Una empresa que fabrica ascensores en Portugal está al borde de la quiebra. Tras varias semanas sin recibir pedidos, unos acreedores irrumpen por la noche en la nave y se llevan los materiales del almacén. A la mañana siguiente, el gerente del lugar desaparece y llega un equipo de recursos humanos de la oficina central. Vienen a negociar los despidos del personal contratado. Con lo que quizás no contaban era con la férrea resistencia de los empleados a abandonar sus puestos de trabajo.
La fábrica de nada, el último film del documentalista Pedro Pinho, es como un bufé libre de postín, de comilones con bolsillos generosos si es que la hipérbole lo permite. Hay de todo. Y casi todo está bien. Pero da la sensación de demasiadas historias entremezcladas, de estar viendo varias películas en un mismo metraje.
Por un lado, un drama sociopolítico que muestra la problemática del sector industrial; uno de los más afectados por la crisis económica mundial. La película desmigaja lo que ocurrió en Europa tras la apertura a economías con otro tipo de régimen laboral y otro tipo de condiciones salariales. Esto, junto a la robotización de los procesos de producción, provoca un desplazamiento del que hasta ahora era el motor del régimen capitalista: el trabajador técnico con una cualificación y preparación medio-baja.
Proclamas como “el fin de la esclavitud fue para el capitalismo una oportunidad de oro. Millones de trabajadores cedían su vida por tener libertad para comprar cosas”, “vivimos una catástrofe humana sin precedentes”, “estamos en un periodo de apocalipsis sostenible”, “las máquinas no crean valor” o “el trabajo no tiene nada que ver con la utilidad” aparecen en los discursos de las entrevistas a los damnificados, que acompañan las secuencias -con una voz en off- del cementerio de hormigón y chapa en el que han terminado por convertirse las factorías portuguesas.
La otra película dentro de la película refleja la convivencia de los trabajadores desde la noche en la que irrumpen en la nave hasta el desenlace. Los discursos asumidos, la violencia que puede llegar a desentrañar el salirse del argumentario colectivo, las tentaciones, la cobardía, la presencia e irrelevancia de los sindicatos, la desilusión, esperanza, alegría y desafecto… Todo un sube y baja emocional llevado a cabo por un elenco actoral con intervenciones desiguales. Hay personajes en los que se puede cargar toda la tensión dramática y otros cuya planicie en el registro hace imposible no salirse por momentos de la trama.
Entremedias, la historia de Daniele y Ze. Un joven matrimonio, él trabajado en la fábrica y ella estilista en un salón de belleza, atrapados en un mundo que entienden demasiado bien y que se empeña en colocarles en su lugar. Esta condena al ostracismo estamentario, se derrama en multitud de escenas oscuras y agrias que humanizan y ponen nombre y apellido un drama global.
Una recomendación interesante para los que buscan una voz disidente sobre la crisis económica europea.
Y adornando con algunas notas de absurdo, pues sus intervenciones de pronto rompen la cuarta pared de los protagonistas y tocan con el cine experimental, aparece el periodista brasileño, agente que vehícula la historia. Es una suerte de observador internacional, comunista de la vieja guardia, de personalidad gris y espíritu reflexivo y un tanto hastiado. Viaja a Europa a rapiñar historias de trabajadores oprimidos a los que sumar a la causa. Con sus participaciones y discursos en la construcción del relato, incide en las decisiones de los empleados de la fábrica respecto de la huelga, sobre si aceptar o no las condiciones de la patronal u organizar piquetes contra la dirección de la empresa y la policía.
La película dispone de una buena realización, producción y dirección artística y fotográfica, con secuencias verdaderamente sugestivas y con un color frío metálico, de metal sin trabajar, que sumerge al espectador en el tono justo del film.
Sin duda una recomendación para aquellos que estén buscando otra voz más sobre la crisis económica y reflexionar sobre este drama, el de la precariedad de un sistema obsoleto y alienante, que todavía no ha llegado a su fin.

