaciones personales son un lastre para alcanzar aquello para lo que estamos hechos o, en jerga “hollywoodiense”, para alcanzar nuestros más anhelados sueños? Personalmente, deseo vivir mi vida de manera que nunca tenga ese punto de nostalgia de “podría haber elegido algo mejor”. Necesito saber que aunque no sepa ver bien en las encrucijadas de la vida, se me dará el ciento por uno. ¿Es esto posible o estamos condenados, sobre todo los artistas, a esta soledad y sacrificio?
Durante la película, Chazelle juega con esto, pareciendo querer dar una respuesta negativa a esta pregunta: “solos no se puede”. O así me pareció entenderlo en algunas escenas, en las que ambos personajes en distintos puntos de la historia, vuelven al origen, a esta relación con el otro que es lo que ha hecho posible llegar hasta donde están. Estos momentos van acompañados de la melodía de jazz principal, melancólica, entrañable y profundamente bella: a ella la sorprende en la cena, a él en la sesión de fotos.
Y sin embargo, es como si al final lo entendieran mal nuestros queridos protagonistas, como si ese punto al que regresar y del que volver a empezar les llevara a ponerse solos con lo que quieren hacer, solos ante el mundo. La otra cara de la elección, se ve quizá de una manera más cruda en esta otra película del director (Whiplash), nos muestra que cuando uno elige el arte se impone una cierta soledad que no es justa y que al final se intuye que no basta. Desde luego, esto lo percibe el espectador, si no, no saldríamos así del cine.
La sonrisa final entre ambos es sincera, porque se han ayudado decisivamente a lograr sus sueños pero en ese acompañarse, y sin haberlo previsto, surgió la promesa de algo mucho más bello, mucho más grande que sus respectivos sueños, y que en el último momento no se deciden a apostarlo todo. Es una decisión dura pero determinante en la que, aunque se quieran mucho, en el fondo hay una cosa a la que no quieren renunciar y van hacia allá y van… solos.
Honestamente, yo creo que salen perdiendo y me aventuraría a decir que es precisamente lo que se muestra en la última parte. Ambos recuerdan esa gran promesa (sí, en la maravillosa composición final de escenas y música que me parece estar viendo de nuevo otra vez ante mis ojos) y no son infelices, no. Es más, seguro que dirían “estoy bien”, pero es un hecho que ante el otro se preguntan “cómo hubiera sido….”.
Pero no me malinterpreten, esta película no va de una tragedia o una historia de amor fallida que marque la infelicidad de ambos, va de estos hombres y mujeres que se hacen a sí mismos con un punto de insatisfacción último, imborrable, con el que tienen que vivir y que se nos muestra a través de ese “y si” tan despiadadamente poético y magistral.
En las películas de Chazelle están presentes tanto el jazz y la belleza como estas cuestiones. Parece que nos mira in the eye y nos pregunta si dar la vida por el arte merece la pena a cualquier coste, si no hay acaso algo que nos dejamos por el camino que hará que ese sueño se oscurezca un poco. Y sobre todo, ¿para cuál de las dos opciones hace falta más valor? ¿Quién nos promete esa plenitud ansiada?
Creo firmemente que en este tipo de matices y profundidades es donde radica la diferencia entre meras historias contadas en el cine y verdaderos clásicos. Y esa sensación tuve al terminar. Esta obra consigue capturar un pedazo de corazón humano (salvándolo así de ser “ñoño”) y lo eleva hasta hacerlo clásico y eterno. Tan cuidado, tan pensado, tan humano y tan tierno, que apela a ese complejo mundo de las decisiones adultas del que tantas veces somos presos y nos ensancha el deseo y desafía a los límites, para acabar dejándonos luego con la miel en los labios como a veces, desgraciadamente, nos ha dejado la vida.
Al encenderse las luces nos queda una historia de líneas sencillísimas y tema manido, interpretada de manera espectacular por esta pareja de la gran pantalla (no me cansaré de repetirlo), con golpes de humor que hacen sonreír hasta al más duro y que nos lleva a un nivel humano que no es tan solo el de los sueños de la meca del cine. Por eso y por la música que envuelven estas escenas, creo que estamos ante una verdadera joya del cine y que, el tiempo, nos dará la razón.