Revista de actualidad, cultura y pensamiento

Gógol y la corrupción política

En Democultura/Literatura por

Soy un escritor, y el deber de un escritor no es únicamente proporcionar un pasatiempo placentero al intelecto y al gusto; será castigado severamente si de sus obras no se difunde algún tipo de beneficio para el espíritu y si no hay en él alguna lección para la humanidad“. De una carta de Gógol a un amigo.

Nace en 1809 Nikolái Gógol, un diminuto ucraniano de ascendencia polaca, en el seno de un Imperio Ruso a punto de ser invadido por las hordas imperialistas de Napoleón. Surgía un cacho de carne de tres kilos que llegaría a eclipsar al sol con su opaca y mordaz baba; un sol que paría, ayer allí como hoy aquí, una estructura social de sangüijuelas y leones del diablo.

Quizá sea su nombre, de menos de 43 años de historia, el más afamado y venerado de la literatura rusa. A él se debe la escuela realista que tantas proezas nos ha regalado en las plumas de gigantes como Tolstoi o Dostoievski: el relanzamiento de la letra eslava, el abandono del platonismo ensoñado, perdido en el vaivén de estúpidos idealismos, y el nacimiento de una nueva forma que iba a llegar para quedarse. Una atinada significación del mundo, de la circunstancia, que iba a provocar el nacimiento de una revolución que perduraría en el tiempo, más allá de sus kilos de carne y su vivaz lengua de hiel.

Era aquella Rusia un pozo de sangre campesina, que embriagaba a duras penas la boca de brahmanes vestidos de frac y mujeres de corte dadas a la pompa y al cotilleo. Una suerte de canibalismo putrefacto que mantenía un edificio de pecado e injusticia, en que se recitaban los versos más elegantes y se representaban prosas celestes y abstraídas, halagando con odiosa ternura oídos, si no malvados, negligentes.

Y en este escenario saltó a la fama nuestro gran héroe, un vil villano, con un drama inédito y en épocas de censura. Hablo de la comedia satírica “El inspector“, un texto controvertido que a punto estuvo de ser enterrado.

Ahí había por fin palabras de verdad; ni amores de corte ni bravuconerías caballerescas: un forastero, Ivan Khlestakov, arriba a la localidad y es confundido con un hombre de Estado (de lo que no podía dejar de aprovecharse). Los funcionarios locales, temerosos de que el recién llegado les denuncie ante el Zar, ofrecen todo género de dádivas al presunto inspector, procurando sobornos e ilegales y ocultas satisfaccciones. Gógol, con gran maestría, va ilustrando folio a folio, como tirando de un hilo y deshaciendo un jersey de lana, la codicia, el retorcimiento y la doblez de la clase social más respetada de la época.

Hubo que convencer al Zar Nicolás I de que bajo el lomo alegre del libro sólo reposaban pacíficas sonrisas, desenfadadas caricaturas y saladuras entretenidas para todos. Del teatro resultó una gran controversia que obligó a nuestro ruso a abandonar su patria durante un tiempo.

La llamita prendió. No hay nada más poderoso que una carcajada para relativizar un mal abrasivo. Lo que un día fuera maldita molestia para seres de casta e injusticia silenciada para hijos de lágrimas se convirtió en el comentario de referencia; los vencidos consiguieron un arma nueva, la risa, que ondear al aire opositor, a plena luz del día. Gógol consiguió retirar virtualmente la bota del poderoso de la nuca de los infelices y se volvieron las tornas: es evidente que quien se ríe de otro no lo hace horizontalmente, de tú a tú, sino verticalmente y hacia abajo; desde la superioridad de un fingido pedestal. ¡Qué peor para un señor que la burla de su criado! Nada más amenazador para el terrateniente ruso que un hombre como Gógol.

No abandonó la línea. Su pluma seguía buscando la cosquilla de los mujiks, vulgares propiedades de nobles y distinguidos. Siguió produciendo, en palabras de Bielinsky, destacado crítico, “la comedia satírica que empieza con tonterías y acaba en lágrimas y que, en última instancia, se denomina la vida“. Y un buen día forjó su obra más destacada: “Almas muertas“, que le valió el sobrenombre de “el cervantes ruso“.

Nikolái Vasílievich Gógol

En ella, el antihéroe de moda, Pavel Ivanovich Chichikov, recorre capítulo a capítulo vertsas y vertsas de territorio ruso, buscando terratenientes que engañar, seducir y manejar, todos mezquinos, estúpidos, ruines o malvados. Procura compraventas de almas muertas: campesinos difuntos cuyo fallecimiento, ya por dejadez o por inoportunidad, no había sido actualizado en los registros oficiales por sus propietarios. Con esos títulos de propiedad, Chichikov pretende eludir la ley obteniendo un beneficio oculto (que no revelaré para no arruinar la recomendable lectura). Gógol confiesa que se ensaña:

“A partir de ese momento empecé a dotar a mis héroes de mi propia inmundicia, a la que se añadían sus propias abominaciones. He aquí cómo lo hacía: cogiendo una de mis cualidades negativas, la perseguía en otro estamento y en otro oficio, me esforzaba por imaginármela en forma de un enemigo mortal que me hubiera infligido el más doloroso de los ultrajes; la perseguía con rabia, con sarcasmo y con todo lo que estuviera a mi alcance. Si alguien hubiera podido ver las monstruosidades que al principio salían de mi pluma, seguro que se habría estremecido.”

La obra vuelve a estar cargada de sátira y burla. Aleksandr Herzen, prominente ideólogo de la revolución campesina, narra así los efectos de la novela de actualidad en el tejido social: “De repente hubo una explosión de risa. Risa extraña, risa espantosa, risa convulsiva, en la que hay tanto de vergüenza como de remordimiento; si queréis no un reír hasta llorar, sino un llorar hasta reír. El mundo absurdo, monstruoso, mezquino, de Almas muertas no aguantó: quedó como paralizado y empezó a retroceder“.

Ese ruido [de “Almas muertas”], esas críticas, ¿no son fruto del choque entre viejos principios y nuevos principios, de la lucha entre dos etapas? (…) Grande y fundamental sólo puede serlo aquello que divide las opiniones y juicios de las gentes, lo que crece y madura en medio de la lucha, lo que respalda la victoria viva sobre las resistencias muertas“. Bielinsky

De nuevo, la clase social aludida se echó sobre Gógol. Las críticas y recriminaciones se sucedían, y pocos amigos conservó el autor. Pushkin, se dice, el más fiel. Parece que nuestro ruso de oro no soportó las convulsiones, y cansado y arrepentido, asqueado por su situación, escupió sobre la herida y pretendió curarla. Así escribe Luis Tedesco:

Gógol, un hombre perfectamente instalado en la corte zarista, había escrito Almas Muertas como un feroz fresco sobre sus contemporáneos pudientes. Cuando se le reprocha ese ataque, imprevisible en alguien de su posición, Gógol comienza a escribir una segunda parte de su novela que titularía Almas Blancas, con el propósito consciente de revertir su visión anterior“.

Cuenta entonces que mientras estaba describiendo en trazos benévolos la conducta de sus personajes, la pluma se le desviaba hacia el grotesco, hacia la denuncia, hacia la disección de una sociedad viciada de corrupción“.

En “Almas blancas, en los pocos fragmentos que conservamos de la secuencia (quemada por influencia de un pope fanático), se aprecia sin dificultad una serie de virtudes entre los terratenientes, visión chocante y aquejada de ausencias que impiden seguir la línea fundamental de la obra (precisamente, una de ellas es el final). Hasta uno de ellos, el Amancio Ortega de la Rusia de entonces, es alabado por su constancia y trabajo, habiendo edificado su pequeño Imperio desde un puñado de kopecs. Siempre con el sudor mal pagado de los mujiks, que en esta ocasión eran tratados con mayor benevolencia. Otro, todavía, dado a la Filosofía: a la investigación de la verdad y a la ideación de un mundo mejor.

No gustó a todos en la Rusia subsiguiente, la de las revueltas campesinas y el marxismo, el cambio de Gógol. Pronto aparecieron cartas privadas del escritor en que revelaba su gran pesar por las críticas que hubo arrojado a los libros, figurando términos muy elocuentes si, y tal era el caso, en una pluma cristiana practicante, como pecado o conciencia. Enseguida surgen voces que identifican esta novedad en la obra de Nikolái como una patología o psicopatía, o como síntoma de la enfermedad mental con que murió. León Trotski, aun desconfiando de estas tesis, se preguntaba desconcertado en el cincuenta aniversario de su muerte:

¿Cómo pasar del Gógol realista al Gógol místico, del poeta profundamente humano al estricto asceta moralista? ¿Cómo vincular la luminosa “espontaneidad” de su espíritu con el estado de los últimos años de su vida (…)?

El Gógol que dominaba a la perfección el mecanismo psicológico de la ensoñación ociosa y de la mediocridad sentimental en la figura de Manílov; el Gógol que, según O. Müller, “extirpó para siempre el manilovismo en la literatura rusa”; ese Gógol, ¿puede ser el predicador del manilovismo místico-moralista (…)?

¿Puede ser Gógol quien, en tono sentencioso y de convicción paternal, reparte a diestro y siniestro consejos asombrosamente banales y vacuos? (…) ¿Puede dar consejos tan vacuos, tan quietistas, tan manilovianos el Gógol humanista, el Gógol burlesco, el Gógol realista que había puesto en la picota la corrupción, la mezquindad, la ociosidad, el manilovismo rusos?

Aun el mismo bribón de Chichikov, ese maleante de buenas formas y álgida apariencia, aparece redimido en su mismo arrepentimiento. Quizá sea éste el folio que más arrugó el ceño de esos revolucionarios marxistas; la compasión ante un funcionario corrupto:

– ¡No! ¡Es demasiado tarde, demasiado tarde! – gimió Chichikov con voz dolida que partía el corazón al viejo Murazov -. Comienzo a sentir, me doy cuenta de que he seguido un camino falso y de que me he alejado del buen camino, pero ya no me es posible. Me educaron mal. Mi padre me repetía sin cesar las reglas de la moral, me pegaba, me forzaba a copiar máximas, pero yo advertía que él robaba madera a los vecinos e incluso me obligaba a ayudarle. No se escondió de mí para iniciar un pleito en el que la razón no estaba de su parte; sedujo a una huérfana de la que era tutor. El ejemplo obra más que las máximas. Lo veo, Afanasi Vasilievich, veo claramente que mi vida no es lo que debería haber sido, pero el vicio no me repele: mi espíritu se ha insensibilizado. No amo el bien, no siento esa bella afición a las buenas obras que se transforma en una segunda naturaleza, en costumbre. No experimento tanto el afán de practicar el bien como el de conseguir riquezas. Le digo la verdad. ¿Qué quiere que haga? -.

(…) Todo él se había conmovido y ablandado. El mismo platino, el más resistente de los metales, el más duro y que más soporta el fuego, acaba fundiéndose: cuando en el crisol aumenta la llama, sopla el fuelle y el calor resulta insoportable, el duro metal se blanquea y se transforma en líquido. De igual forma, el más duro de los seres humanos se dulcifica y ablanda en el crisol del infortunio cuando éste aumenta y con su fuego insufrible abrasa su pétrea naturaleza.

Gógol tira una piedra y esconde la mano. Le deja la postrera reflexión al lector. Así como él funde sus miserias en personajes de barro, invita a quien navegue en sus mares a retrotraer los vicios leídos a la carne propia, no sólo a la de aquel político de este o esotro signo.


EnDiario de un loco introduce, con la misma gracia característica, a un hombre de clase baja que se enamora de la hija de su director general. Un buen día se entera, por la correspondencia que mantenía su perra con otro animal, que está a punto de casarse con otro hombre de rango mucho más elevado que el suyo. Monta en cólera: protesta profundamente por la cruel diferenciación entre clases sociales. ¿Qué tenía de más, aparte de la tela del frac, el hijo de un general? Desnudos, todos los hombres somos iguales.

En las páginas siguientes, cae en desgracia el que fuera el Deseado de España, Fernando VII. El loco lee en los periódicos que se halla la ilustre nación occidental en busca de nuevo Rey. Y al cabo de los días, se da cuenta de que él es ese Rey perdido, el semidiós que aguardaban. Marcha a la oficina del director de nuevo, pero sólo para lucir altivez desde su nuevo podio social. Él empezaba a ser por fin el destinatario del servicio estatal.

Al final, llega una troika desde España para llevarle ante el trono, recorrido que dura media hora escasa, y a su término las gentes del oeste, con sus raras costumbres, lo maltratan, apalean y duchan frecuentemente con agua fría. “Extraña forma de tratar a su Rey“, se decía. Al final, quien pretendió ser un igual a los pocos que eran dignos resulta ser un burdo demente de pretensiones fantásticas recluido en un manicomio.

Ésta es la última entrada del diario del Rey de España:

Día 34 de febrero de 343

¡No, ya no tengo fuerzas para aguantar más! ¡Dios mío! ¿Qué es lo que están haciendo conmigo? Me echan agua sobre la cabeza. No me hacen caso, no me miran ni me escuchan. ¿Qué les he hecho yo, Señor? ¿Por qué me atormentan? ¿Qué es lo que esperan de mí? ¡Ay, infeliz de mí! ¿Qué les puedo dar yo? Yo no tengo nada. No tengo fuerzas, no puedo aguantar más todos los martirios que me hacen. Tengo la cabeza ardiendo, y todo da vueltas en torno a mí. ¡Sálvenme, llévenme de aquí! ¡Que me den una troika con caballos veloces! ¡Siéntate, cochero, para llevarme lejos de este mundo! ¡Más lejos, más lejos, para que no se vea nada…! ¡Cómo ondea el cielo delante de mí! A lo lejos centelleaba una estrella, el bosque de árboles sombríos desfila ante mis ojos, y por encima de él asoma la luna nueva. Bajo mis pies se extiende una niebla azul oscura; oigo una cuerda que sueña en la niebla; de un lado está el mar, y del otro, Italia; allí, a lo lejos, se ven las chozas rusas. ¿Quizá sea mi casa la que se vislumbra allá a lo lejos? ¿Es mi madre la que está sentada a la ventana? ¡Madrecita, salva a tu pobre hijo! ¡Vierte unas cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! ¡Mira cómo lo martirizan! ¡Ampara en tu pecho a tu pobre huérfano! En el mundo no hay sitio para él. ¡Lo persiguen! ¡Madrecita, ten piedad de tu niño enfermo…! ¡Ah! ¿Sabe usted que el bey de Argel tiene una verruga debajo de la nariz?

Quien tenga oídos, que oiga“.

(@ChemaMedRiv) (Chema en Facebook) Grados en Filosofía y en Derecho; a un año de acabar el grado en Teología. Muy aficionado a la buena literatura (esa que se escribe con mayúscula). Me encanta escribir. Culé incorregible. Español.

Lo último de Democultura

Ir al inicio
A %d blogueros les gusta esto: