La caída de Skywalker: errores y aciertos de una franquicia cinematográfica

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Hace medio año se estrenó El Ascenso de Skywalker, la última entrega de la saga de La Guerra de las Galaxias, una serie de películas tan popular que no es necesario presentarla. Con ella son ya nueve las cintas que integran la colección, amén de numerosas series, novelas y videojuegos que expanden su universo. Sin embargo, lo más interesante de esta última película no ha sido el cúlmen de una historia que se ha alargado por décadas, sino el haber constatado la desafección que gran parte de la comunidad de fans siente hacia lo que una vez fue el objeto de su admiración. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Está claro que Star Wars ha cambiado. Son muchos años a sus espaldas como para no hacerlo. Algunos defenderán que esta transformación se ha manifestado en una rendición a la llamada ideología de género y al marxismo cultural. Podría ser. Otros, que lo ha hecho en una narrativa pobre y en la ausencia de una historia que contar. Sin duda. Y unos pocos, los menos, creemos que la saga lleva mucho siendo la crónica de una muerte anunciada, concretamente desde que dejó que la carga filosófica que se intuía detrás de su fantasiosa trama se fuera desvaneciendo en el relativismo y la postmodernidad, dejando a los caballeros jedi, la orden de monjes-guerreros a la que pertenecen la mayoría de sus protagonistas, sin ningún papel que jugar ni nada que sugiera a los espectadores que son quienes merecen ganar. Me explico.

Para observar esta metamorfosis solo tenemos que comparar dos de sus entregas, que además son los capítulos centrales de sus respectivas trilogías y por tanto, cumplen el mismo papel, el de expandir los temas de la trama: El Imperio Contraataca y Los Últimos Jedi. La primera, reconocida por muchos como la mejor de la saga, nos introduce a la filosofía de la orden jedi por medio del icónico Yoda, una versión espacial del estoicismo de Zenón adornada con tintes del Tao, la filosofía oriental famosa por el concepto del ying-yang con la que George Lucas, creador de las películas, estaba familiarizado. Por el otro lado, Los Últimos Jedi utilizan a Luke Skywalker, protagonista de la entrega original y ahora en el rol de maestro, para poner en tela de juicio las acciones de su propia orden y afirmar que su existencia en realidad no tiene sentido. Sí, la película concluye con él brindando su apoyo a una nueva generación de héroes, pero en ningún momento llega a desdecirse de sus declaraciones. Entre las dos películas han pasado treinta años y un cambio de manos del creador original a la corporación del entretenimiento más grande del mundo. Este cambio de discurso entre las dos películas no es en absoluto casual, sino que tiene mucho que ver con las transformaciones culturales que ha sufrido occidente en el tiempo transcurrido entre las dos películas. No se puede pasar por alto que Star Wars no es un ensayo filosófico ni una obra contracultural que se debe a su mensaje por encima de todas las cosas. Es un producto; artístico, sí, pero un producto a fin de cuentas y como tal, debe resultarle lo más atractivo posible a la audiencia si espera que lo consuman. Esa audiencia ha cambiado y por ende, los responsables de la saga concluyeron que La Guerra de las Galaxias debía cambiar con ella.

A pesar de lo que piensa mucha gente, no es en la trilogía original cuando se estructura toda la filosofía en torno a los jedi, sino en la trilogía de precuelas de principios de los 2000, cuando George Lucas, ya convertido en cineasta quasi-legendario, decide llevar a la gran pantalla la visión completa que tenía en los 70, tal vez motivado por la inmensa cantidad de material expandido que había ido apareciendo a manos de otros autores sin que él controlase realmente el proceso, y que no pudo incluir por cuestiones de tiempo. Se añade así el celibato de los jedi para que fueran más parecidos a templarios que a caballeros andantes, como mucha gente los veía por lo sugerido en la trilogía original; una trama política que recordase a la llegada al poder de los nazis y un argumento trágico, algo no muy frecuente en la producción de blockbusters. Estas películas hicieron la delicia de los niños y adolescentes que no habían vivido la implantación de la postmodernidad al final del siglo XX y su desdén hacia las “viejas instituciones” (religión, buenos y malos de la Segunda Guerra Mundial o la división narrativa clásica entre comedia y tragedia, por citar solo lo concerniente a esta trama), pero no de los críticos profesionales, que vapulearon su terrible guión, algo comprensible, pero también su nostálgica forma de contar historias. Algunos adultos muy apegados a su visión anterior de Star Wars se desencantaron con la saga entonces, pero por cuestionable que sea la calidad de aquellas películas, fueron un gigantesco fenómeno de masas que dio nuevas alas a la franquicia y animaron la creación de numerosísimas obras derivadas como series de animación o videojuegos, a su vez muy exitosos. Puede parecer algo reaccionario decirlo, pero ese éxito tuvo mucho que ver con el lenguaje universal que las precuelas manejaban, cargado no de sentido político, sino de sentido humano. Contaban una historia comprensible para la gente de todas las épocas en lugar de una que sirviera para hacer del mundo un lugar mejor, algo que es extremadamente caduco y subjetivo. En especial tiene mérito la profundización en la filosofía estoica, una corriente no muy popular y que de hecho tiene unos principios radicalmente opuestos a los de la sociedad actual y del momento en que se creó. Donde nos encontramos consumismo, el estoicismo promueve la abstinencia, donde hay materialismo, desapego, y donde hay hedonismo, el estoicismo fomenta la resignación y la resiliencia. ¿Cómo pudo una obra que promulga estos principios tener éxito hoy en día? Es imposible saberlo, pero todo parece indicar que la sociedad en que vivimos no logra terminar de saciarnos y nos hace aspirar a algo más, algo más grande que nuestro omnipresente ego, para lo que el estoicismo propone humildad y los jedi, inspirados por principios religiosos occidentales, servicio. Como era predecible, este destello de autenticidad no podía durar.

Más interesados por el exotismo oriental y por buscar nuevas propuestas para seguir creando tramas que sumar al cánon, diferentes creativos fueron entonces explorando a los jedi y a la “Fuerza”, la entidad divina de la que estos extraen su poder, incluyendo detalles que venían a echar por tierra la tesis de George Lucas. De pronto, ya no había una forma virtuosa y otra abusiva de relacionarse con ella; ahora el Lado Oscuro y el Lado de la Luz eran dos caras de la misma moneda, dos formas de hacer las cosas cuya validez podía depender del punto de vista. Muy revelador resulta el hecho de que hasta ese momento solo el primero era mencionado; quedaba así implícito que la forma auténtica de relacionarse con la Fuerza era la de los jedi, mientras que el Lado Oscuro sería una perversión. Es en torno a este momento que Star Wars pasa a manos de Disney, cuyos directivos, obviamente con criterios comerciales en lugar de narrativos, van a reestructurar por completo la saga para hacer de ella un producto cultural a su imagen y semejanza más exitoso aún si cabe. Es así como llega a nuestro cines la última trilogía, manufacturada para triunfar entre el público moderno de las primeras décadas del nuevo siglo. Y sin embargo, el resto es historia.

Si el tema te interesa, en este podcast hablo en más profundidad sobre los cambios que ha sufrido Star Wars a lo largo del tiempo: https://youtu.be/p-lxHhkfyEs      

Jorge Lluch es profesor de Historia, escritor y dibujante. Ha trabajado en prensa y radio antes de dedicarse a enseñar a los jóvenes sobre el mundo que les rodea. Su pasión por contar historias le ha llevado a publicar una novela ("Antología del Orbe"), a hacer teatro e incluso a crear un juego de rol.