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De mitos y monstruos: la inspiración de Mary Shelley para Frankenstein

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En la introducción a la edición de Frankenstein o el moderno Prometeo de 1831, Mary Shelley escribió:

“Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo”.

Este año, bicentenario de una de las obras de terror más trascendentales que nos legó el romanticismo, nos convoca a rememorar no sólo la construcción literaria, la difusión y la notable influencia que Frankenstein tuvo para las generaciones de escritores que siguieron a su publicación en 1818, sino para analizar la figura misma del monstruo, de la creación impía de Víctor Frankenstein con la que intentó conseguir un viejo anhelo humano: Vencer a la muerte y ser capaz de crear vida a partir de materia inerte.

En ese sentido, es indudable que encontraremos parte de la inspiración de Mary Shelley, además por supuesto de hallarla en el galvanismo y los experimentos de Andrew Crosse y Alessandro Volta, en algunos de los mitos clásicos y en las tradiciones y leyendas propias de diversas culturas, ya que las ideas de impedir la muerte y crear vida han estado presentes siempre en el imaginario humano.

Prometeo encadenado. Rubens

Prometeo: el portador de la luz

Ya desde el título de la obra, Mary Shelley hace una clara alusión al antiguo mito griego de Prometeo, el Titán hijo de Jápeto y Clímene, creador del ser humano, cuya historia ha llegado hasta nosotros a través de autores como Hesíodo, Apolodoro, Esopo, Ovidio, Platón y Esquilo.

Cuando Prometeo y su hermano Epimeteo recibieron la orden de Zeus de formar criaturas para poblar la tierra, Epimeteo creó una amplia diversidad de seres dotados de los dones que Zeus les había dado, mientras Prometeo se dedicaba exclusivamente a la creación cuidadosa a partir del barro de un ser semejante a los dioses, pero al que no pudo proveer de los dones dados por Zeus, al haber sido estos empleados por Epimeteo para sus criaturas. De esta forma, el Titán sintió pena por su creación, y en un engaño a Zeus, sacrificó un buey pero reservó la carne y las vísceras para él mismo y la humanidad, entregando sólo huesos cubiertos de grasa a los dioses. Zeus, furioso por el engaño, prohibió el fuego a la humanidad, por lo que Prometeo decidió robarlo y, subiendo al monte Olimpo, lo robó del carro de Helios y lo entregó a la humanidad en una rama de hinojo, para que pudiera con ello calentarse. En el Protágoras de Platón se afirma que el robo del fuego fue para dotar a los humanos de medios de subsistencia, puesto que Prometeo había robado también las artes de Hefesto y Atenea, que sin el fuego resultaba imposible ejercer.

Zeus, indignado por el hecho, ordenó a Hefesto que hiciera una mujer de arcilla, a la que llamó Pandora, y que le fuera entregada a Prometeo con una caja que había sido regalada por Hermes, que secretamente contenía todas las desgracias con que Zeus quería castigar a la humanidad. Prometeo sospechó y rechazó a Pandora, que le fue dada a Epimeteo, quien trató inútilmente de persuadirla de no abrir la caja, con los resultados que todos conocemos. Posteriormente Zeus hizo que llevaran a Prometeo al monte Cáucaso, donde Hefesto le encadenó, con ayuda de Bía y Cratos, para que un águila enviada por el propio Zeus se comiera el hígado del Titán, quien siendo inmortal, padecía diariamente el mismo sufrimiento. La condena duró treinta años, hasta que fue liberado por Heracles, quien iba camino al jardín de las Hespérides, y con la complacencia de Zeus, Prometeo regresó al Olimpo, llevando con él la roca a la que había sido encadenado.

Se ha hecho un paralelismo entre la figura del Titán creador de la humanidad y la judeocristiana de Lucifer, que pese a no ser llamado con ese nombre en el Tanaj judío, la equiparación teológica cristiana lo ha adoptado para su propia tradición. Tanto en Prometeo como en Lucifer encontramos a un portador de la luz, de la iluminación, que desafía al Creador y sus decisiones, y por ello es castigado. En la obra de Shelley, Víctor Frankenstein sería un nuevo Prometeo, que encuentra en su creación el modo de superar la muerte y de equipararse al propio Dios como dador de vida, pero una vida que, carente del consentimiento divino, deviene en un ser sin alma, en una monstruosidad.

Pigmalión y Galatea. Galba.

Pigmalión: el ser en la estatua

Otro mito clásico que muestra el deseo humano por crear vida a partir de materia inerte es el mito griego de Pigmalión, cuyos vestigios más antiguos se encontrarían en una obra perdida de Filostéfano de Cirene llamada Sobre los sucesos maravillosos acaecidos en Chipre, de acuerdo con Arnobio y Clemente de Alejandría, pero que se conoce principalmente por Ovidio, quien en Las Metamorfosis nos describe la leyenda de un escultor chipriota –o Rey de Chipre, según otras versiones- quien había buscado durante mucho tiempo una mujer perfecta para convertirla en su esposa.

Al no gustarle ninguna mujer, decidió no casarse y dedicarse a la escultura para compensar la soledad. Siendo así, esculpió una figura femenina perfecta, a la que llamó Galatea, siendo tan hermosa a los ojos de Pigmalión, que éste terminó enamorándose perdidamente de ella y suplicando a los dioses que le dieran la vida. La diosa Afrodita se compadeció del escultor y, en sueños, le concedió su deseo. Refiere Ovidio:

Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos”.

El escultor encontró la felicidad casándose con su creación y procreando una hija, Pafo. En este mito encontramos un profundo anhelo de dotar de vida a lo inerte, a la materia fría e insensible, deseo que en la obra de Shelley se vuelve realidad a partir de la unión de restos humanos.

Fotograma de la película El Golem, de Paul Wegener y Carl Boese. 1920

El Golem: La palabra que da vida

Otra creación profana relacionada podría ser el golem, que en la tradición judía se refiere a un ser formado a partir de barro o arcilla y que constituye un ser incompleto. La propia palabra golem, del hebreo guélem, significa materia.

La leyenda perteneciente al folclore asquenazí más conocida es aquella que se refiere al rabino Judah Loew ben Bezalel, el Maharal de Praga, un maestro de la ley mosaica que vivió en Praga durante el siglo XVI, y de quien se cree que formó un golem de barro que cobraba vida a partir de combinaciones cabalísticas de letras que representaban los nombres de Dios y que eran escritas en un papel que se depositaba en el interior del coloso. El golem realizaba entonces diversos trabajos y protegía al gueto de Praga de las persecuciones. La leyenda popular checa afirma que los restos del golem se encuentran todavía en la sinagoga Altneuschul de Praga, y que podrá ser devuelto a la vida cuando el pueblo lo necesite.

A diferencia de Pigmalión, la creación del golem judío no obedece a un deseo personal, sino a la necesidad colectiva, a un anhelo de protección y seguridad del perseguido pueblo judío de la Europa Central de la época, y su creación, que coincide con Galatea por cuanto es a partir de materiales maleables y esculpidos por un creador, no requiere de avances tecnológicos o fuerzas naturales controladas por la voluntad humana, como en Frankenstein, sino que recurren a la divinidad, sea en forma directa como en los ruegos de Pigmalión, o mediante los ritos esotéricos de un rabino. Y sin embargo, la ausencia de la creación divina por sí misma, hace que ambos seres representen la artificialidad propia de los constructos humanos: Por ello Galatea puede ser convertida en estatua por Afrodita nuevamente, y el Golem es un ser incapaz de hablar, carente de alma e inteligencia, imperfecto como la propia naturaleza humana que se pretendió semejante a Dios al crearle.

Borges en su poema El Golem, escribió:

Tal vez hubo un error en la grafía
O en la articulación del Sacro Nombre;
A pesar de tan alta hechicería,
No aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

El rabí lo miraba con ternura
Y con algún horror. “¿Cómo (se dijo)
Pude engendrar este penoso hijo
Y la inacción dejé, que es la cordura?”

No podemos omitir que esta antigua tradición judía ha sido la base de importantes aportaciones culturales, particularmente la obra de Gustav Meyrink “El Golem”, de 1915, y la película del expresionismo alemán “El Golem”, de Henrik Galeen –el guionista del Nosferatu de Murnau- de 1920.

El Homúnculo. Ilustración para Fausto de Goethe.

La alquimia crea al hombre

Finalmente, no podemos concluir este breve análisis sin referirnos a las leyendas medievales que hablan de la posibilidad de crear formas humanoides a través de procesos alquímicos, formas a las que se ha denominado homúnculos. La leyenda más conocida afirma que Paracelso, el famoso alquimista suizo del siglo XVI, fue capaz de crear un hombrecillo de aproximadamente 30 centímetros de altura a partir de carbón, mercurio y pelo o piel humanos, enterrados alrededor de estiércol de caballo durante cuarenta días. Otro método de creación consistía en arrancar raíces de mandrágora cuyo crecimiento hubiera involucrado el último esperma de un ahorcado, y nutrirla con sangre, leche y miel, pero la forma más popular de creación del homúnculo es aquella que involucra un huevo puesto por una gallina negra al que se inserta esperma humano y se entierra en estiércol durante treinta días, contados a partir del primer día del ciclo lunar de marzo. Resultado de estos procesos alquímicos sería una forma humanoide diminuta que sería capaz de auxiliar a su creador en labores domésticas.

La posibilidad de crear vida a partir de la experimentación alquímica resultó fascinante para la época, puesto que fue la base para considerar que en el esperma habitaban miles de humanos minúsculos que sólo debían pasar una temporada dentro del vientre femenino para desarrollarse.

Las referencias que vinculan al homúnculo alquímico con la obra de Shelley son variadas: Por una parte se afirma que tanto William Godwin, su padre, como Percy Shelley, su marido, tenían conocimiento sobre Paracelso y la alquimia medieval. Por otra parte, se cree que Conrad Dippel, un alquimista que había vivido en el Castillo Frankenstein, en el voivodato de Baja Silesia, en Polonia, y quien se ha afirmado que pudo haber sido la inspiración para Víctor Frankenstein, había sido discípulo de David Christianus, célebre alquimista del siglo XVII a quien se atribuía haber creado un animalúnculo.

En la literatura, encontramos en el Fausto de Goethe, obra contemporánea a la de Shelley, una expresión de la creación del homúnculo, cuando Wagner, el discípulo del doctor Fausto, crea mediante complejos procesos alquímicos, un diminuto ser humano que es capaz de conversar con Mefistófeles:

Wagner.- (A Mefistófeles) ¡Ved cómo brilla! Ahora sí que se puede confiar en que, por la mezcla de cientos de ingredientes –puesto que esto es una mezcla-, compondremos la materia humana, la encerraremos herméticamente en un alambique y la destilaremos en su justa medida. Así, serenamente, la obra habrá sido culminada. ¡Todo va saliendo! La masa se va aclarando, mi convicción se confirma cada vez más. Aquello que se considera secreto en la naturaleza, voy a probarlo de modo racional, con osadía, y lo que ella antes organizaba por su cuenta, ahora lo voy a hacer cristalizar.

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Homúnculo.- (A Wagner) ¿Qué tal, papaíto? Ya veo que no ha sido una broma. ¡Ven y abrázame con ternura contra tu pecho!, pero no lo hagas muy fuerte, no sea que se rompa el vidrio. Fijaos en la naturaleza de las cosas: mientras a lo natural ni siquiera parece bastarle el mundo, lo artificial sólo requiere un reducido espacio. (A Mefistófeles). Primo, ¿Te ha dado por llegar en el momento justo, eh, sinvergüenza? Te lo agradezco. La buena suerte te ha traído aquí con nosotros. Ya que existo, he de mostrarme activo. Quiero afanarme enseguida a trabajar. Tú eres capaz de acortarme el camino.

La alusión de “primo” que el homúnculo hace a Mefistófeles, invariablemente nos recuerda el halo diabólico que para el pensamiento medieval tenía la alquimia, relacionada con saberes arcanos encaminados a la transmutación de los metales y la eterna juventud. A diferencia del Golem, el homúnculo parece ser igual a un ser humano, sólo que en un tamaño reducido, pero dotado de inteligencia, capacidad para hablar y darse a entender, y con voluntad propia. No obstante, la creación de Wagner sigue más cercana a lo profano que a lo divino, por cuanto representa la creación de un ser impío ajeno a la voluntad del Creador, en un intento por asemejarse a Él.

Es así como podemos ver que Mary Shelley en su obra cumbre, creó a Víctor Frankenstein y a su monstruo como objetos de la pretensión humana de superar la muerte, de ser igual a Dios y capaz de crear vida, intenciones que no hacen sino remitirnos a temores básicos y comunes a toda la humanidad: el temor a la muerte, a la separación y a la incertidumbre de la vida más allá de la muerte. En ese sentido, con sus claras vicisitudes, Galatea, el Golem o el homúnculo alquímico, responden a un mismo afán humano, y quien lograra esa creación, habría de convertirse en el moderno Prometeo, el que traería luz a la humanidad.

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Orgulloso nativo de la Ciudad de México. Abogado de profesión, burócrata por ocupación, luterano, estudioso de la Filosofía, la Teología y la Psicología. Apasionado de las letras, la narrativa histórica, el terror y el horror cósmico, lector asiduo de Nietzsche, Kafka y Lovecraft. Combino la docencia universitaria con la política, atento a Octavio Paz, guardando distancia con el príncipe. Seguidor de Schopenhauer, pero creyente en Facundo Cabral.

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