Lo hemos consentido, y ya se ha convertido en una costumbre. Ahora, los jugadores de fútbol “dejan” la Selección. En las últimas semanas, Gerard Piqué y David Silva se han apuntado a la moda. ¿Cómo es posible que se haya generalizado un gesto tan absurdo? Me temo que todo comenzó con Fernando Hierro. Su anuncio durante el Mundial de Corea y Japón de 2002 abrió la veda. No era por la edad (los mismos 34 que ahora mismo contemplan al que suscribe), dijo, sino por centrarse en el Real Madrid. Con la selección había “cumplido un ciclo”. Las especiales circunstancias del jugador –trece años de internacionalidades, 89 partidos y 29 goles que entonces le convertían en el mayor anotador histórico- vistieron de cierta “normalidad” el anuncio. En buena hora.


Desde entonces, han sido muchos –muchísimos- los que se han subido al carro. Las estrellas del fútbol son seres humanos. Duelen los dedos después de teclear semejante obviedad. Pero cabrá cierto consenso en torno a que las muy particulares condiciones en las que se desarrolla su vida una vez alcanzado el éxito facilitan cierta amortiguación de los golpes que todos nos encontramos en el camino. El declive es un proceso natural cuyas fases deberían asumir con gallardía los deportistas de élite. Dejar de figurar en las convocatorias de la selección es quizá uno de los primeros pasos. “Abandonarla” es sólo un “me voy antes de que me echen” que no concuerda con la naturaleza de los combinados nacionales.
Uno no se postula para ser llamado. (Algún caso hay, sin embargo, de lo contrario). La consideración por parte del seleccionador de turno se interpreta como un honor para el jugador, que recibirá unos emolumentos envidiables para cualquier trabajador pero absolutamente insignificantes para él, en comparación por la ficha que cobra de su correspondiente club. Igual que un día llega la llamada, más o menos inesperada, otro día ésta deja de producirse. Antaño, los iconos de España pasaban por el trago. Ejemplos hay unos cuantos. En este sentido, cabe destacar la actitud de David Villa. “El Guaje” se fue llorando del Mundial de Brasil, a sabiendas de que una nueva convocatoria sería improbable. Pero nunca tomó la grotesca iniciativa de autodescartarse. Estuvo siempre disponible. Es lo lógico, dado que no estamos ante un proceso necesariamente irreversible. Uno puede dejar de encajar pero, por múltiples circunstancias, volver a ser necesario en un momento dado. Así sucedió con el asturiano, al que reclamó Lopetegui en septiembre de 2017. Fue suplente ante Italia y jugó dos minutos. Suficientes para dar una lección a sus coetáneos.
La sociedad Mr.Wonderful camina hacia la consecución de una existencia sin espinas. Los futbolistas han decidido que quieren ahorrarse uno de los pocos conatos de amargura que habitan en unas carreras profesionales que amortizan como muy pocas un talento concreto. Es tentador, como casi siempre que se critica a un profesional del balompié, aludir a la influencia que ejercen como modelos de conducta en los niños. Insinuado queda. Pero no es necesario. Los chavales no tendrán elección. Se tragarán los sapos que procedan y no podrán usar atajos. Para eso ya están los de los cromos.

