En el artículo anterior pusimos de manifiesto la importancia de la democracia en la mitología del superhéroe en el cine. Ahora quisiéramos dar cuenta de las convicciones más profundas que mueven al superhéroe. ¿En qué tienen fe los superhéroes? ¿En qué o en quién confían?
Los superhéroes no creen en el Dios del que habla el cristianismo, el judaísmo o la religión musulmana. Los pocos casos de superhéroes que creen en la trascendencia, Hellboy, Kurt Wagner/Rondador Nocturno y Matt Murdocck/Daredevil, ponen de manifiesto la relación entre la fe y la oscuridad en el sentido en el que el pensamiento moderno las ha vinculado. Hellboy es un demonio que se mueve de noche en el subsuelo. El aspecto del atormentado Kurt Wagner/Rondador Nocturno es sombrío, al igual que los ambientes en los que aparece y desparece. Matt Murdocck/Daredevil es ciego, se mueve en la oscuridad y su aspecto superheróico también tiene reminiscencias demoníacas.


El superhéroe del cine nos muestra una fe “mucho más razonable” que la de estos tres bichos raros: la democracia. El superhéroe confía en la democracia, una construcción humana que ha sido divinizada y por la que merece la pena dejarse la piel. Las dos epifanías de esta religión democrática son la libertad entendida desde el racionalismo estadounidense y la justicia norteamericana. Ambas son veneradas, no tanto en su condición actual como en cuanto a lo que están llamadas a ser. El acto religioso más genuino del superhéroe es luchar por la garantía de estos dos valores.
La mayoría de los superhéroes del celuloide y la televisión se entregan a la lucha por la democracia de forma casi irreflexiva. Desde el punto de vista narrativo, una opción tan importante constituye un pequeño error en cuanto a las motivaciones del personaje. Para muchos superhéroes luchar por la democracia es como alimentarse o respirar. El guión audiovisual no se preocupa por explicar al espectador la motivación que un personaje tiene para respirar, sino que se asume como algo natural. El caso de Oliver Queen/Green Arrow es de los más representativos en este punto mientras que la saga X-Men, El protegido (M. Night Shyamalan, 2000), Los increíbles (Brad Bird, 2004) o Chronicle (Josh Trank, 2012), por el contrario, exploran los motivos de esta opción tan relevante.
La fe en la democracia es tan necesaria y evidente que no necesita de explicación ninguna. Creadores y público sabemos que el superhéroe sacrificará su vida en aras de garantizar alguna concreción de los valores democráticos y ninguno esperamos que nos lo expliquen.
La fe en la democracia es la confianza en una estructura humana. Toda seguridad en una trascendencia que escapa al control del hombre (relacionada con la oscuridad y lo demoníaco) está descartada de este proyecto de civilización. Se trata de una fe enmarcada en una antropología voluntarista y, por tanto, profundamente pesimista. La insuficiencia de este modelo se comprueba prácticamente en cada relato, pues no esconden sus limitaciones, sino que nos invitan a vivir con estas contradicciones.
Las dos secuencias del final de Spider-Man (Sam Raimi, 2002) conforman un claro ejemplo de este pesimismo. Por un lado, no se oculta que la lucha del superhéroe, su gran acto “religioso”, le separa de los que quiere y le avoca a un estado personal algo deprimente. Por otro lado, la evidente necesidad de su labor justiciera (al parecer las autoridades competentes no hacen honor a sus atributos nominales) se utiliza como justificación de este sacrificio personal, que no le conduce ni a la felicidad ni a la plenitud personal.
La última secuencia es una fuga de J.S. Bach a lo superhéroe: CGI a tope, música triunfal, celebración de las extraordinarias habilidades físicas de Peter Parker/Spider-Man y la bandera americana ondeante. El balanceo del enmascarado sobre esa gran masa anónima que vive en Nueva York es retratado cinematográficamente para que nos percatemos de la superioridad de este ciudadano súper, consagrado de la democracia, con respecto a los demás.
En el siguiente artículo prestaremos atención al ámbito físico en el que el superhéroe celebra la liturgia de la democracia.