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Antología de poetas del amor conyugal

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Las mismas palabras, según la boca que las diga, dicen cosas muy distintas. Un ejemplo son estos versos de Lorca en boca de un viudo –Julián Marías–:

«Mi mujer fue lo más importante de mi vida. Con su muerte desapareció mi proyecto vital de tantos años, lo que le había dado su sentido. Yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa».

No me cabe duda de que estos versos de Lorca estaban incompletos, desorientados, hasta que los hizo suyos Marías. Esto es precisamente lo que hace, creo yo, el amor conyugal con el amor, vamos a llamarlo, “romántico”. Lo coge, lo llena de sentido, lo transforma y lo eleva hasta llevarlo a su plenitud.

Han pasado ya varias semanas desde aquella deliciosa clase de literatura. El poeta Enrique García-Máiquez, entre párrafos de Shakespeare, genialidades de Chesterton y  haikus para saborear en silencio, nos dejó con la cuestión que teje, en buena parte, toda la literatura: el amor. Y con esta gran pregunta, otras mucho más pequeñas como: ¿qué amor canta “el poeta”? o ¿Quién ha contagiado más su entusiasmo a las generaciones, Petrarca o Shakespeare? (según García-Máiquez, Shakespeare es un poeta del amor conyugal1 que sale al paso a la corriente que sopla desde la Italia del amigo Petrarca).

Culturalmente, creo yo, ha ganado Petrarca. La música pop, en su repiqueteo, sólo canta el amor de inmediatez, el enamoramiento. También el cine de consumo diario, incluso si se trata de historias de amor de la tercera edad (“Cuando menos te lo esperas”, por ejemplo) nos presentará enredos de enamorados, tengan estos 15, 40 o 70 años. En literatura, casi podríamos decir lo mismo. Por eso resulta tan interesante encontrar excepciones.

La primera vez que leí Manalive de Chesterton, tenía 18 años. Entonces la historia me pareció una novela extrañamente divertida, sugerente, pero no me enteré de que iba. Que un hombre –cuidado con este párrafo que contiene spoiler – rapte a una mujer “por amor”, es casi un tópico de la poesía del amor romántico. Sin embargo, descubrir que ese hombre es el esposo de la raptada y que el rapto es un ritual que el hombre cumple fielmente cada cierto tiempo, es una sorpresiva paradoja llena de encanto cómo sólo sabe regalarnos el autor inglés. Dije que en su momento no me enteré de qué iba.

¿Cómo es posible que ella, aquella que mis ojos han reproducido infinidad de veces sea, en todas las repeticiones, un estreno, alguien a quien puedo, con derecho, preguntar: “¿quién eres?”?

Ocurre que por entonces me faltaba una esposa. Un secuestro amoroso es una aventura llena de intensidad, incertidumbre, obstáculos, valentía, etc. Es una grandiosa novedad que irrumpe en la vida, un antídoto contra la rutina, si se quiere. Así, al menos, lo ven los enamorados. La paradoja está en que, en realidad, un rapto como ese es una aventura enormemente tediosa y aburrida si la comparamos con el amor conyugal. Esta misma paradoja la podemos expresar en una pregunta: ¿cómo es posible que aquella que veo todos y cada uno de los días desde hace varios años, se muestre a mis ojos siempre nueva? ¿Cómo es posible que ella, aquella que mis ojos han reproducido infinidad de veces sea, en todas las repeticiones, un estreno, alguien a quien puedo, con derecho, preguntar: “¿quién eres?”?

 

«Pongo ante miradas extrañas estas Cartas de León Bloy a su novia con un encogimiento de corazón. 

Mi sentimiento es análogo al del compositor que –dejando escapar en armonías la melodía que cantaba en su corazón –descubre que su secreto ya no es suyo. 

Pero León Bloy me lo pide. 

Debo dar testimonio. Desde que él murió, mi vida no tiene otro sentido» (Cartas a mi novia, Nuevo Inicio 2008).

 

Estas palabras las firma Jeanne Molbeck. 27 años de penurias (pobreza extrema, muerte de dos de sus hijos) junto al “mendigo ingrato” como llamaron sus contemporáneos al que fue su marido. Y no hay Romeo que venza con toda la fuerza de su dicción, el amor vibrante que percibimos en las sencillas palabras de esta mujer.

Es cierto que son poco conocidos los poetas del amor conyugal; pero teniendo en cuenta que la más extensa y valiosa poesía conyugal la encontramos en el libro más reproducido de la historia (véase Jeremías, Oseas, todo el Cantar de los cantares, el Evangelio de San Juan), estoy seguro de que basta arremangarse un poco para sacar a luz muchos testimonios que la historia ha registrado de ese amor romántico culminado en la habitación siempre cerrada a los profanos, de los esposos…

Por eso espero con ganas esa Antología de poetas del amor conyugal que García-Máiquez nos prometió (¿o se trató de la expresión de un deseo?) a sus alumnos, una tarde literaria inolvidable.

 

(FOTO: Frances Blogg, esposa de G.K. Chesterton)

Nací en una cloaca de convento del Siglo XVI. Así como el nauseabundo pescado despertó un olfato hiper-sensibilizado en Jean-Baptiste Grenouille, la relajación en la vivencia de la Regla de aquellos monjes despertó en mí una brutal intolerancia por las variadas formas del alma moderna. Reaccionario implacable, soy seguidor del cardenal Cayetano y Donoso Cortés. Me enloquecen las salchipapas, símbolo del imperio Español, y me pierde mi devoción por Mourinho.

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