En las pasadas entregas habíamos abordado la figura del vampiro desde la literatura, haciendo alusión a la obra que introduce al vampiro romántico en la era moderna, El Vampiro, de John W. Polidori, así como la obra cumbre de Bram Stoker, Drácula, no omitiendo a los reconocidos autores que, antes y después de Polidori, contribuyeron al desarrollo de la literatura vampírica.
En esta ocasión, continuaremos nuestro viaje adentrándonos en los orígenes mismos del mito vampírico, para tratar con ello de comprender la fascinación que el vampiro, esa expresión del arquetipo junguiano de La Sombra, ha causado en el ser humano desde tiempos quizás inmemoriales.
Una historia cultural
Desde tiempos ancestrales, las sociedades humanas han desarrollado creencias y supersticiones relacionadas con la muerte: desde aquellas que buscan religiosamente evitar el fin de la existencia, hasta aquellas que pretenden conseguir desesperadamente la inmortalidad. En este sentido, el temor a la muerte, los ritos vinculados a los enterramientos, el miedo a la depredación del cadáver, la idea de que la vida se encuentra en la sangre y la relación de ésta con diversas enfermedades, han constituido la base sobre la cual han surgido diversos mitos.
Es por ello que, en distintas culturas, hallamos seres fantasmagóricos, demoníacos o no-muertos, figura esta última más cercana en la antigüedad a nuestro concepto contemporáneo del vampiro, siéndonos posible encontrar vestigios sobre seres de esta naturaleza las creencias de las primeras civilizaciones humanas:
Los utukku. En la mitología mesopotámica propia de Sumeria y Acadia existían unos espíritus que podían ser buenos o malos, llamados por los acadios Utukku y por los sumerios Udug, demonios descendientes de Anu y Ki, y que eran portadores de enfermedades y plagas.
Los gules. El gul es un no muerto perteneciente a la tradición persa y árabe preislámica, y cuyos orígenes podrían remontarse a los gallu mesopotámicos, seres demoníacos vinculados a las enfermedades y las tormentas para los pueblos sumerio y acadio. Los gules árabes son necrófagos que habitan en sitios desolados y cementerios, ya que en el desierto pueden asumir la forma de un animal y desorientar a los viajeros para que mueran, y al mismo tiempo suelen profanar las tumbas para devorar los cadáveres. Existe también la creencia de que beben sangre y raptan niños para alimentarse de sus cadáveres, así como que es posible matarlos con el golpe de una espada, y que para la protección del cadáver de un recién fallecido es necesario vigilar la tumba y periódicamente hacer sonar campanas para ahuyentarlos.
A los gules los conocemos principalmente por la difusión en Occidente de La Historia de Sidi Nouman, dentro de Las mil y una noches, en que se narra la historia de Sidi Nouman, quien tras casarse con Amina, descubre horrorizado que es un gul luego de seguirla una noche y encontrarla, acompañada de otro gul, desenterrando y devorando un cadáver:
“Una noche, creyéndome mi esposa dormido, se levantó muy despacio y se vistió silenciosamente. Yo fingí dormir hasta que ella salió de la habitación, y entonces me levanté y desde la ventana pue verla que salía a la calle por una puerta secreta. Me vestí al instante y corrí tras ella hasta que entró en un cementerio, me subí a la pared, que era bastante baja y observé que Amina se hallaba en compañía de una repugnante vieja. Desenterraron entre ambas un cadáver que había sido sepultado aquel mismo día; la bruja arrancó de él grandes pedazos de carne, y las dos comieron juntas y sentadas al borde de la fosa. Terminado su repugnante banquete, arrojaron en la sepultura los restos del cadáver y los cubrieron con tierra. Yo, asustado ante la horrible escena que acababa de presenciar, volví a casa precipitadamente y me acosté fingiendo que dormía”.
Asimismo, no podemos ignorar la Historia del príncipe y la vampiresa y Honor de vampiro, que en Las mil y una noches abordan también el mito vampírico, desde otras perspectivas.
Lilith. Aunque todos conocemos en la actualidad la figura de Lilith, esta no surgió con el pueblo hebreo, ya que en Babilonia existía una leyenda similar, en la que se llamaba Lilitu, y era un demonio que se alimentaba de la sangre de recién nacidos. En la tradición judía, Lilith había sido la primera mujer de Adán, expulsada del paraíso por Yahvé al negarse a vivir sometida al hombre -aunque según otras versiones, fue ella quien abandonó el Edén-, por lo que su ser se tornó demoníaco, alimentándose de sangre, tanto de niños como de adultos. Al cohabitar con los hombres como un súcubo, engendraba a los llamados lilim.
La existencia de la mítica Lilith se desprende de una interpretación del Génesis según la cual Dios había creado simultáneamente a Adán y a Lilith, y no fue sino hasta después de abandonar ésta el Edén, que Dios creó a Eva:
Génesis 1:27. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Aunque generalmente se acepta que la tradición hebrea de Lilith surge de la figura babilónica de Lilitu, hay quien sostiene que también forman parte de sus orígenes la diosa Lamashtu, llamada por los sumerios Dimme, considerada una deidad perversa que se alimentaba de recién nacidos después del parto.
En Grecia. Si bien en la mitología griega no se habla de vampiros, en el inframundo se encuentran las sombras de los muertos, que son atraídas por la sangre, como podemos ver en la Odisea, cuando Odiseo cruza el Inframundo:
“Luego que hube suplicado al linaje de los difuntos con promesas y súplicas, yugulé los ganados que había llevado junto a la fosa y fluía su negra sangre. Entonces se empezaron a congregar desde el Erebo las almas de los difuntos, esposas y solteras; y los ancianos que tienen mucho que soportar, y tiernas doncellas con el ánimo afectado por un dolor reciente; y muchos alcanzados por lanzas de bronce, hombres muertos en la guerra con las armas ensangrentadas. Andaban en grupos aquí y allá, a uno y otro lado de la fosa, con un clamor sobrenatural, y a mi me atenazó el pálido terror.
A continuación di órdenes a mis compañeros, apremiándolos a que desollaran y asaran las víctimas que yacían en el suelo atravesadas por el cruel bronce, y que hicieran súplicas a los dioses, al tremendo Hades y a la terrible Perséfone. Entonces saqué la aguda espada de junto a mi muslo, me senté y no dejaba que las inertes cabezas de los muertos se acercaran a la sangre antes de que hubiera preguntado a Tiresias”.
Existen tres figuras particulares de la mitología helénica que no podemos ignorar: Empusa, la hija de la diosa telúrica Hécate, de apariencia monstruosa y que seducía a los hombres disfrazándose de mujer hermosa, para succionar su sangre mientras dormían; Lamia, hija de Belo y amante de Zeus, a quien Hera le asesinó a todos sus hijos, por lo que en venganza, se convirtió en una especie de serpiente que se alimentaba de la sangre de los niños; y Mormo, originalmente un espíritu maligno que atacaba a los niños malcriados, y que evolucionó para convertirse en una especie de vampiresa.
Las estirges. En la mitología romana, se trataba de un ser nocturno de cuatro patas, pico alargado y alas de murciélago, que se alimentaba de la sangre de niños y jóvenes. El folclore de Europa del Este adoptó el término y con sus variantes fonéticas denominó a criaturas míticas vampíricas, como el shtriga de Albania, el strzyga de Polonia o el strigoï de Rumania.
Los Jiang shi. Aunque tienen un parecido más cercano al zombi que al vampiro, estos no muertos de la cultura china surgen de una tradición en la que las familias de escasos recursos pagaban a sacerdotes taoístas para que les llevaran los restos de un familiar fallecido lejos. Como los vestían con atuendos funerarios especiales, estos cadáveres viajeros fueron la base a partir de la cual se creó el mito de los no muertos que permanecían en este mundo como resultado de una muerte violenta, ciegos, y que al morder a una persona, ésta se convertía también en un cadáver viviente.
Los vetala. Para la mitología de la India, se trata de espíritus malignos que rondan los cementerios y pueden poseer tanto a los vivos como a cadáveres. Pueden predecir el futuro, conocer el pasado y el presente, por lo que son usados por hechiceros y adivinos. Se cree que se originan cuando no se hacen los ritos funerarios a los antepasados fallecidos. La fuente más conocida de información sobre ellos es el Vetala pancha vimsatika, –Los veinticinco vampiros-, escrito en sánscrito y narrado por un supuesto vetala.
Es en la lengua eslava donde encontramos la etimología de la palabra vampiro, procedente de vampir“.
Países eslavos. En Europa Oriental, desde Rusia hasta los Balcanes, existe toda una tradición folclórica sobre el vampirismo, fenómeno que se originaba según algunas variantes: Por suicidio o haber sido excomulgado antes de morir, ser enterrado sin seguir los ritos, haber sido concebido en ciertos días, profanar una festividad religiosa, o si un gato saltaba sobre una tumba o se ingería carne de oveja que hubiera muerto por un lobo.
Como respuesta a la amenaza del vampiro, los pueblos eslavos idearon diversas soluciones: formar un surco alrededor del pueblo con una yunta de bueyes dirigida por dos gemelos, clavar en el suelo de la casa de un fallecido un clavo y romper un huevo, subir una colina hacia atrás portando una vela encendida y una tortuga, o rodear una tumba con un hilo rojo de lana y luego quemarlo.
Es de hecho en lengua eslava donde encontramos la etimología de la palabra vampiro, procedente de vampir, que a su vez proviene del arcaico oper, que alternativamente significa ser volador y chupar.
En Rusia. Llamados vurdalak, atacan a sus familiares y pueden convertirse en mariposas, pero no necesariamente se alimentan de sangre. Incluso existen creencias alusivas a brujas que podían convertirse en vampiresas durante las noches, sin necesidad de estar muertas.
En Serbia. Los vampiros comienzan como una sombra que, alimentándose de sangre, puede asumir una forma humana, e incluso procrear. Así, los hijos de los vampiros pueden detectar a otros vampiros.
En Albania. La shtriga es una vampiresa que se convierte en insecto volador para absorber la sangre de los niños, causar graves enfermedades y llevar la muerte. En la tradición albanesa, generalmente son mujeres de rostro desfigurado.
En Bulgaria. Los vampiros son espíritus y se cree que es posible matarlos mientras se encuentran en desarrollo dentro del cadáver, por lo que debe recurrirse a una bruja o a un hechicero para que pueda engañarlo y destruirlo antes de que se convierta en una amenaza para todo el pueblo.
En Rumania. Los strigoï pueden estar vivos o muertos. En el primer caso, se trata de brujas con dos corazones que pueden desprenderse de sus almas por las noches y se alimentan de sangre, en el segundo caso, se trata de cadáveres que atacaban a sus familiares.
En Grecia. La tradición griega ubica a los βρυκόλακας -vrykolakas-, también llamados καταχανάδες -katakhanades-, en la isla de Creta, tratándose de cadáveres que regresaban a la casa familiar para alimentarse de la sangre de sus parientes.
En Alemania. El alp es un espíritu, por lo general masculino, con capacidad para cambiar de forma y poseer cuerpos de otros por las noches. En la región fronteriza con Polonia, se hablaba de los upier, figura muy similar a la del vampiro en los países eslavos.
En países escandinavos. En la mitología nórdica existe la figura del draugr, un no muerto que habitaba en tumbas de guerreros vikingos y poseía cadáveres, con fuerza sobrehumana, capacidad para predecir el futuro y controlar el clima, y que se alimentaba con la sangre de los vivos.
En España y Latinoamérica. La falta de una tradición folclórica propia alusiva a los vampiros en Europa Occidental, no ha impedido la transmisión de elementos propios del folclore eslavo, por lo que en España podemos escuchar sobre la Guaxa asturiana, la Guajona de Cantabria o el Dip catalán.


En América, durante la época precolombina, encontramos a las cihuateteo de la mitología azteca, espíritus femeninos que robaban a los niños durante el parto y tenían sexo con los vivos, y al Camazotz maya, una especie de dios con forma de murciélago que se alimentaba con sangre, y cuyo equivalente en Costa Rica era el Dukur Bulu.
En Brasil existe la creencia en la zaolas, con forma de jaguar que se alimentan con sangre; en Chile el antiguo pueblo mapuche estableció el mito del pihuychen y del famoso El cuero, conocido como Trelke-wekufe; en la región andina se cree en los jencham y en el pishtaco, hombres sanguinarios transformados en murciélagos que habitaban las cavernas; y en la región caribeña existen creencias relativas a las soucoyant (Trinidad y Tobago), la Tunda y la Patasola (Colombia), que son figuras femeninas malignas.
De la mitología primigenia a la modernidad
El mito vampírico, si bien recibió distinto tratamiento en cada pueblo donde se creía en la existencia de seres malignos que se alimentaban de los vivos, se enraizó profundamente en algunas culturas, y prueba de ello es la firme creencia que hubo, por ejemplo, de que Jure Alilovic o Arnold Paole fueron vampiros reales, siendo estos los casos más celebres de vampiros documentados entre los siglos XVII y XVIII.
Mención especial merece Dom Agustin Calmet, el famoso abad de Senones que escribió su muy conocida obra Dissertations sur les apparitions des anges, des démons & des esprits et sur les revenans et vampires de Hongrie, de Boheme, de Moravie & de Silesie, donde abordó el tema vampírico, y que ha pasado a la posteridad como el gran tratado sobre los vampiros -aunque cabe señalar que Calmet se basó en anécdotas e historias populares-, no obstante que Voltaire la criticó mordazmente.
Dom Calmet se refería así a los vampiros en su obra de 1746:
“Los vampiros son hombres muertos desde hace un tiempo considerable, que salen de sus tumbas e inquietan a los vivos, les chupan la sangre, se les aparecen, provocan golpes en sus puertas y en sus casas y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de upires, que en eslavo significa sanguijuela”.
En ese mismo Siglo de las Luces, en la Enciclopedia se incluyó una definición del término vampiro:
“Vampiro. Es el nombre que se le ha dado a pretendidos demonios que se succionan durante la noche la sangre de cuerpos vivos y la llevan a cadáveres en los que puede verse la sangre salir de la boca, nariz y los oídos. El padre Calmet hizo sobre el tema una obra absurda de la cual no se le hubiera creído capaz, pero que sirve para demostrar hasta qué grado el espíritu humano se deja llevar por la superstición”.
Por su parte, Voltaire se refirió al tema en su Diccionario filosófico de 1764:
“Los vampiros eran muertos que salían del cementerio por la noche para chupar la sangre a los vivos, ya en la garganta, ya en el vientre, y que después de chuparla se volvían al cementerio y se encerraban en sus fosas. Los vivos a quienes los vampiros chupaban la sangre se quedaban pálidos y se iban consumiendo, y los muertos que la habían chupado engordaban, les salían los colores y estaban completamente apetitosos. En Polonia, en Hungría, en Silesia, en Moravia, en Austria y en Lorena eran los países donde los muertos se daban estos banquetes. No se oía hablar de vampiros en Londres y menos en París. Confieso que en estas dos ciudades hubo agiotistas, usureros, gente de negocios, que chuparon a pleno día la sangre del pueblo, pero de ningún modo estaban muertos, aunque sí corrompidos. Esos verdaderos chupasangres no moraban en los cementerios, sino en palacios muy agradables”.
Finalmente, y aunque no simpatizaban, similar a la opinión de Voltaire, fue la que Jean-Jacques Rousseau plasmó en una carta que dirigió en 1762 al Arzobispo de París, Christophe de Beaumont, donde refería:
“Si hay en el mundo una historia acreditada, ésa es la de los vampiros. No le falta nada: testimonios orales, certificados de personas notables, de cirujanos, de curas, de magistrados. La evidencia jurídica es la de las más completas. Con todo, ¿quién cree en los vampiros? ¿Seremos todos condenados por no haber creído en ellos?“
Y es justo en este punto, frente al desprecio de los pensadores ilustrados y ante la arraigada creencia popular, que comienza la literatura vampírica.