Ocurrió en ‘Radiogaceta de los deportes’ el pasado lunes por la noche.
Chema Abad dio las gracias al personaje antes de despedirse por ser capaz de contestarle a las preguntas como si fuera un humano y no una suerte de metro ochenta de carne estilizada programada para el monosílabo ante la prensa.
La entrevista fue de manual polvoriento de periodismo. Como el eco de un profeta. Pura vida.
Una voz gigante, que diría el Ortega, reducida al volumen de mis auriculares. Un hermanamiento con quien te cuenta unos hechos, una forma de encarar su trabajo, de entender la vida y sientes que no te está colando una trola.
Si todo fuera esto, gente que no tuviera que demostrarle nada a nadie salvo a sí mismos, esto es: autocontrol en la espontaneidad, la gente viviría pegada al éxtasis López-Quintasiano y al gozo de una vida apacible y sencilla donde uno puede decir, a fin de cuentas, que ha tenido un buen día después de escuchar a un hombre cocido a fuego lento, que da la casualidad de que es futbolista, por el dial de la radio.

