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La semilla inmortal de Zidane: un regreso por amor

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Despejemos cualquier atisbo triunfalista: la vuelta de Zidane no garantiza nada. Pero confirma la tendencia autoregeneradora que sigue a la naturaleza autodestructiva del Real Madrid. Tras una temporada de ausencia que ha servido para mostrar la necesidad de profundas reformas, Zizou regresó con victoria ante el Celta de Vigo. Y transcurrida una semana de su presentación oficial, parece buen momento para ponderar las proporciones míticas de este retorno al hogar: un viaje, en todo rigor y ñoñerías al margen, por amor.

Victoria de bienvenida

He de reconocer que llegué tarde a mi cita con la Segunda Venida. Cuando me asomé al vomitorio del estadio, los jugadores estaban saliendo al terreno y el rescatador ya había hecho su aparición  -según pude leer, con ovación de los aficionados-. Esto me tranquilizó la conciencia: si el mago francés había decidido reaparecer “cuando uno se lo propone”, al estilo de sus homólogos de la Tierra Media, también los aficionados teníamos derecho a demorarnos.

Los crujidos de pipas y el pitido inicial se escucharon al unísono. La vieja guardia de Zizou desfilaba por el césped: aquella alineación parecía un homenaje a la temporada de su doblete. Llamaban la atención Isco, Marcelo, Keylor Navas y Asensio, todos ellos ausentes en los planes de Solari (algunos más que otros). Pero aquello desbordaba el mero acto de nostalgia o de motivación psicologógica. El equipo salió a ganar.

Pese a la evidente falta de forma del malagueño -la pesadez con que desplazaba su redondeada figura me impresionó-, su entrega entusiasmó de inmediato. Sus exquisiteces, tan superfluas en ocasiones, dieron paso a fluidas triangulaciones con el lateral brasileño y con Benzema. Marcelo no ha perdido pizca de creatividad ofensiva, aunque en los repliegues requirió de la ayuda de un trabajoso Bale. Las coberturas de éste al carioca, además de su obstinado juego de ataque, merecieron el aplauso del Bernabéu en un par de ocasiones.

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Pero la gran sensación de la tarde fue Marco Asensio. Tras una primera parte de buenas y estériles intenciones del equipo, casi como un espejo de la temporada, la intensidad del mallorquín abrió la lata. Las cáscaras de pipas, totem de la autocomplacencia del Bernabéu, se amontonaban sin parar. Hasta que Asensio, huracán de galopadas y centros durante todo el encuentro, trazó una diagonal asesina. Su carrera, bordeando el área celtiña y siempre a punto de perder el balón, culminó con un pase en profundidad que la chistera de Isco convirtió en gol. Magia, como apoda el vestuario al malagueño, había vuelto. Esto me lo escribió un amigo; el estadio entero lo firmaba entre aplausos.

El truco final de la función llegó con el gol del delantero galés y varios paradones de Keylor. Las apariciones de los suplentes Ceballos y Fede Valverde, éste con una zancada y un criterio encomiables, permiten vislumbrar las preferencias de Zizou en el banquillo.

Durante el encuentro, unas palomas grises y urbanitas se empeñaron en bajar al césped continuamente. Aquello provocó la sensación de estar asistiendo a un suceso a medio camino entre el espectáculo de prestidigitación y la recreación de un pasaje bíblico.  Cuando sonó el pitido final, las palomas seguían allí.

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El mito del amor redentor

Tras un partido con carácter exorcista y sabor a pretemporada, la vuelta a casa de Zidane queda consumada. El libro La semilla inmortal (J. Balló y X. Pérez), que detecta veintiún argumentos mitológicos omnipresentes en la narrativa cinematográfica, podría servir como guía para comprender a este Real Madrid.

La segunda era Zidane sigue el patrón inconfundible del retorno al hogar, el relato de la Odisea. Muchos se preguntan si en el vestuario habrá pretendientes al corazón de Penélope o si la reforma (que no revolución) se hará con dulzura, sin férreas oposiciones. La sensación generalizada es que el madridismo lleva toda la temporada tejiendo a la espera de su verdadero amado. Por ello es de suponer que Florentino, cual Telémaco, lo reconozca como padre de esta generación y que en virtud de esa autoridad le ceda plenos poderes.

El intruso benefactor, otro de los mitos de La semilla inmortal, revela igualmente la naturaleza de este regreso. En este argumento, un extraño entra en una comunidad para limpiarla de sus males internos; sólo él puede librarlos de una enfermedad de la que él no está manchado. La decadente autocomplacencia que ha precicipitado al fracaso a este Madrid resulta ajena a Zidane; de hecho, en previsión de ella, decidió marcharse. En su etapa anterior, siempre ganó al menos un título por temporada. En esta medida, Zizou es un forastero para el vestuario actual: viene de un lejano país que no conoce la derrota.

Su vuelta, por último,  también podría identificarse con el amor redentor; esto no lo digo por redundar en el ya manido halo mesiánico de Zidane (y de tantos ídolos futboleros) sino por el cuento de la Bella y la Bestia, donde la belleza salva al hombre de su bestialidad. Como dijo en rueda de prensa, Zizou vuelve porque quiere mucho a este club, cosa que los cínicos no podrán comprender.

Sin que sirva de certeza, su amor ya se traduce en victorias.

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Imagen de portada de Scott McRoy en Dribbble

Licenciado en Com. Audiovisual por la UFV, máster en guión y profesor en la UNAV. Actualmente compagina su carrera de guionista con el mundo académico.

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