El último artículo publicado en Democresía -por la fabulosa pluma de Santiago Huvelle- empieza así: “entre las fuerzas de la naturaleza, mi preferida es Johnny Cash”. La mía es Sergio Ramos.
No tanto porque sea mi jugador preferido -siento más debilidad por Benzema- sino por su condición de constante cósmica. A estas alturas, nadie podrá negar que cuando el Madrid va perdiendo o empatado, el cabezazo de Ramos ha adquirido estatuto de ley natural. Da igual lo que opines, sabes que va a ocurrir.
De hecho, eso es lo extraordinario. El público sabe que va a pasar, el entrenador rival lo sabe y sus jugadores también. Y sin embargo nada pueden hacer para detenerlo. Es la ley de Murphy en su versión para adversarios del Madrid.
Alguien debería desarrollar una fórmula parecida a esta: Ramos + 2ª parte + empate/derrota = cabezazo de gol.
Pero, más allá de estadísticas y hazañas último-minuteras, los cabezazos de Ramos tienen un valor identitario intangible. Pocos gestos condensan mejor la esencia de un Real Madrid que, no por casualidad, la víspera de la machada en San Paolo cumplía 115 años de Historia.
Los cabezazos cameros, en efecto, tienen la virtud metafísica de captar algunas de las características más importantes del Madrid.
En primer lugar, porque son fruto de un temperamento moral inclinado hacia la fe y al pundonor, por encima del cálculo y la probabilidad. Como dice la letra del himno, Ramos es “todo nervio y corazón”; cuando no hay motivos para creer, su cabeza testaruda -valga la redundancia- merodea el área en un acto de solidaridad “castizo y generoso” con el equipo. Además, los testarazos de Ramos contradicen una de las mayores falacias pseudofútboleras: la del mérito como algo ajeno al marcador. “Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite”, decía el Dr. Jekyll. Los cabezazos de Ramos, como en la novela de Stevenson, no llegan cuando el Madrid lo merece, sino cuando más lo necesita. Cuando peor juega, vaya. Y de esta forma confirman una realidad nada romántica, y que por ello escuece a tantos, a saber que en el fútbol el mérito sólo se cifra en goles. Esto último desemboca en la tercera enseñanza de los cabezazos de Ramos: la poética del Madrid es la victoria. Épica, para más señas, como también señala el contexto de esos prodigiosos remates de cabeza.
Uno, en definitiva, sólo puede concluir que los cabezazos de SR4 son pura pedagogía blanca. Un tratado de madridismo en su más pura esencia. También abren la puerta al vicio de la inestabilidad y del conformismo, pero dejemos eso para otro día.
El Madrid, como el torso y el cuello de Ramos, es una fuerza arrolladora que cruza la Historia bajo un solo signo: el de la victoria. O dicho de forma más prosaica, a cabezazos.
Imagen extraída de www.aldia.cr