Ahora que vuelve la Champions, la de primavera; ahora que la fiesta del fútbol se vuelve exclusiva, donde se mira más el nombre que los méritos; ese fútbol con luz, que nos canta la largura del día, que incita a atreverse con la manga corta y la terraza abierta; ahora que el fútbol padece tocado por el encanto de la primavera, Madrid se da cuenta de que está huérfana.
La que ha sido capital del fútbol en los últimos cinco años (desde la final de Lisboa) se distraerá con temer, y afiliarse a segundas y heroicas causas. Así hasta la final, que este año estará muy cerca en el espacio (se disputará en el Wanda Metropolitano) y lejos en lo empático. Salvo que, como ya se ha insinuado, se cumplan los temores de más de uno. Así somos y en esto consiste el espectáculo deportivo: en entretenernos y generarnos algo de emoción en la (general) monotonía del mortal de gama media.
Al Atlético de Madrid la temporada le ha sabido a poco. A poco fútbol y a pocas alegrías. Basta ver que quizá el mayor alborozo, el que más expectativas generaba, resultó ser, precisamente, la mayor desilusión del curso, y a cuya principal razón dedicaremos la conclusión de este artículo. Así que los aficionados atléticos han tenido que volver a conformarse con esos títulos sin metal, que poco lucen en este presente de complejos superados. Quizá uno de los mejores bocados del colchonero esta temporada ha estado en el aperitivo, levantándole al Real Madrid una Supercopa de Europa al estilo prórroga, que tanto había damnificado a los rojiblancos en las últimas finales euromadrileñas. A esto se suma la siempre envilecida alegría del mal ajeno, una constante a lo largo de toda la temporada en el tercer y último protagonista de este triángulo de infortunios madrileños y verdugos circundantes.


Al Real Madrid este golpe de vecinos le hizo empezar mal la temporada, con un entrenador – Julen Lopetegui – que empezó a titubear desde entonces y que terminaría besando la lona con una ‘guantá con la mano abierta’ en el Camp Nou. Su sucesor, Santiago Hernán Solari, fue incapaz de meter en cintura a un equipo acusado de sobrepeso de éxito, respondón al castigo y evidenciado en el esfuerzo. Tal era la claridad de sus carencias que hasta los holandeses del Ajax aprovecharon para hacer historia (a la altura de su escudo) con solo ver los puntos débiles de un ser azotado por la ansiedad, el pesimismo y los nervios (1-4 en el Bernabéu y el Ajax ya saca brillo a su caja registradora).
Pero la descalabrada de madridistas y atléticos tiene un denominador común, ni exclusivo ni incipiente pero sí determinante e incidiente. Se llama Cristiano Ronaldo y es un tipo bastante singular. Tanto, que este juego de destinos solo es posible entendiendo sus peculiaridades.
Cristiano Ronaldo, el enfermo
Ronaldo estuvo nueve temporadas en el Real Madrid, ganó cuatro Champions League, metió 22 goles al Atlético y se convirtió en el máximo goleador histórico del club. Pero al final de la temporada 2018/2019 se fue del equipo con más gracia que pena. Como si el club hubiese hecho tan buena labor fichándolo en su día como vendiéndolo a su debida hora.
A la afición no pareció dolerle el alma, ni siquiera ablandar el lagrimal. Incluso alguno sintió cierto alivio por desvincularse de una personalidad – al menos de cara a la televisión – que parecía un peaje a su brillantez como jugador. Al tipo se le achaca cierta egolatría; esa necesidad de ser protagonismo cuando el juego no lo dictamina: como cuando celebras una Champions y no puedes esperar dos días a decir que te vas.
También se le conoce por cierta arrogancia, como podría ejemplificar su razonamiento acerca de por qué la gente le increpaba, especialmente, en el campo: “Creo que por ser guapo, rico y por ser un gran jugador las personas tienen envidia de mí”. Aquí cada cual con sus valores y preferencias. Él parece tenerlas claras.
Más allá de los títulos a nivel de equipo, también ostenta un buen arsenal de trofeos individuales, como cuatro botas de oro (al máximo goleador) y cinco balones de oro (al mejor jugador en general), propios de un jugador de leyenda (que no hay duda de que lo es) que le evidencian a sí mismo su superioridad futbolística sobre cualquier otro jugador del mundo (más bien sobre Messi, por concretar). Esta autoconfianza ciega ha parecido, más de una vez, ridícula e incluso le hacía y hace parecer una persona poco racional.
Esta superposición de su figura, talento y trabajo por encima del resto parece sobrepasar el límite de lo políticamente correcto en torno a la confianza en uno mismo, y también le ha ocasionado conflictos de respeto hacia otros compañeros, como Luka Modric, elegido mejor jugador de 2019, una decisión que criticaron abiertamente los allegados más próximos de Ronaldo, que ni siquiera acudió a la gala.
El Real Madrid se desprendió de un personaje algo irritante, un obseso del trabajo, del reconocimiento, de la mención, de que los números siempre le favorezcan”.
A todo esto se suma su falta de control en ocasiones para entrar al trapo en cualquier provocación, como si fuese nuevo en esto del ‘show Business deportivo’. Al salir derrotado del Calderón en el partido de ida de octavos de final de esta temporada (2-0), Cristiano recordó a los aficionados y prensa del Wanda que él tenía cinco Champions y el Atlético ninguna. Algo tan cierto como evidente parecía el quemazón por el resultado y el linchamiento verbal de la grada.


Y es aquí donde todo se da la vuelta. Evidenciando esta polémica y hasta chirriante personalidad para todo lo relacionado con valores como la modestia y humildad, que parece revalorizar a los personajes públicos, Cristiano, a ojos de los medios, la opinión pública e incluso gran número de aficionados (de sus equipos y ex-equipos como rivales) es un dudoso ejemplo para niños y adultos – para la sociedad en general. Una amalgama que generaba cierto amargor final a la hora de que el tribuno le avale el pack completo; intachable en lo profesional pero, “!ay¡ este tío cuando sale del césped…” e incluso a veces en el mismo verde ya se le veían maneras. Arrogante, ególatra, demasiado serio, con 33 años… Una suma de argumentos que hizo que desentenderse del máximo goleador de la historia del club, de la pieza clave de la época más boyante que han visto muchas generaciones madridistas, no fuese un melodrama, sino que hasta generó en gran parte de los aficionados satisfacción de haber cerrado un negocio redondo, incluso más fructífero de lo esperado, y en otros menos, alivio por poder respirar y mirar otras piernas sin la sensación de sentirse un infiel y un traidor (sí, volvemos a referenciar a Messi).
Cruce de caminos
Y es él quien cierra este lío de caminos de triunfos, derrotas y destinos caprichosos. Cuando el portugués y el Real Madrid decidieron separar sus caminos, por ego, por valoración, por falta de sintonía o hartazgo, o por un poco de todo, se creó un juego paralelo a cualquier clasificación o torneo al uso. Los aficionados del Real Madrid y los fans de CR, (sería atrevido ponerme en mente de la cúpula del Real Madrid y del señor Ronaldo) miraban de reojo y con recelo a la otra parte, con ciertas ganas de saltar ante el mínimo tropiezo y evidenciar que era el otro el que se equivocaba, el que más se debilitaba al romper la sociedad.
Ronaldo perdió el mayor escaparate mundial del fútbol, la capacidad de mostrar casi cada día que el fútbol no solo premia el talento innato, sino también el trabajo y la dedicación. El Real Madrid se desprendió de un personaje algo irritante, un obseso del trabajo, del reconocimiento, de la mención, de que los números siempre le favorezcan, pero perdió a un goleador nato, un líder de la competitividad, un tipo que no baja los brazos y que jamás se deja ridiculizar. Parece difícil imaginar que con un tipo así de enfermo en el vestuario, un compañero baje los brazos a mitad de temporada, que suelte los remos del barco por no comulgar con el entrenador, que el conformismo pueda convivir con un orgullo y amor propio capaces de cambiar el sino de muchos partidos, títulos y trofeos. Los últimos los del Madrid y el Atlético. Ahora parece difícil imaginar que la Juve le hubiese hecho tres goles al Atlético sin el hack-trick de Ronaldo; o que el Madrid no hubiese arrinconado al Ajax en el Bernabéu con el máximo goleador de su historia. Parece difícil imaginar una primavera madrileña sin fútbol europeo. Pues habrá que hacerlo, al menos hasta la final.

