Artículo escrito por Ane Armentia Touza y Laura Martín García.
La verdadera historia del cine es el nombre que recibe el documental realizado en 1995 por los cineastas Peter Jackson y Costa Botes. El director de El señor de los anillos demostró tener una imaginación desbordante antes de adentrarse en la Tierra Media y hacer de un libro casi una religión. La única verdad dentro de este documental se encuentra en el título.
Este primer proyecto con el que se estrenó el director es un falso documental o mockmentary; un género creado por Orson Welles con su Guerra de los mundos radiofónica, y que parece haberse puesto de moda en los últimos años. Sin embargo, esta técnica, en su momento era inexistente e impensable, al menos para el espectador. Tanto que, en el momento de su estreno, tal fue la verosimilitud del reportaje, que sólo los más escépticos se negaron a confiar en la realidad de lo que estaban viendo. Los propios directores de la cinta tuvieron que salir a desmentir la existencia de Colin McKenzie, el protagonista de la historia.
Ante este caso y el escándalo que Orson Welles levantó con su emisión radiofónica, es inevitable pararse a preguntar ¿cuál es la finalidad de hacer un falso documental?
El periodista Carlos Prieto define este género cinematográfico como “una muñeca rusa que esconde una ficción bajo una aparien-cia realista”. El falso documental no trata de mentir o tergiversar datos, su finalidad no es imponerse a los hechos, sino iluminar la verdad. En palabras de Jorge Latorre Izquierdo, profesor del departamento de cultura y comunicación audiovisual de la Universidad de Navarra, “un realizador nunca debe imponer su idea […], debe mostrarla y dejar al espectador que cuente la verdad que lleva dentro”.
Los escépticos probablemente estarían en contra de este tipo de proyectos, pero no dejan de ser largometrajes, solo que, cuando se nos dice de antemano que son reales -al igual que ocurre con los biopics o las películas basadas en hechos reales- la realidad de la película despierta el interés de nuestro subconsciente, hace que el deseo o la necesidad característicos del ser humano por conocer la verdad se vean satisfechos.
La crudeza visual del cine de directores como Kubrick o Scorsese o los banales diálogos, naturales, pero sobre todo reales de las películas de Tarantino, acercan la verdad al espectador. El guionista tiene el poder de maquillar la realidad, de transmitir una verdad. Acudiendo otra vez a las reflexiones del Dr. Latorre Izquierdo; “Pese a la enorme subjetividad, siempre existe una verdad universal que podría darse en cualquier planeta. La realidad se puede ver desde muchos puntos de vista”.
Peter Jackson se inventó unos orígenes del séptimo arte distintos, porque no le pareció que los verdaderos estuvieran a la altura. Lo hizo por amor al cine e ideó un guion increíble lleno de pequeños guiños a la verdadera historia del séptimo arte.
Y esa misma honradez, de querer contar una historia verdadera a través de una falsa, ocurre en la mayoría de obras ficcionales dentro de la literatura. Porque todos los libros cuentan una verdad. Y para que el cuento sea verdadero, necesariamente, tiene que decir algo falso.
“Una vez cité en un periódico el cuento de Anthony Burgess: Aquel día el sol salió por el oeste. Pero me equivoqué y lo cité mal: Aquel día el sol salió por el este. Tal y como yo lo escribí, el cuento decía la verdad, porque todos los días el Sol sale por el este; sin embargo, al decir la verdad, el cuento se convierte en insignificante, en un sinsentido como cuento”, contaba el periodista y escritor Justo Navarro en la Revista de Libros.
Ahí está una de las claves de la literatura: para que el cuento sea un relato verdadero, tiene que decir algo falso -al menos en nuestro mundo posible- y crear otro mundo, otra posibilidad de mundo. Igual es eso por lo que no se les puede dar demasiada confianza al contenido de los escritores en general. Es por ello que suena un tanto absurdo citar como fuente histórica o científica las reflexiones de los personajes de Julio Verne. O de los protagonistas de La verdadera historia del cine de Jackson.
Las novelas realistas como El guardián entre el centeno de Salinger, donde miles de adolescentes, e incluso algún adulto, se identificaron con Holden Claufield, o con el personaje de Élder Bastidas de Ray Loriga en Lo peor de todo; ambos hablan de una vida corriente, que no rompe con la banalidad diaria de cualquier ser humano. Sin embargo, el realismo mágico de García Márquez y Juan Rulfo o la fantasía de Laura Gallego y J. R.R. Tolkien, también cuentan una verdad innegable en un relato ficticio. Cada novela deja parte de su realidad o de su mensaje en la persona; por eso, es el lector quien crea la idea, no el autor, esta le cambia un poco, le aporta algo, de forma que es imposible negar la verdad que cada libro esconde en su interior.
La poesía. El camino entre medias verdades y mentiras
Para Kapuscinski, periodista del s. XX, existe una verdad superior al resto de verdades: la literaria, la poética. Él, para alcanzar esa verdad, le restaba importancia a la estadística de los datos, alegando que las piezas no importan tanto como el resultado final, es decir, que lo que importa es transmitir una información, consiguiendo que el mensaje llegue a la opinión pública.
No queremos defender la idea de la propiedad en la falsificación de datos, el periodista debe ser responsable con su información y jamás falsear la realidad para hacerla más atractiva, como los casos de los periodistas Stephen Glass o Michael Finkel. No obstante, el escritor tiene en su mano la capacidad de adornarla y ofrecer otra versión igual de veraz aumentando, con recursos estilísticos, sus opciones de terminar siendo leída. “Lo cierto es -está comprobado- que este periodismo explica acontecimientos del s. XX mejor que muchos libros de historia. Con libros conocemos mejor el mundo que con mil minuciosos informes de la ONU”, aseguraba Kapuscinski.
Pero no todos tienen la misma opinión acerca de que la literatura transmita la verdad, como decía más arriba Kapuscinski. Otros, como Juan Rulfo, creen con total firmeza que la literatura es una mentira.
Su teoría es que hay que ser mentiroso para hacer literatura, pero sin confundir mentira con falsedad, ya que, cuando se falsean los hechos, se nota de inmediato lo artificioso de la situación, lo que es muy distinto de re-crear una realidad a base de mentiras. Un ejemplo está en el falso documental de Peter Jackson mencionado al principio, que no busca falsear datos, sino iluminar la verdad a través de un relato ficcionado tanto en forma como en contenido.
Rulfo también explica que son aquellos que no saben de literatura quienes creen que los libros reflejan historias reales, cuando un libro es una realidad en sí, aunque mienta respecto de otra realidad.
En una entrevista, dice en un momento dado: “En Caracas estuve en la Universidad Central de Venezuela ante mil quinientos estudiantes, con la condición de que hicieran preguntas previas. Y lo que respondí fue una serie de mentiras. Inventé que había un personaje que me contaba a mí los cuentos y que yo los escribía, y que cuando ese personaje se murió, yo dejé de escribir cuentos, porque ya no tenía quien me los contara”, a lo que el entrevistador le contesta: “O sea, que se puso a hacer literatura”.
Por último -en lo referido a Rulfo-, a la pregunta de si la literatura es una forma de conflicto con la “realidad real” y que, si cuanto peor está un país, mejores escritores tiene, responde que claramente, que la insatisfacción es la que lanza al escritor hacia algo.
Un género literario que des-taca en el tema de la búsqueda de la verdad es la poesía, puesto que los poetas son los verdaderos buscado-res de la verdad, pues, al igual que los cineastas, no tratan de imponer una idea, sino dejar que el propio lector la cree a partir de lo que lee. Es por esto que un mismo poema puede ser interpretado de diferentes for-mas -dependiendo de cómo piense la persona que lo lea-, y de que los poetas pueden contar la realidad incluso mejor que los propios historiadores, como siempre dice Jorge Latorre.
La esencia de la poesía no es el fingimiento, ni tampoco es el mantenimiento de una falsedad con pretensiones de verdad, gracias a los artilugios de la ficción, sino la verdad, casi siempre incómoda. Lo esencial del quehacer poético está en el trabajo -sobre las palabras- que tiene la capacidad, gracias a las palabras, de crear un mundo. Un mundo que tiene que ver con la verdad.
La esencia de la poesía no es el fingimiento, sino la verdad, casi siempre incómoda.
Una forma de ponerse en camino
Por último, lo importante para los lectores y espectadores de cine consiste en no esperar un enfoque tan simple o constante de las muchas clases de verdad que los poemas o las películas pueden expresar. La poesía moderna, sobre todo, tiene capacidad de sobra para encarnar la verdad, solo que los poetas usan la poesía para explorar verdades, más que para afirmarlas. Además, con las verdades que contienen en sus obras, pueden ser una gran influencia civilizadora, aun en personas que leen poemas por algo más que por su contenido poético.
Al igual que eso de que se lee poesía por la belleza de las palabras es un mito, que los escritores y cineastas busquen, desde su plano de análisis más profundo, la belleza cuando crean es un simplismo.
Lo que es cierto es que unos y otros, con sus creaciones, nos ponen en disposición de a través de lo falso y ficcionado, de búsqueda de la verdad.