Creo que si en la muestra de la Sociedad de Artistas Independientes, hace casi ciento cuarenta años, alguien hubiera dicho que el mercado del arte iba a devenir tan excesivamente ecléctico, ni Duchamp mismo se lo hubiera creído. Desde su desafío a raíz de la propuesta de “La fuente” en 1917 hemos visto cómo la provocación artística ha crecido hasta límites insospechados.
Y esto es precisamente lo que nos hemos encontrado en ARCO 2019.
Las propuestas que las galerías traen a esta feria como sus mejores piezas luchan en una batalla constante por sobresalir y llamar la atención respecto de las demás. Y es que, en un mar de obras de arte, por desgracia, sólo las más llamativas destacan. No es de extrañar que, caminando entre la riada de curiosos y modernos, el visitante haya sufrido de saturación visual por exceso de información, llegando al punto en que los sentidos se anulan y uno ya no es capaz de percibir nada que le apele o sea digno de su interés.
Como bien menciona Byung-Chul Han en sus libros La sociedad de la transparencia y la Sociedad del Cansancio, el espectador de la sociedad actual sufre el exceso de información visual cuya saturación provoca el hastío y la consecuente pasividad.


La obra de José Alejandro Restrepo en el stand de la galería Alarcón Criado nos habló precisamente de esto. Presentó una serie de pantallas de televisión colgadas en la pared transmitiendo diferentes contenidos audiovisuales de noticias acompañadas de sonidos de pitidos y cláxones, como si nos halláramos dentro de un atasco de inputs constantes que el cerebro es incapaz de procesar en la tiranía del ruido en la sociedad de la información.
Encontramos respuesta a este fenómeno leyendo a Miguel Ángel Hernández-Navarro, en La so(m)bra de lo real. El arte como vomitorio, en el cual presenta el arte contemporáneo como un sincero intento de vaciar la mirada, llegando a dos estrategias para la consecución de ese fin: por un lado, la de no ofrecer nada a la visión y por otro, la de ofrecer tanto que, por saturación, la mirada no pueda soportarlo y quiera, necesite, vomitar y vaciarse a sí misma. A partir de estos dos puntos Hernández-Navarro presenta el arte contravisual por defecto y por exceso. Un ejemplo de esta acción bulímica fue la obra presentada por Gonzalo Barreiros en el stand de la galería Vera Cortés. En ella se observa que la acumulación visual y matérica muere por exceso y es reciclada en un intento de volver a lo orgánico desde lo artificial, recreando una escultura de grandes dimensiones a partir de una amalgama de reciclaje de papel y cartón.


Y es que cuando uno va caminando por ARCO se enfrenta, en esencia, ante dos tipos de obra: las obras de la extravagancia que salen a atrapar al espectador y aquellas que esperan ser encontradas por el espectador. Las que salen a provocar, a engatusar, al espectador tienden al exceso. Por el contrario, aquellas que tienden a la minimización de su existencia y se encuentran en una constante tensión hacia la desaparición esperan, pacientes, a ser encontradas por el espectador que no busca sorprenderse, sino dejarse sorprender. Parece lo mismo pero es diferente actitud. Aquel que busca sorprenderse busca sensaciones particulares que despierten su asombro. Aquel que busca tan sólo dejarse sorprender no busca nada en particular y, por eso mismo, puede ser sorprendido con menos.
Las obras que salen a atrapar al espectador son ideas atrevidas que buscan remover conciencias, sobresalir de entre la masa, llamar la atención y proponen novedosas técnicas y materiales. En ocasiones estas no son las obras que se venden puesto que ni si quiera son, en ocasiones “objetos” tangibles sino instalaciones o performances, pero sirven a su misión de reclamo hacia el público y la media.
Este tipo de obra se caracteriza por buscar el exceso visual junto con el reclamo conceptual por denuncia social o política. De entre este tipo de obras podríamos destacar la obra de Marco Montiel Soto en la galería Bianca Bondi.


En la obra propuesta, Montiel Soto refleja la situación sociocultural de una Venezuela que en su momento fue gloriosa y actualmente se encuentra sumida en una profunda depresión. Como emigrante, refleja el sentimiento del refugiado mientras que denuncia de manera impactante la devaluación de la moneda del país, pegando cientos de bolívares a la pared a modo de collage. Bolívares que hoy en día no valen absolutamente nada.
Encima de los billetes superpone fotografías de su ciudad natal, Maracaigo, en su época de esplendor junto a su situación actual, contraponiendo pasado y presente y augurando un futuro nada prometedor. Esta obra se presenta de una manera visualmente muy clara y potente, y su significado se hace patente nada más verla. Se trata de una obra llamativa tanto formal como conceptualmente que sale al encuentro del espectador.
En ARCO hay dos tipos de obras: las de la extravagancia y aquellas que esperan ser encontradas
Otro ejemplo sería la polémica obra de Santiago Sierra y Eugenio Merino en la galería Prometeo Gallery di Ida Pisani que presenta la figura del rey Felipe como un ninot de las fallas valencianas.
El tamaño descomunal de esta pieza llama excesivamente la atención y la clara referencia al monarca atraía a hordas de gente que, como si de una atracción turística se tratara, querían sacarse una foto con él.
El galerista, en un intento vano de echar a los “turistas” que querían hacerse fotos con el ninot, protestaba que no se trataba de un circo, a lo que la gente respondía que, precisamente, qué iba a ser si no un circo.
Interesante expresión de un espectador normal y corriente que se siente apelado visualmente precisamente por la monumentalidad y potencia formal sin importar el por qué. El contenido conceptual también es claro; un ninot de las fallas es creado de manera majestuosa y llamativa con el único propósito de ser quemado al cabo de un año. La lectura asociativa a la figura del rey es clara en este sentido, no hace falta explicarla más. La denuncia sobre la monarquía y la posición política de los artistas se hace patente una vez hecha la asociación visual de los elementos. Se trata, de nuevo, de una obra que sale a atrapar al espectador, buscando llamar la atención y, sin quererlo, convirtiéndose en un circo.


Cucarachas en Benidorm
El siempre polémico y poco amigo de lo políticamente correcto Eugenio Ampudia, en la mítica galería madrileña Max Estrella nos presenta una obra compuesta por fotografías aéreas de edificios en construcción en las zonas de veraneo de Gandía y Benidorm como monstruos de masificación.
Ampudia realiza unos recortes en esas fotografías recreando una plaga de cucarachas dentro de las fotos. De nuevo, la asociación conceptual de la plaga de cucarachas con la expansión urbanística y la masificación de turistas se hace evidente al espectador. La brutalidad de su mensaje visual convierte a esta pieza en una obra que sale al encuentro directo del espectador, le da una bofetada, y se va, consiguiendo su objetivo de denuncia.
En la tendencia actual podemos observar una transición del arte que va del exceso de la obra que sale a “excitar” al espectador hasta llegar a la obra que se mueve en el ámbito de lo mínimo, que no salen a ese nivel 1 del encuentro sino que esperan a ser descubiertas por el observador que se detiene a apreciar lo insignificante.
En una reducción austera y minimalista, el espectador que quiera percatarse y desentenderse del aspaviento y lo mediático puede fácilmente encontrar obras de significación de lo mínimo, de lo pequeño y lo frágil, de la acción poética de las líneas y los tonos, y del encuentro íntimo del artista con la obra.


Finnbogi Péturson pone al servicio del espectador una de estas obras con la que es necesario interactuar para descubrir toda su belleza. Se trata de planchas de metal suspendidas en las paredes de manera que las voces de los visitantes que se acercan producen el movimiento de reverberación del sonido. También la obra de Adrien Lucca en LMNO realiza un juego de la percepción del color comparativa según la incidencia de la luz, lo cual ensalza una apreciación por las manifestaciones físicas más básicas del ser humano. Otro artista que presenta la poética de la austeridad del material es Paul Baumer de la galería Dürst Britt & Maylew con sus telas de lino teñidas de índigo en la que nos habla de la admiración por la sencillez de la tradición africana así como la vulnerabilidad y fragilidad del material y su proceso. Y sin duda Jaume Plensa en la galería Lelong nos regala un refugio de paz y quietud en medio del caos al encontrar una de sus cabezas de ojos cerrados cuya armonía y espiritualidad irradia una serenidad y reposo que atrae cualquier mirada.
Cabe destacar las piezas increíblemente elegantes de Wagas Khan que son un exponente de la sutileza. Los cuadros en blanco están aparentemente vacíos y, sin embargo, provocan que el espectador se acerque a descubrir una apariencia aparentemente ausente. La mirada cercana puede observar la levedad de unos dibujos en blanco sobre la superficie blanca, de dibujos de puntos y líneas de un detalle y delicadeza absolutos; el detalle invisible que permanece oculto al espectador distraído y sin embargo se desvela a quien se acerca a descubrir su misterio.


No podemos finalizar esta crónica sobre lo que se ha podido encontrar el “turista” o el “espectador” en ARCO 2019, sin antes mencionar la obra de Francesco Arena que exhibe un par de manzanas, elemento orgánico cotidiano que pasa desapercibido ante la mirada exhausta del espectador. Sin embargo Arena rescata del olvido estos elementos atrayendo la atención del espectador ante ellos y los posiciona encima de una plancha de metal espejado de un metro cuadrado y 20 cm de grosor imposible de pasar desapercibida que reza “People never notice anything”.


Esta puñalada al espectador le saca de su anestesia visual y le enfrenta con la cruda realidad de su situación. Estamos confundidos, aturdidos, a merced del ruido y de corrientes etéreas de vanidades que nos llevan de un lado a otro. Si tenemos que reconocer en algo a Duchamp y su fuente -lugar del donde emanan todas las controversias vinculadas al arte moderno-, es que llama la atención sobre lo ordinario convirtiéndolo en objeto artístico en un intento desesperado de significar lo insignificante y traer de vuelta al espectador a la realidad. La realidad en la que el arte no explica y nos significa.