Para algunos, cualquier tiempo pasado fue mejor y si hay alguien que piensa así es la afición del Real Zaragoza. El equipo maño milita en la actualidad en Segunda División y lucha por volver a Primera, el lugar que por historia le corresponde. Porque hubo un tiempo en el que el Zaragoza no sólo jugaba en la máxima categoría, sino que participaba en competiciones europeas e incluso, como sucedió con la Recopa de Europa de la temporada 94/95, las ganaba.
Hablar de esa campaña para la afición de La Romareda es evocar al mítico gol de Nayim en la final ante el Arsenal inglés. Pero antes de medirse al conjunto gunner para alzarse con el trofeo de campeón tuvo que enfrentarse en semifinales ante otro equipo británico, el Chelsea. Por aquel entonces, el equipo blue era un conjunto modesto que no acababa de ser un asiduo en competiciones europeas. Tanto es así, que el Zaragoza era el claro favorito para pasar la eliminatoria y eran muy pocos los que apostaban por el Chelsea para llegar a la final. Para suerte de los maños todos los pronósticos se cumplieron y el conjunto dirigido por aquel entonces por un jovencísimo Víctor Fernández se impuso con autoridad al vencer por tres a cero. Pero el partido, además de dejar bien encarrilada la eliminatoria, dejó un suceso bastante curioso.
Fue un encuentro muy intenso. Muchas faltas. Un ambiente muy cargado.
Con el 3-0 ya en el marcador, Xavi Aguado, capitán y central del Zaragoza, no se arrugó y realizó una dura falta al borde del área al delantero del Chelsea, Paul Furlong. El ariete cayó redondo al suelo y no paró de retorcerse en el tapete acompañado de escalofriantes gritos de dolor. Esto fue la gota que colmó el baso de los aficionados del equipo blue para empezar a causar problemas. Desde el fondo sur, donde estaban, comenzaron a arrancar sillas, tirar de todo al terreno de juego, pelearse entre ellos y con las fuerzas de seguridad que había vigilándoles.
Fue entonces cuando, desde el fondo norte, bajo la batuta de la ‘Peña Ligallo’ empezaron a gritar “¡Písalo, písalo!”, animando a Xavi Aguado a rematar la faena. Al instante todo el estadio se unió y al unísono empezaron jalear lo mismo con fuerza e intensidad. De repente, paradójicamente, como si una avioneta rociase algún tipo de narcotizante sobre La Romareda, los hooligans ingleses se empezaron a calmar. Dejaron de pegarse y de destrozar el campo. La afición maña, sorprendida y confundida por la contradicción que se estaba viviendo, siguió animando a su equipo como si nada y así transcurrió el partido hasta el pitido final. Fue al día siguiente cuando se entendió el porqué los hinchas ingleses habían dejado de alborotar. ¿La razón? Toda una hazaña.
Cuando la afición del Zaragoza gritó “¡Písalo, písalo!”, los hinchas del Chelsea, entre toda aquella amalgama de ruidos y jaleo, entendieron “Peace and love”. Los diarios ingleses escribieron acerca de lo sucedido lo siguiente:
“Y cuando nuestros seguidores otra vez estaban dando uno de los peores ejemplos, razón por la cual los equipos británicos han estado condenados sin participar en competiciones europeas, desde la Romareda nació un grito de concordia, una fuerza enamorada, un grito que nos pedía la unidad de todos : ‘Paz y amor, paz y amor’”.
En el inició del siguiente vídeo se puede ver toda la escena; desde el gol de Esnaider, hasta la locura de los hinchas del Chelsea y la balada violenta que amansó a los hooligans.
Los orígenes de “Písalo, Písalo”
Hay que recordar que este cántico nació en la temporada 92/93 en un partido de Primera división que enfrentó al Deportivo de la Coruña y al Sevilla. En un lance del partido Diego Armando Maradona, ya en el final de su carrera, le realizan una fea entrada y queda tendido en el suelo. Por ello salta al terreno de juego el fisioterapeuta del equipo hispalense atender al argentino.
Al ver que Maradona se incorpora sin necesidad de recibir ayuda, el fisio ayuda a un jugador del Depor que se encontraba a su lado sangrando. Carlos Alberto Bilardo, entrenador en aquella temporada del Sevilla, al observar esta situación enfureció y salió del banquillo para gritar al fisio: “¡Domingo, Domingo, a Diego, a Diego!”, “en vez de agarrar a Diego, agarra al otro. Me quiero morir, me quiero morir”, “los de colorado son los nuestros”. Una vez atendió el fisio al jugador del equipo gallego, y ajeno a los gritos de Bilardo desde la banda, se llevó la reprimenda del entrenador. El argentino fue cuando dijo su celebre frase que pasara a la historia: “Qué carajo me importa a mí el otro, písalo, písalo´”. Las cámaras del programa El día después grabaron este momento que ha quedado para la posterioridad del fútbol nacional.
- Imagen de portada del periódico el Heraldo de Aragón.