Ahora que se nos ha echado encima el periodo vacacional, un buen número de seriéfilos se plantea un rebobinado completo de Juego de Tronos sabiendo que en los próximos meses llegará el desenlace definitivo, la batalla definitoria.
¿Quedarán sujetos los Siete Reinos al devenir de los vivos o de los muertos? A partir de ahora, spoilers a machete. Avisados quedáis.
Los dos últimos capítulos de la séptima temporada (7×06 “Más allá del muro” y 7×07 “El dragón y el lobo”) dejaron boquiabiertos a los “fanáticos” del universo de G.R.R. Martin y sumamente decepcionados a no poca parte de la crítica.
Incoherencias temporales, falta de tacto con el cierre de algunas subtramas, artificios audiovisuales que asemejan a las baratijas de Volantis…


Sea como sea, existen al menos cinco razones de peso para temerse lo peor en esta nueva entrega, actualmente en fase de grabación, y que es posible que vea la luz a comienzos del 19.
Si no deseas caer en el sopor y letargo que ha terminado por provocar The Walking Dead y no quieres un final igual de inesperado como desagradable made in “Lost”, conviene que estés prevenido por si los guionistas, productores, directores y el propio Martin (que sigue con mano firme el devenir de la serie) optan por hacerte una jugarreta.
Inconsistencia del villano
Poco villanos han quedado tan caricaturizados como Cersei Lannister.
Un personaje que durante las primeras tres temporadas era magnífico por ser la principal zurcidora, junto a Meñique y La Araña, de pesquisas entre una casa y otra, enturbiando a diestro y siniestro en aras al efímero sostenimiento del reinado de Joffrey y más adelante el del siempre tierno Tommen Baratheon.
En toda su maldad había coherencia, un cálculo de guión que ponía en juego todas sus armas como mujer y como Lannister para la consecución de sus fines, siempre vinculados al apoltronamiento de los leones en el Trono de Hierro.
Sin embargo, a medida que ha ido avanzando la trama, la locura de Cersei ha ido a más y el arco evolutivo del personaje no ha aterrizado de pie. No han sabido amoldar adecuadamente la experiencia de desgarro que supone ser humillada una y otra vez por la verdad de su estirpe incestuosa descubierta por Ned Stark, por la superioridad moral e intelectual de su hermano Tyron, por las humillaciones y “camino de purificación” que le hace pasar el Gorrión Supremo entre la masa descarriada de Desembarco del Rey. Y sobre todo, no han sabido ajustar el drama que ha de suponer perder a tus tres hijos, dos de ellos envenenados y otro suicidado al ver el Septón arder con su amada dentro. La reacción de la reina madre ante la muerte de Joffrey, Myrcella o Tommen, especialmente este último, es caligulesca, cínica y hasta ridícula en ocasiones. Está desprovista de cualquier ápice de dolor, hecho que no cabe esperar de una madre que en toda la serie la retratan como una “leona” que protege a su camada. La profecía que estigmatizó a la reina Lannister desde que era niña, la cual anunciaba que las “cabezas doradas” terminarían convirtiéndose en ceniza y en nada, es vivida con una excesiva tibieza que resta carga emotiva y por tanto, credibilidad, a uno de los personajes cruciales de Juego de Tronos.
Una mala malísima de los peores dibujos animados. A ver cómo sofistican su delirio solitario, pues ya ni siquiera Jaime está a su lado, en esta última temporada.
Falta de cierres dignos a las subtramas
Seguramente una de las fallas más evidentes que nos hemos encontrado entre la quinta, sexta y séptima temporada es la desaparición de la Casa Martell.
La desaparición del rey de Dorne, asesinado por la amante de Oberyn, Ellaria Arena, al que todos recordarán como aquel que quedó espachurrado por La Montaña, y el posterior asesinato de sus hijas a manos de Euron Greyjoy fue demasiado precipitado y un tanto impreciso. En cualquier caso, hay que reconocer que la venganza de Cersei para con aquella que había envenedado a Myrcella a través de “el largo adios”, el beso envenenado, tuvo su aquel.
Otra subtrama un tanto castigada fue la muerte de Meñique, uno de los personajes igual de admirado como despreciable en Poniente.
El conflicto que nos tratan de colocar entre Sansa y Arya en la séptima temporada es débil. Desde la primera temporada Arya ha demostrado su antipatía y recelo con las cosas de palacio. Las especulaciones con las que Sansa embauca y prepara la trampa a Meñique es un tanto pueril y se desmonta enseguida. El golpe de efecto final, donde se supone que Arya va a ser juzgada por conspirar contra la Casa Stark y la señora de Invernalia, sólo puede contentar a los que adolecen binge-watching y se han tragado cuatro capítulos seguidos y ya no saben distinguir a un caminante de un borracho de Invernalia.
Un final confuso para el Señor del Valle si nos atenemos a lo que nos tienen acostumbrados dirección y guionistas a la hora de hacer desaparecer a personajes principales de la trama.
Exceso de furor belicoso y exceso de furor uterino
Las batallas de Casa Austera (5×08) y la de Los Bastardos (6×09) quedarán para la posterioridad. Especialmente ésta la última, donde la secuencia de la caballería de los Bolton cargando contra Jon Snow y sus banderizos nos estremece de igual forma que el ejército inglés cargando contra las huestes de William Wallace.
Hay grandes momentos que justifican el desorbitado presupuesto de estos dos capítulos, por encima de los 10 millones de euros cada uno de ellos. Sin embargo, como toda producción de HBO que tiene que hacer encaje de bolillos entre una historia bien contada, los espadazos y las exuberancias femeninas, hay momentos de guerreo que son innecesarios y demasiado artificiosos, restando convicción al conjunto de la serie. Se me ocurren dos ejemplos donde sobraban 15 minutos de acción sanguinolenta: el abordaje al Castillo Negro por parte de Los Salvajes o la crueldad innecesaria de los Hijos del Fuego para con los amigos religiosos del Perro.
Por sentado que cabe esperar una batalla sin precedentes en la pequeña pantalla entre los ejércitos de los vivos y el rey de la noche y su dragón escupe hielo. Pero cuidado con focalizar los seis capítulos de la octava temporada en ese encuentro solamente.
Respecto al furor uterino. Si bien es cierto que en las últimas tres temporadas la gratuidad de escenas con sexo explícito han menguado, es posible que a modo de colofón se redoble la apuesta de desnudos para garantizar un share inalcanzable por los siglos de los siglos. Reclamo, por cierto, del que se han hecho eco miles de “fans” y que recoge sin ir más lejos Manuel Morales en El País. Este perfil de espectador viene a señalar a un aficionado a los artilugios sexuales de HBO, que gustan de rupturas argumentativas a favor de sus cinco minutitos por capítulo de sexo a discreción.
Esperemos no cambiar en la próxima entrega el juego de tronos por el juego de coitos.


¡Ojo a los tiempos!
Para los que hemos seguido con atención el universo de G.R.R. Martin en formato audiovisual, creo que podemos coincidir el trato tan decepcionante que se ha hecho a los tiempos narrativos.
La que fuera otrora una de las grandes virtudes de Juego de Tronos, se ha desvanecido.
Lo que venía a decir Dominique Moïsi en “Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo” (Errata Nature: 2017) sobre la “aproximación del tiempo de la serie más a la literatura que al cine” por las visitas, que no presentaciones, a los personajes durante más de sesenta capítulos,
La supuesta elipsis temporal que se pretende exponer en el 7×06 “Más allá del muro” fue duramente criticada hasta por los fans, que no vieron adecuadamente resuelto el que los cuervos del Muro viajanse a Rocadragón a la velocidad de la luz o que el bastardo de Baratheon recorriera por caminos pedregosos y helados en un tiempo que el malogrado Maratón.
Asesinar al homo-politicus
Uno de los mayores atractivos de era la danza de susurros y mentiras que pendulaban en torno al Trono de Hierro.
Conversaciones como las de Tyron y La Araña a propósito de qué es el poder, Little Finger confesando su degradación humana y sus anhelos más codiciosos desde el burdel que rige, Daenerys debatiendo junto a la Mano del Rey sobre las diferencias y características del liderazgo político… Para los que adolecemos de petulancia dialógica, estos momentos eran grandes alicientes a la hora de defender ante amigos más inteligentes que tú el visionado de la serie.
La aparición en la séptima temporada de discursos mitineros de tres al cuarto han impedido llevar Juego de Tronos a “otro nivel”, que diría López-Quintás.
Para que sirva de prefacio funesto. En la introducción golpeábamos con dureza a The Walking Dead, cuya octava temporada ha sido la decepción más vulgar hecha serie. Una de las razones principales del desencanto generalizado hacia la factoría de los Caminantes fue el envoltorio mesiánico con el que revestía cada intervención Rick Grimes, el maniqueísmo insostenible de los habitantes de la alianza Hilltop-Alenxandría, los discursos infumables del rey Ezekiel. En definitiva, una pseudo épica-retórica que solo puede enardecer a quien goza de la reventada de cráneos en cada frame, donde la narrativa es un estorbo que impide apreciar la estética de los balazos y machetazos, los fogonazos infinitos de dragones sobre flotas enemigas de la supuesta heredera al Trono de Hierro.
Los guionistas estarán bajo lupa durante toda la octava entrega. Muy pocos fans tienen ganas de que le jodan la serie. Y saben, porque tienen ejemplos muy recientes, que el haber matado al homo-politicus en una serie que versa sobre la política en un mundo ficticio-medieval, es un camino garantizado para hundir todo el universo construido hasta la fecha.
Dicho lo cual, no dejen de ver Juego de Tronos. Hay mucho que aprender y sobre todo, mucho que disfrutar a lo largo de toda la serie.
Sirvan estas líneas a modo de advertencia sobre los peligros de una cagada monumental hacia el final de una obra. Especialmente para que una vez puesta en marcha la visualización, la experiencia sea lo más placentera posible, sin tener que estar mortificando a unos y a otros, y se pueda disfrutar de lo disfrutable hasta conocer el final de la contienda: ¿quién poblará Poniente? ¿los vivos o los muertos?


Imagen de portada extraída de Flickr (Arantza Mustaine)