Es Halloween. Mucho se ha escrito sobre el origen de esta tradición que ha devenido en sábanas blancas, tintes rojos y calabazas de plástico.
Sin querer entrar en demasiado detalles, sí que podemos decir que somos fruto del sincretismo “forzoso” de la aldea global; que nos llevó de la celebración del Samhain (el Año Nuevo celta en la Europa pagana) a la víspera de Todos los Santos en el mundo occidental después de Cristo. De todo este maridaje han quedado generaciones prendadas, auténticos devotos que arrasan la taquilla fin de semana tras fin de semana, de las películas de terror.
¿Por qué a unos les disgusta tanto y a otros les pirra hasta el punto de no perderse ni un estreno? El terror es un género fascinante si se observa con la suficiente distancia como para no perder demasiado tiempo en él y sacar su verdadero jugo.


El buen cinéfilo asiduo a esta clase de cine sin duda acaba desarrollando una relación íntima con películas de irrefutable insulsez, tanto en forma como fondo, pero que sin embargo no hacen sino representar universos que simulan nuestros mayores miedos y temores, dependiendo,claro está, de la década de producción.
¿Qué es pues el horror? ¿Perder la cartera justo antes de viajar? ¿Ver una silueta inconclusa acercarse en la oscuridad? ¿Descubrir que aquellos que quieres no son quienes son en realidad?
El buen terror no es el más sanguinario, ni el más sutil, sino el que tras su visionado uno toma conciencia de que este tipo de cine, forzado a “dar miedo”,en el fondo pretende generar una experiencia de descubrimiento, ser un lugar peculiar cuya meta es comprender lo que no aceptamos, donde nuestra finitud ante el misterio de lo desconocido nos invita hacia una fe en el relato que queremos conocer por parte de sus protagonistas.
Este morboso género acerca más de lo aparente al misterio a quienes lo disfrutan. Confronta a sus personajes con lo inexplicable pero de manera visceral, tan visceral que rompe “el sentido del monstruo”, del horror.
Pero hay casos como El ejército de las tinieblas, tercera entrega de la trilogía The Evil Dead, un clásico de culto que ejemplifica como el terror combinado genuinamente con la comedia puede ofrecer al espectador una suerte de emociones encontradas a no poder encasillar la película en unos cánones reconocibles.
La primera y la segunda parte representan una peculiar escalada del terror hacia géneros como la comedia y la aventura vistas en la mencionada tercera parte. Y es cuando el terror se potencia, cuando supera la naturaleza de su forma para ir más allá de su género, para ir a lo alegóricamente terrorífico como lo fue Babadook, que supuso el sorprendente debut en la dirección de Jennifer Kent, quien representó los miedos de ser madre en soledad de una manera sutil e ingeniosa.
Las películas de terror hablan más de nosotros de lo que creemos.
Si en estos días “halloweenianos” haciendo zapping tenéis entre manos una película de terror, intentad verla no como una prueba cuyo objetivo es no coger un cojín para ponéroslo en la cara, sino como una oportunidad excepcional.
Quizás nos sorprendamos al ver que habla más de nosotros de lo que creemos, pues no es sino un ensayo de supuestos donde lo bueno, lo bello y lo verdadero brillan por su ausencia; donde, al fin y al cabo, su ausencia marca el camino de nuestro quehacer una vez finalizada la película.
Porque, por desgracia, lo que vemos en la ficción es, casi siempre, superado por la realidad, con lo poco que eso dice de los que construimos nuestra historia.

