Cuando los premios Oscar molaban

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Este que les escribe empezó amando el cine gracias a un libro sobre los premios Oscar que encontró en una pequeña biblioteca de pueblo a una edad bien temprana. Un momento que cambió mi vida, y me hizo interesarme por películas en las que, de otro modo, nunca me hubiera fijado. Era tan joven e inocente, que creía verdaderamente que las películas premiadas en los Oscar eran las mejores posibles. Mi desconocimiento llegaba a tal extremo, que creía que estar ‘nominado’ significaba, de facto, estar premiado. 

Luego uno crece, madura, y se da cuenta de los intereses ocultos que terminan dictaminando los premios en cualquier temática. No hay más que fijarse en los premios Nobel de literatura, con ausencias tan imperdonables como las de Miguel Delibes o Benito Pérez Galdós (esta última ausencia fruto de un chanchullo político). O echar un ojo a los premios Nobel de la Paz, con nominados tan ilustres como Hitler o Stalin. De la misma forma, los premios Oscar también han cometido grandes injusticias. 

Lo que nunca pude imaginar es que esta monjil ola de buenismo con aroma a Torquemada y a yanqui fuese a penetrar también en la meca del cine de la forma en que lo ha hecho. A partir de 2024, las películas que quieran presentarse a los premios deberán cumplir con una serie de directrices en materia de “diversidad”. Muchos se desquitan afirmando que las normas son ridículamente fáciles de cumplir. Vale, puede que lo sean, pero el debate no es ese. 

El debate está en si unos galardones que premian la calidad artística de un producto deben juzgar quién lo desarrolla y si la cultura debe ser un vehículo para generar una sociedad más diversa. Ya he comentado en otras ocasiones que estoy en contra de la concepción del arte de Saint Simon, según el cual el arte solo debe permitirse si es a favor del “progreso social”. Pero, ¿qué es el progreso social? ¿Debe haber un comité de expertos, tan famosos en estos tiempos de pandemia, para analizar la influencia social de cada obra? 

Hoy en día no hacemos más que asistir a un bochornoso espectáculo de la censura en el que los Conguitos fomentan el racismo y un anuncio de un niño comiendo un plátano delante de un coche, la pedofilia. Según estas corrientes la pornografía nos vuelve violadores y ‘Lo que el viento se llevó’ racistas. Ahora bien, yo pregunto. ¿La cultura nos hace comportarnos de determinada manera o nos comportamos de determinada manera y este comportamiento se refleja en los movimientos culturales de cada época? ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Pues eso. 

Es por ello que creo que estas normas en la Academia no son necesarias porque, de hecho, el cambio cultural ya se estaba produciendo sin necesidad de normativizarlo. Repasen las películas ganadoras de los Oscar los últimos años: películas sobre negros, sobre negros homosexuales, películas dirigidas por mexicanos, coreanos, con intrépidas mujeres, etc. Por otra parte, ¿servirá de algo esta medida para combatir el racismo en Estados Unidos? En absoluto. Mientras las grandes multinacionales siguen fomentando el discurso feminista, buenista y de integración (lean cualquier entrevista de Ana Botín, por ejemplo), los verdaderos discriminados, los pobres, siguen abandonados a su suerte en la gran potencia americana. Y la mayor parte de habitantes de estos barrios en América son, efectivamente, negros.

Por otra parte, no hay más que dar una vuelta por las zonas centrales de Nueva York o Los Ángeles y darse cuenta del fracaso de país que es Estados Unidos. La podredumbre a pie de calle, la suciedad, la enfermedad mental, los adictos al crack… todo a simple vista y al lado del Burguer King. Eso sí, nuestros premios Oscar van a ser muy integradores… Pamplinas, postureo. 

En muchos museos de arte encuentras un cuadro que te deja obnubilado por su belleza, y en el 90 por ciento de los casos el nombre del artista no te suena de absolutamente nada. Sin embargo, conectas con la obra porque consigue hacerte trascender, ir más allá, te eleva como ser humano. La raza o la orientación sexual del artista te importa un comino, solo sabes que es un cuadro que te gusta, y ya. 

¿Qué ocurriría si obligasen a los museos a que un 30 por ciento de sus cuadros fuera de minorías? ¿O que las librerías vendiesen un tercio de sus libros respecto a tales códigos? Pues lo mismo que está ocurriendo con el cine y los premios Oscar, que dejaríamos de hablar de arte para hablar de moral, de razas, de sexos. Lo que espero de unos premios es que valoren la mejor obra, no quién está detrás de ella. 

Esa dialéctica mainstream de “vamos a dar más representatividad a esta pobre gente maltratada” lo que hace precisamente es señalar al otro como algo distinto, cuando la lucha por la igualdad debe caminar precisamente a que ser negro, blanco, amarillo, verde, azul, heterosexual, intersexual, pangénero, transexual, homosexual, etc. sea solo una anécdota, no algo que te hace diferente. 

También me pregunto de qué manera van a acreditar los homosexuales su orientación sexual en los rodajes

-¿Tiene usted el carné de gay? 

-No, me los están tramitando. 

-Pues no te puedo contratar, lo siento. 

Estados Unidos ha pasado de ser el país que siempre presumía de su libertad, al país que siempre presume de su sentido moral inquisidor e hipócrita. Una moral que, lamentablemente, importamos en Europa con gusto. Y mientras seguimos peleando entre nosotros por esta película o por esta actitud heteropatriarcal, nos mean encima y pensamos que llueve. Así nos va.

Firmado: hombre blanco, heterosexual y de Palencia. ¡Ah! Pero español, así que cuento como minoría en Estados Unidos. Respect.

Escribo sobre empresas y política en Redacción Médica. También escribo columnas y artículos sobre cine y literatura en A la Contra y Democresía. Anteriormente pasé por el diario El Mundo, Radio Internacional, la agencia de comunicación 121PR y el consulado de España en Nueva York. Aprendiz de Humphrey Bogart y Han Solo y padre de dos hijos: 'Cresta, cazadora de cuero y la ausencia de ti' y 'El cine que cambió mi suerte'.