La Carga (‘Teret’) es un camino cuesta arriba, que entremezcla y evidencia las diferencias entre la duda, la inseguridad y la tensión. El trabajo de Ognjen Glavonić consigue meter al público en la piel del protagonista del filme, un gran Leon Lucev que encarna la incertidumbre, el miedo contenido y la ligera apariencia de normalidad que se vive en los albores de una guerra borrosa y omnipresente.
La cinta se ambienta en la Yugoslavia de finales de los noventa, cuando la OTAN comenzó a bombardear la ciudad de Belgrado. Una época gris que tiene un mensaje recurrente en la actual e irritada Europa.
El clima, el paisaje y los escenarios envuelven la historia en una atmósfera de desconfianza, donde el más mínimo ruido o acercamiento evidencian la tensión de un mundo que se derrumba.


Glavonić empuja al espectador hacia unos personajes incapaces de romper la distancia de la sospecha entre sí, y le obliga a compartir la carga, denominador común en cada una de las patas que conforman esta historia.
El espectador se sube al camión de Vlada y participa de su progresivo desgaste. Un ejercicio de sensibilidad que le permitirá convertirse en un certero adivino del lastre que arrastra cada uno de los personajes que van surgiendo en el camino.
La película refleja un estado físico y psicótico de la extinta Yugoslavia, aunque bien podría ser la de cualquier Estado que quiebra sin gritar, donde el sol solo se deja ver en el breve espacio que hay entre dos nubes. Se trata de pequeños momentos donde el amor es capaz de descentrar la mirada del caos. Un respiro donde los personajes rastrean motivos para continuar en un camino que solo se transita en las horas frías y húmedas del día.

