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El Cholo y los sapos

En Cuero por

La madrugada del jueves sonaba en el “Partido de las 12”  un histórico del balón. Paulo Futre, el “Hijo del viento”, uno de los cuatro magníficos de la historia del Atlético de Madrid. Todo Futre, según recogió el vídeo de COPE, era un caldo de nervios.  Sacaba con gusto y movimientos pendulares, como un chisporroteo de madera húmeda, sus dejes portugueses, sus secretos e inquietudes sobre lo que se avecina esta noche para el equipo colchonero. Larrañaga lo había traído para que contrastase la historia de Simeone y su tropa cholista con su propia aventura con el Oporto, cuando conquistó la primera Copa de Europa allá por 1987 frente al Bayern de Múnich. Aquella noche fue insólita si comparamos a los dos equipos. El equipo del Duero era ostensiblemente menor al rodillo alemán de Matthäus, Flick o el pequeño de los Rummenigge, que venían de golear al otro finalista de Milán, al Real Madrid de Butragueño, Sanchís, Hugo Sánchez y el sempiterno vacile para cualquier banquillo; Michel.

La cosa es que entre los muchos colegas de bar y Mahou que estuvieron aquella noche -incluido el oscarizado José Luis Garci-, Manolo Lama, el gallo de la radio, tuvo su noche más afilada.

A mitad de entrevista Lama le dedicó dos minutos a repasar los sapos y culebras del técnico del Atlético de Madrid. Las supersticiones del Cholo.

Medir el césped, cambiar a toda la plantilla de planta del hotel en el que se hospedan, no volver a cometer el error de pasar rumbo al Giuseppe Meazza por la fan zone del Madrid como ya hiciera en Lisboa, solicitar la equipación azul a la UEFA para no repetir los “fatídicos” colores de aquella maldita noche, viajar antes que nunca, comer a hora distinta, mear mucho para que el profe Ortega vea el color de la orina,  evitar cualquier ritual que pueda recordar a las dos Copas de Europa perdidas, no cambiar muda si el equipo gana, conocer los horóscopos de la plantilla y el más extravagante etcétera que queráis imaginar.

Un tema que me llamó la atención, que pasaron de puntillas los de COPE pero han incluido  otras publicaciones como Don Balón o el siempre exótico y arruinado “El Mundo”,  fue el rosario y la cruz.

Me extrañó que en ese pack de manías humanas que de una forma u otra todos llevamos a cuestas en lo secreto se incluyera el rosario y los rezos. Me adentro en las calenturientas cabezas de los redactores deportivos, siempre elucubrando un titular del agrado de la sordidez nocturna de Relaño y Roncero. Y concluyo que ese tipo de lectura, esa equiparación con la lista de supermercado al estilo Super Pop en la sección “esoterismos”, es culpa única y exclusivamente de Diego Pablo Simeone González.

Decía Chesterton que “cuando se deja de creer en Dios, enseguida se empieza a creer en cualquier cosa”. En Cholo se viven dos guerras. La fe y la paganización de la fe. Un grito al cielo para pedir a la bóveda celestial cobertura en un partido de fútbol  junto a patas de conejo metidos a presión en los bolsillos del siempre negro traje de Simeone. Un cristo crucificado y sudoroso saliendo del tercer botón de la camiseta después de cada cambio de jugador o rebote con el árbitro junto a los cuernos en el tapete para desmagnetizar los 50 años de “pupas” que bautizó Vicente Calderón tras la derrota, así es el fútbol, contra el Bayer de Múnich.

Esa amalgama de lo divino y lo humano tiene una respuesta. Frustración y dolor de proporciones trágicas después de lo de Lisboa. Fue en el minuto 93. En el 93. Ha habido flatulencias más largas que lo que le quedaba de juego a aquel partido.

Es por eso que Simeone ha dedicado una cantidad ingente de tiempo, especialmente mental, a buscar como machacar las probabilidades de que esta noche no suceda lo mismo.

Ha creado su propia versión de 21 gramos al estilo futbolístico y se ha dejado la salud en pensar, por encima de estrategias y motivaciones personales a sus jóvenes guerreros, en ese dichoso 0,03% que mueve todo. Que decanta balanzas. Que revienta universos. Que hace que Saúl se vuelva en Messi por diez segundos y Jesé en Cristiano Ronaldo por un par de suspiros.  Que mueve a la gente a meter entre los poros de piedra de Neptuno o Cibeles los colores del equipo de su vida durante una noche. Por una noche los dioses son suyos.

Es en esas medidas donde se ha focalizado Simeone estas últimas dos semanas. Porque, en el terreno de lo tangible, sabe que tiene un equipazo, que ha revolucionado el fútbol mundial y que las mentes de los niños que no saben de un Atleti perdedor. Ha ilusionado a ancianos y forzado a arrabaleros a meditar si, para seguir con su perversión política y vital plasmada en el fútbol, deben cambiarse el abono por el del Rayo.

Esta noche volveremos a ver a un ser humano confundido sobre a qué deidad inclinarse. Y será divertido. Y nos llamará a la ternura y misericordia. Y ganará adeptos si agarra la copa por las orejas. Y la natalidad de Pirámides se disparará. Y se terminarán en las tiendas de barrio los sapos y gatos negros si el argentino consigue ganar la mejor competición del mundo.

Sin duda, va a ser una noche especial.

 

Imagen extraída de: www.elsol.com.ar 

(@RicardoMJ) Periodista y escritor. Mal delantero centro. Padre, marido y persona que, en líneas generales, se siente amada. No es poco el percal. Cuando me pongo travieso, publico con seudónimo: Espinosa Martínez.

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