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Exposición sobre Auschwitz: la importancia de ser testigos

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No hace mucho. No muy lejos. Este es el recuerdo que traslada la exposición sobre el campo de concentración de Auschwitz que visita Madrid hasta mediados de junio de 2018.

Es la Historia con mayúscula la que grita y la que habla desde el silencio de los más de 600 objetos originales del mayor campo de concentración nazi. Son los restos y el testimonio de los supervivientes, de los testigos, de los que perecieron tras las alambradas del campo y de los que convirtieron a los inocentes en víctimas. En Auschwitz, con reputación de ser llamado en la Segunda Guerra Mundial la “fábrica de la muerte”.

El recorrido por las salas abarca el contexto: la vida de los judíos antes, durante y después de la IIGM, el germen del nazismo y su expansión, los protocolos que empezaron a seguirse (la eliminación de la población “inútil” – los discapacitados -), lo que podría decirse que son los cimientos sobre los que se edificó Auschwitz. Ese es el umbral necesario para que los objetos dejen de serlo a ojos del visitante.

Más de un millón cien mil personas bajaron del tren, entre judíos, romaníes (gitanos), presos soviéticos y de otras nacionalidades. Uno de los vagones de uno de esos trenes es precisamente lo que recibe a los visitantes a las puertas del museo.

A continuación, a los presos les recibía a la puerta del campo un letrero siniestro: “El trabajo os hará libres”. Fue lo último que leyeron este más de un millar de personas que encontraron el final de su vida en los crematorios, en las cámaras de gas o a manos del hambre, de las palizas o las enfermedades. Pero lo más sobrecogedor fue el silencio, la desaparición que precedió a tantos asesinatos.

Un espacio de doscientos cincuenta metros cuadrados. Hacer el recorrido que hicieron ellos desde que fueron despojados de su ropa, sus joyas, sus fotos de familia. Ver sus maletas, sus gafas, sus pertenencias. Cómo eran clasificados para el trabajo o la muerte. Su vida, el hacinamiento en un barracón original que corona el centro de la exposición, los instrumentos de tortura que usaron contra ellos, sus uniformes, zuecos de madera.

Se escuchan, se ven y se leen en el museo testimonios de supervivientes, de verdugos y de funcionarios alemanes, entre otros. Además, se cuentan y se descubren ante los ojos las intrahistorias del campo: las rebeliones que se intentaron en vano, las fotografías que se intentaron hacer de las torturas, el trabajo de los Einsatzgruppen (grupos de fusilamiento) o los Sonderkommando (encargados de los cadáveres de los crematorios) , la música que eran obligados a tocar para entretenimiento de los miembros de las SS.

Pero lo fundamental de la exposición es que quiere interpelar al visitante: convertirle también en testigo de la historia con mayúsculas y de la historia de cada uno de ellos. Ser testigo es consecuencia del conocimiento: conocer, ver, para después dar fe de lo conocido. Por tanto, 600 objetos se convierten en algo más. Se trata de una petición que se expresa a través de ellos, son el marco de una exigencia de respuesta.

Después de todo, lo que piden los que vivieron, los que murieron y los objetos que se pueden ver, es permanecer en el recuerdo para que no sean olvidados en la Historia y para que no llegue el momento en que la Historia pueda decidir olvidarnos a nosotros.

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