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Taxi Driver, hombre occidental en busca de sentido

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“Por la noche salen bichos de todas clases: furcias, macarras, maleantes, maricas, lesbianas, drogadictos, traficantes de droga… Tipos raros. Algún día llegará una verdadera lluvia que limpiará las calles de esta escoria”. Este demoledor texto surgió de la alcoholizada mente de Paul Schrader en 1973.

‘Taxi Driver’ (1976), la obra maestra de Martin Scorsese, se gestó en la perturbada psique de un Schrader divorciado, desempleado, perdedor, alcohólico y “a punto de volverse un psicópata”, en sus propias palabras. Bien es cierto que las drogas han sido fuente de inspiración para exultantes autores, como Hemingway o Bukowski. Aunque también es verdad que a otros, como Edgar Allan Poe, les anulaba por completo.

De una forma u otra, a Schrader no le funcionó del todo mal el caldo de Dionisio con el que regó sus neuronas esos fatídicos años. Hoy convertida en película de culto, ‘Taxi driver’ es la reivindicación cruda contra la nada que nos rodea, contra los transeúntes sin destino ni alma, las luces de los anuncios que nos ciegan y la mierda que nos ahoga.

‘Taxi driver’ es, probablemente sin quererlo, una alegoría de lo que estaba sucediendo en la propia industria cinematográfica del momento. Los valores clásicos del viejo Hollywood habían encontrado fecha de caducidad y el Nuevo Hollywood, encabezado por Francis Ford Coppola, Brian de Palma, Steven Spielberg, George Lucas o Martin Scorsese, empezaba a trazar el nuevo camino del séptimo arte americano.

El protagonista de la cinta es Travis Bickle (Robert de Niro), un ‘guardián entre el centeno’ neoyorquino, un ser solitario que vaga con monotonía por unas calles llenas de gente pero vacías de sentido. Travis es tal vez la demostración definitiva de que el ‘superhombre’ de Nietzsche no existe o que, de hacerlo, sería un psicópata.

Este taxista solitario encuentra un primer y obsesivo motivo por el que tomarse la vida con otra filosofía: “Ella”. Una Cybill Shepherd que deslumbra con cada mirada y contonea su pelo en slow motion. Si me preguntan qué es el amor, diré que son los acordes de Bernard Hermann cuando aparece “ella” en pantalla.

Y cuando Eros escapa, Travis se encuentra sólo ante el espejo. “¿Me estás hablando a mí?”, pregunta una y otra vez. Ha subido cada peldaño de la pirámide de Maslow y al llegar arriba descubre que lo andado no significa nada. “Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”, dijo Nietszche.

Según Schrader, Travis reflejaba la intransigente soledad que le atenazaba a comienzos de los 70. “La soledad me ha seguido toda mi vida. A todos lados. En las tabernas, en los autos. Por las aceras, en las tiendas. Por todos lados. No hay manera de escapar de ella. Dios me hizo un hombre solitario”, dice el protagonista en un momento de la película.

¿Es la soledad una epidemia de la sociedad informacional? Algunos estudios así lo corroboran . Las redes sociales y la interconexión online constante no contribuyen a paliar esta paradoja. Solitarios, con las necesidades básicas cubiertas y los sueños enclaustrados en los libros de Coelho, ¿qué nos queda?

Esa pregunta básica es la que formula Travis, que se erige finalmente como el mártir redentor de una sociedad putrefacta y en la que no tiene cabida. Jodie Foster, que interpreta a Iris, una prostituta menor de edad, será quien alimente un nuevo sentido en la vida de Travis. De la misma manera que Sonia salvó en Siberia a Raskólnikov de una nada asegurada.

Travis, actuando al margen del sistema, amaga con cargarse al candidato presidencial al que apoyó cuando estaba enamorado. Tal vez porque representaba precisamente el fin de los sueños o ese perverso sistema que le producía insomnio y náuseas. La explosiva acción final esconde cierta contradicción, pues esa ruptura abrupta del contrato social que lleva a cabo se traduce, en realidad, en el reconocimiento y la aceptación por parte de esa sociedad con la que nunca se identificó.

Quizá Travis hubiera encontrado su sentido mucho antes de haber conocido a un psicólogo decente. Alguien como Viktor Frankl, psicoanalista judío que sobrevivió a la barbarie de los campos de concentración. En su libro ‘El hombre en busca de sentido’ pareciera que interpelara al propio Travis: “Tenemos que aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente”.

 

 

Escribo sobre empresas y política en Redacción Médica. También escribo columnas y artículos sobre cine y literatura en A la Contra y Democresía. Anteriormente pasé por el diario El Mundo, Radio Internacional, la agencia de comunicación 121PR y el consulado de España en Nueva York. Aprendiz de Humphrey Bogart y Han Solo y padre de dos hijos: 'Cresta, cazadora de cuero y la ausencia de ti' y 'El cine que cambió mi suerte'.

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