La película de Nana Wang es posiblemente el largometraje más sorprendente de la temporada, si bien juega en un liga muy distinta, más relajada, que la también asiática Parasites, el chiste de tres horas de Tarantino, la maravillosa A rainy day in NY o la recién estrenada The irishman. Sin embargo, eleva su género lo suficiente como para merecer un sitio junto a estas tres y superarlas en no pocos aspectos.
Quizá sea porque es la opera prima de Wang o quizá por la distinta estética asiática, el caso es que The Farewell se niega una y otra vez a amoldarse a lo que entendíamos, hasta ahora, por “comedia familiar” (sentimentalizados divorcios y adolescencias simplonas, fundamentalmente). Porque aquí se trata la moral, la tradición, el sufrimiento y el conflicto individuo-comunidad y se hace de cara y a carcajadas. Se nos introduce también en la China actual, sin tabúes ni propaganda del mundo libre, sino con añoranza (!). No se queda en eso, la yugular la marca el drama de la artista detrás de todo el proyecto que es también el de varios cientos de millones de personas, uno de los dramas más actuales e ignorados: el del emigrante.
En un mundo en que Estados Unidos se vanagloria de estar fundado, ejemplarmente, por inmigrantes de mil naciones, y se llegan a plantear, aceptada ya la emigración como una suerte de festiva apertura al otro, el multiculturalismo, la globalización o la “ciudadanía mundial” como lo más de lo más, The Farewell se mete hasta el cuello en retratar todo lo doloroso del asunto. No lo hace aleccionando sobre la dramática necesidad de emigrar ni sobre el egoísmo del primer mundo. Y casi ni se detiene en los avatares del viaje o la extrañeza del recién llegado. No, nos habla de desarraigo, de identidad destruida, de dolor y añoranza de la tierra de los padres, lo hace desde su vida, que es la de la niña salida de china a los seis años y educada en los EEUU, con carrera y mil becas, que habría preferido quedarse en China.
No cuento más, vedla. Teniendo en cuenta que la migración china alcanza más de 50 millones de emigrados solo en las últimas décadas del siglo XX (y sumando), tendría que verse esta película como algo inevitable. Es aire fresco que imprevisiblemente se adentra en el cine del XXI. Que hasta en Sundance se hayan dado cuenta no sorprende lo más mínimo.