Ya se está marchando de nuestras pantallas el sinvergüenza de Marvel, el mercenario bocazas. El que se quedaba fuera de las fiestas de la Mansión X por estar en casa; provocándose en la soledad de su alcoba la petite mort con un unicornio en miniatura. Este es, ha sido y será Deadpool, el alter ego de Wade Wilson; un antiguo soldado de las fuerzas especiales -reconvertido en caza recompensas- que para superar un cáncer terminal se somete a un experimento que le hará mutar hasta alcanzar la total inmunidad a cuchilladas, balazos y desmembramientos varios.
Deadpool ha sido el fenómeno -con algunas flatulencias, muebles de Ikea y chistes chuscos de por medio-, que durante los últimos meses ha estado machacando cráneos y reventando taquillas por doquier. Ha sido el responsable de traer medio locas a las madres de los teens de nuestro país. Antes, los fines de semana por la tarde, durante un par de horas, estas mamás y papás volvían a descubrir el sabor del tiempo, como Momo en Momo. Ahora que el “+18” amenaza a los superhéroes, por culpa de aquel género de familia que sigue recurriendo a la calificación oficial por edades de la ICAA como los judíos ortodoxos al Talmud para decir “NO”, los padres están teniendo que pasar horas imprevistas con sus hijos; que sedientos de sangre van recorriendo los centros comerciales en busca de cualquier mascota de Disney al que arrearle una patada.
Pero no solo las familias de clase media con unas gotas de moral en el espíritu están preocupadas por la previsible llegada en masa de esta nueva hornada de superhéroes zafios, con déficits afectivos severos y con admirables condiciones para la gestión de tacos. La industria del comic está asustada. Empezando por Brian Medis, guionista de Marvel, quien ve en este éxito un peligro potencial a los héroes de bandera americana, tan del gusto de Michelle Obama y Donald Trump cómo de Mel Gibson y de la liberalísima Madonna. Hablamos de ese punto en común que nosotros no descubrimos hasta que Iniesta viajó a Sudáfrica pero que lleva siglo y medio “uniendo” a un tejano con un hípster en chanclas y canuto en mano de San Francisco.
Hablamos de la bandera, caballeros. Un género importante de héroes y directores de Hollywood, hasta hace dos días, no podían considerar una película por cerrada hasta que las barras y estrellitas ondeaban a sus anchas en la pupila de un rostro sereno; esculpido en la piedra de la historia.
“Esa secuencia ha costado 50 millones de dólares. Es record Guinness, muchacho. Así que quiero la puta bandera a todo trapo en la pupila de Henry Cavill. ¿Entendido?”.
Tim Miller, director de Deadpool, y los que han avalado este proyecto parecen haber venido no solo a terminar con las banderas locales, sustituidas por una letanía de improperios y carcajadas por y para los chiquillos de China y Chinchón. Se han propuesto destrozar al héroe clásico, haciendo un mixto con huevo tal, que a los espectadores que vivimos esta ¿amarga? ¿dulce? transición de la épica a un nuevo y más violento American Pie, solo nos queda una soberana duda al final de los créditos.
¿Deadpool es una película de un héroe, un antihéroe o un villano?


Primera duda ontológica sobre la heroicidad en Deadpool: la lucha contra el mal
A Deadpool no le mueve ni un ápice el poner sus facultades heroicas al servicio de la lucha contra el mal. El leitmotiv de este antiguo marine, convertido en mercenario y posteriormente en mutante, no es otro que vengar el trastorno ocasionado por parte de Ajax, su principal enemigo, en el Departamento K; quién a través de todo tipo de pruebas fatídicas, lindando siempre con la muerte, terminará por destrozarle el cuerpo hasta un estado de deformidad total. A través de éste doloroso método es como consiguen sacar los poderes a los que sobreviven en este laboratorio de maniacos y los meten a formar parte de una plantilla muy chunga para hacer cosas muy malas.
La cuestión es que no hay motivaciones en Deadpool de guardar o preservar un ideal de nación, ciudad o identidad noble, como vemos en otros héroes. El personaje que interpreta Ryan Reynolds se mueve en la perpetua inmoralidad, acentuada por el cinismo y la soberbia cuando se enfunde las mayas, lo que le convierte en un perfecto imbécil que solo divierte a ratos y del que exaspera su pasión por la pólvora. La única motivación que parece quedar clara desde la primera escena para este personaje es que corra la sangre como el vino en Caná hasta que dé con su enemigo y le destruya.
Segunda duda ontológica sobre la heroicidad en Deadpool: las motivaciones de su máscara
Llevar máscara para Spider-Man, Batman o las gafitas de quita y pon de Superman responde, entre otros motivos, a la importancia de guardar la identidad mundana para el héroe. El estar dentro de la ley por el día es lo que les permite tener una concepción y un ideal sobre la misma ley, forzándoles a un uso “prudencial” de sus habilidades extraordinarias por la noche. Los tres, por poner los ejemplos más característicos para el público general, se mueven en su vida sujetos a las estrecheces y avatares de lo cotidiano. Exactamente igual que tú y yo.
¿Quién no se ha enternecido con los problemas de Peter Parker para pagar el alquiler en Spider-Man 2? ¿Acaso hay esperanzas de poseer una generosa cuenta corriente para un pseudo becario como Clark Kent en el Daily Planet? ¿Puede la ciudad de Gotham permitirse que un ricachón como Bruce Wayne se engorile y despilfarre toda su fortuna en señoritas y sustancias alucinógenas, abandonando su labor filantrópica para con sus conciudadanos?
Wade Wilson lleva máscara por narcisista y cobarde.
Su rostro deforme es cubierto por la vergüenza y miedo al rechazo de su “no poderosa” Copycat, a quién en la película no se acerca con la valentía y arrojo que cabe esperar de un héroe o de una persona que desee luchar por el otro, sino que se le ve persiguiéndola por las calles como una sombra oscura y encapuchada.
Por otro lado, Wade Wilson, antes de alcanzar la inmortalidad, se ocupaba de propiciar palizas y cobrar por ello. Nada de becario, reportero gráfico o circunspecto benefactor. Su máscara oculta, como en un villano, su identidad delictiva. Su día era perverso al igual que su noche. El único atisbo de salir de sí mismo y ser lo que fue llamado a ser como persona alguna vez, queda reservado a los retozos en el catre con Copycat, lo que le impregna de un toque morboso que rebaja cualquier reflexión sobre el amor.
Tercera duda ontológica sobre la heroicidad en Deadpool: el desapego hacia la comunidad
La factoría Marvel tiende a apiñar a su talento mutante en grupos, institutos o misiones donde unos y otros, a pesar de las rencillas por ver quién conquista a la Zorra Plateada, terminan coordinando fuerzas para vencer a un mal común. Deadpool muestra en numerosas ocasiones que va por su cuenta, que lo único que le interesa de las enseñanzas de Charles Francis Xavier –el profesor “X”- es esta lujuriosa vigesimoquinta letra del abecedario. Los esfuerzos de Coloso, el hombre de acero de talante dialogante, caen constantemente en saco roto con Wade Wilson, que solo al final se ofrece para alguna colaboración puntual siempre y cuando el parné o el erotismo vayan por delante.
Este nuevo desapego hacia lo ideales clásicos, que eran aquellos que unificaban las concepciones del espectador sobre los súper héroes en contraste con la realidad, dan la bienvenida a un caldo de modernidades de trama blanda y pestilentes resurrecciones del viejo humor. Teta, culo, pedo y pis. Gags de las peores secuelas de Scary Movie con tropezones de violencia. De ahora en adelante esté es el menú que nos tendremos que tomar cada vez que vayamos al cine a ver lo que era una de “héroes y acción”. Héroes, antihéroes o villanos. ¿Qué más da lo que sea? Tú paga, ríe y excítate todo lo posible.
Deadpool, inspirado en el fenómeno HBO
Los productores y distribuidores de películas de cine, series y sus versiones pirateadas, decidieron hace ya un par de décadas que los televidentes teníamos que pagar el peaje de lo sórdido si queríamos acceder a sus productos. Si queremos estar a la moda en los corrillos de seriéfilos de pacotilla. Para apreciar “en plenitud” la historia que nos tienen que contar, para no perderte ni un solo detalle sutilísimo de la trama, te tienes que tragar a Daenerys Targaryen, Reina de Dragones, ser sodomizada por Khal Drogo.
Y en esta justificación injustificable desde el punto de vista artístico entendemos el emporio de la HBO, cuyo mérito narrativo para entretener a la gente solo es empañado por tratar de reconstruir Sodoma en todos los capítulos de sus primeras temporadas. En este espejo se miran algunas producciones porque saben que así se engancha a los millones de euros y millones de personas. Así se pagan las facturas. Así sigue la serie hasta donde el hombre quiera.
Deadpool ha tirado por aquí, cojeando más por lo escabroso que por el juego de coitos. Pero todo se andará. Una segunda entrega ya se está cociendo. Una oportunidad para disponer de una colección de tetas mucha más generosa “que las que hacen bulto en telecinco” es posible.