Los amantes del deporte, que no fanáticos, no deberíamos olvidar en unos cuantos lustros este 20 de mayo de 2018.
Pocas veces a lo largo de la historia se han podido reunir tantos hechos noticiables, con tal calado de humanidad y emotividad, concentrados en un solo día. En un domingo de Pentecostés para más inri.
Que disculpen los fánaticos, que no amantes del deporte, el orden de los factores, pero para que quede constancia conviene enumerar lo acontecido.
El Real Madrid de Baloncesto ha conquistado su décima Euroliga con un Sergio Llul al que no habrá datos estadísticos que contengan sus proezas.
Fernando Torres ha conseguido el sueño que tuvo un niño de Fuenlabrada hace 24 años, llevar ad eternum el escudo de su equipo en la piel, grabar en la piedra del Metropolitano el haber sido el quinto máximo goleador de un club de rematadores. Una simbiosis con una masa uniforme y rojiblanca, donde Torres jamás podrá recordar tantas decenas de miles de nombres que ayer le corearon sin cesar, pero que sin embargo, él siempre será recordado por un niño treintañero que se convirtió en Leyenda.


Andrés Iniesta, el que podría haber sido cualquier vida menos la del capitán de un club al que vertebró a base de pases imposibles y goles que dotaron de sentido de pertenencia más que cualquier Carta Magna. La timidez de Fuentealbilla se va con 31 títulos conquistados con el mejor Barcelona de la historia. ¡34 títulos -por ahora- contando los éxitos de La Roja! Le queda un Mundial, le queda una Asistencia; quién sabe si le quedará un Gol.
Xabi Prieto, el sudor del trabajo donostiarra. El rostro de la perseverancia en un Anoeta Olímpico donde la rasca del fútbol pega fuerte fuera de los seis primeros puestos de la tabla. Un Xabi que recibió la herencia de un subcampeonato de Liga con Denoueix, que descendió a los infiernos en repetidas ocasiones, que ascendió otras tantas, que fue a la Champions con la ilusión de un chaval cuando muchos le daban por amortizado y que como todo capitán de un equipo ascensor, se retira a una vida sencilla y acomodada con la sensación del trabajo hecho como buenamente se pudo.
El detalle es que este domingo han ocurrido seis buenas razones para estar feliz con nuestro deporte.
Marc Márquez, que se está empeñando, quemando gas en cada curva, en hacer un binomio que la literatura de la política actual destierra con cada president: Cervera es España. Y vamos camino de nuestro séptimo título mundial de motociclismo, seguido, como no puede ser de otra manera, de otro piloto español.
Y Rafael Nadal, al que los adjetivos le quedan a la altura de los patrocinadores de sus calcetines. Ocho veces campeón del Masters de Roma. La ciudad en la que esta noche, en el Foro, solo se escuchó el eco del rey de la tierra batida. Cuando Nadal se retire, que ya nos debemos preparar psicológicamente para ese momento, no habrá forma de explicar a las ulteriores generaciones lo que este abanderado de nuestro país ha hecho no ya solo por su deporte, donde es el número uno, sino por explicar a las generaciones que buscan la fama fatua que no hay mayor recompensa que el trabajo hecho con fe. Con la fe en que las piernas responderán, que los brazos se contraerán para dar un smash de espaldas y que la cabeza -entre la sencillez, el yate y el suegrismo que devora a las mujeres españolas pasados los cincuenta-, seguirá puesta en su sitio.
Pocos días permite el deporte hermanar a tantos credos y condiciones en la gratitud y admiración sin apelativos.
Como le ocurre al lobo estepario de Herman Hesse, la vida cobra todo su relieve cuando uno se sienta en la escalera de casa a admirar los aciertos ajenos, la excelsitud de la condición humana cuando se aplica a conciencia en una tarea; ya sea con una araucaria o para ganar un título u homenajear a alguien que ha hecho bien su trabajo. Todo lo importante, se termina filtrando a través de los detalles.
Y el detalle es que este domingo han ocurrido seis buenas razones para estar feliz con nuestro deporte, con nuestra manifestación de lucha, esfuerzo, solidaridad, compañerismo y humanidad.
¡Viva nosotros!

