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La broma de Sitges o una sociedad que agoniza

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He dudado mucho en escribir esto. No quiero dar publicidad al hecho referido, ni tampoco poner el grito en el cielo, escandalizándome como tantos otros por algo que, en realidad, no es más que una mediocre travesura de recreo del comedor. Que va, para nada. El hecho en sí no me escandaliza, ni tampoco lo que subyace (en mi humilde opinión de mierda, como dirían Los Punsetes) detrás de todo. El hecho de que en la última edición del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya (a.k.a  Festival de Sitges), celebrada hace unas semanas, se haya proyectado una especie de fake de un famoso youtuber me parece, simplemente, un síntoma evidente de cierto sistema que agoniza en su propia decadencia.

(Nota: A partir de ahora, nos referiremos al youtuber en cuestión como nuestro amigo).

El punto clave de esta cuestión no es el dilema ético de si el Festival debería haber cobrado o no la entrada al pase de la película, teniendo en cuenta que, en este caso, la proyección era una reunión endogámica de seguidores de nuestro amigo, en cuyo canal acostumbra a trolear (cómo odio esta palabra, joder) a todo el mundo. Tampoco considero de gran relevancia las socorridas justificaciones del director del certamen, tildando el acontecimiento de performance artística o vete tú a saber qué. No es, ni siquiera, el hecho de que nuestro amigo crea haberse reído de los amantes del cine compartiendo cartel junto a dinosaurios como Carpenter o Von Trier, entre otros, porque al fin y al cabo, tanto él como todos sus colegas, no son más que un producto de consumo diseñado al milímetro.

Al parecer, todo este chiste (me niego a llamarlo performance) forma parte de un documental que, por cierto, no dirige nuestro amigo, y que tiene como objeto, precisamente, criticar lo que ha conseguido llevar a cabo. A saber: que un festival de la talla de Sitges proyecte una película sin un visionado interno previo (como han confirmado fuentes de la organización) por el mero hecho de presentarla un conocido influenciador social (a.k.a. influencer, que en este caso es nuestro amigo) con millones de suscriptores en Youtube.

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Para mí, que no soy nadie, el pretendido mensaje (que sí, que lo he entendido perfectamente) de los verdaderos realizadores de la potencial película cayó en el descrédito en el momento en el que decidieron beneficiarse del potente engranaje que pretenden poner en tela de juicio. Y lo mismo opino (again) de nuestro amigo, porque si de verdad comulgara con esa moraleja que pretende transmitir con su chiste, si de verdad decidiera encarnar esos valores, o contra-valores, y realizar un acto puramente transgresor y punki a lo Siniestro Total, debería haber empezado por dinamitar su propia carrera como apóstol de esa bestia a la que pretende criticar pero para la que, paradójicamente, no deja de ganar adeptos y euros a mansalva.

Porque más allá de todos los debates que se han generado en las redes, más allá del pretendido escándalo (que no, que no ha sido tal, que escándalo fue lo de La fuente de Duchamp en 1917), lo que parece haberse puesto en el candelero es el hecho de que hay una industria empecinada en encumbrar a una serie de nuevos héroes a-morales cuyas enseñanzas están repletas de superficialidad y de vacío.

Héroes que, en realidad, son puro márketing, objetos de consumo cuya única trascendencia reside en crear contenido (como ellos mismos se denominan y que de una manera mucho más elegante que yo ponía en duda Scorsese en una reciente entrevista) encarnando al mismo tiempo unos valores seguidos por millones de niños y adolescentes cuya máxima aspiración es ganar millones de euros haciendo gameplays y videoblogs. Héroes, al fin al cabo, que no son ni héroes ni anti héroes, sino personajes insulsos que obedecen a unos intereses mercantiles -e incluso ideológicos- muy concretos, destinados a moldear y/o anestesiar las conciencias de toda una generación que corre el peligro de dejar de aspirar a cosas grandes, a cosas auténticas, a cosas verdaderas.

Que no. Que no es cuestión de demonizar youtube, ni a los youtubers ni a los niños que juegan a Minecraft. Esto son solo las sombras, proyecciones de lo que realmente se cuece en las cloacas de una industria imparable que, mucho me temo, acabará fagocitando todo y a todos, condenando al ostracismo a todos aquellos que no comulguen con el stablishment. ¿Con penas de cárcel? ¿Mandándolos a los leones? ¿Impidiéndoles acceder a cargos públicos o vetando su acceso a edificios estatales? No, que va. Simplemente hará falta que nuestro amigo dicte sentencia en su canal: “Haters, son sólo haters”.

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Licenciado en Historia del Arte, (casi) en Bellas Artes, trabajaba en un doctorado hasta que mi familia y yo lo dejamos todo para habitar un pequeño pueblo de la periferia sur de Ámsterdam. Escribo desde la fría llanura del norte, bajo el mar y sin salvavidas. En base a muchos parámetros racionales, productivos y económicos, soy un absoluto fracasado, pero tengo una vida plena y llena de alegría. Si se me olvida, mi mujer y mis hijos me lo recuerdan cada día. León Felipe se equivocaba. Sí que hay locos. Y conozco a unos cuantos.

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