Haber sido concebido en una familia grande tiene todo tipo de peajes. Aunque, sin duda, el más feliz de todos ellos es la época de bodas. Les juro que cuando llega marzo miro mi agenda y parece que, por curiosidades inexplicables del destino, a mi mesa ha ido a parar el calendario del Duque de Kent en lugar del de un desgraciado madrileño cuya única culpa es la de tener muchos primos.
¿Alguna vez han pensado lo que se parece su vida a las películas? He de confesar que yo lo hago continuamente. Como una suerte de Madame Bovary posmoderna y masculinizada, encuentro en las películas no sólo una de mis mayores pasiones, sino una fuente infinita en la que busco las mejores respuestas. Lo sé, es un tanto infantil. Sin embargo, creo que pocos podrían afirmar que han pasado por el camino de la vida sin haber sentido nunca ese estado de total conexión con el arte (me es igual la disciplina).
Mis primaveras demuestran que mi película ideal sería ‘Cuatro bodas y un funeral’. Todos los que hayan estado en mi lugar sabrán de lo que hablo: la sensación de abrumadora empatía con Hugh Grant, ese pobre hombre que se levanta cada sábado a toda prisa para ponerse el chaqué (además, acaba por no tener mucha idea de quién es el que se casa ese preciso fin de semana). De hecho, en una escena de la película su hermana le despierta y le pregunta: “¿Qué es lo que vas a hacer hoy?”. A lo que él, descolocado, responde: “Oh, pues creo que voy a aprovecharme de que por primera vez en toda mi vida hoy es sábado y no tengo que asistir a ninguna boda.”


Jep Gambardella encontraba en los funerales la cumbre de la fiesta mundana. En mi opinión, olvidó poner su punto de mira en el espectáculo de los enlaces matrimoniales. Como Stendhal, mi ‘espejo en el camino‘ son las bodas. Son una representación clara de lo que está pasando. En general. Se ajustan perfectamente a las modas y son igual de cambiantes: lo que antes era elegante ahora es hortera, y viceversa.
Por su parte, Javier Aznar decidió hacer un artículo protesta llamado Ese problema de escala internacional llamado ‘viaje de novios’. Yo prefiero centrarme en otra de las cuestiones principales no exenta de filosofía: la animación. En la última boda a la que asistí, una vez ya habían empezado a caer las copas, me encontré fumando con mi padre en uno de los rincones de la terraza (nada extraordinario, por otra parte). Él me comentó con cierto aire de cansancio que la boda se estaba terminando para él. Sorprendido, pregunté las razones, pues la fiesta propiamente dicha acababa de empezar. A lo que él respondió: “las canciones buenas se han terminado y ahora nos esperan horas de reggaeton”.
No tuve más remedio que ofrecerle mi copa para un brindis en señal de aprobación. Tenía toda la razón. Da igual el tipo de boda a la que usted asista, más o menos elegante o pintoresca, divertida o muermo, hay método en la aparente locura de los Dj´s. Siempre es la misma historia: empiezan con un par de canciones de Grease, algo animado de The Beatles, continúan con algo mítico tipo Sweet Caroline o American Pie y chas.
De repente, te encuentras sudando en medio de la pista -papel para nada habitual en ti- y te dices que sí, que puede que sea hoy el día. Que quizás esta boda sea una sucesión de temazos y que el Dj sea un nostálgico más. Nada más lejos de la realidad: se apagan las luces momentáneamente, y empieza a sonar un tema raro. Vuelve a encenderse la pista y la gente decide saltar al ritmo del reggaeton más sucio. Te alejas poco a poco y es como si Maluma y Nicky Jam hubieran estado esperando a este momento fumando en una esquina para observarte y reírse.
En OT, más de la mitad de los concursantes que terminaron el programa con cierto éxito han decidido guiar su carrera hacía el reggaeton más profundo
A raíz de esta conversación con mi padre, al rato me ví inmiscuido en una visceral tertulia sobre las grandes verdades de la animación en las bodas. Observé al personal y noté que tenían un concepto muy propio al estilo de ‘El club de la lucha’: nadie sabe nada del tema pero todos conocen lo que funciona.
En este tipo de situaciones, siempre termino hablando del fenómeno OT, cuestión que me tiene fascinado. La vuelta del programa de TVE ha tenido una buena acogida generalizada. Muchos artistas han decidido aparecer en los programas e incluso ‘apadrinar’ a algunos concursantes. No me parece nada criticable. Sin duda, había muchos con talento.
Sin embargo, la cuestión que me tiene completamente anonadado es la naturalidad con la que la audiencia asume sin ningún problema la falta de gusto. Más de la mitad de los concursantes que terminaron el programa con cierto éxito han decidido guiar su carrera hacía el reggaeton más profundo. De hecho, Amaia llegó a parecer el colmo de la originalidad por cantar una canción de M Clan. Creo que eso lo dice todo.
Keith Richards decía siempre que el punk había terminado con todo y que, a partir de los años 80 no se ha vuelto a hacer música. En este sentido, el advenimiento de Ozuna y compañía ha sido algo parecido al apocalipsis.
No deja de llamar la atención que el reggaeton (estilo machista y sexualizador por antonomasia) se ponga tan de moda en este preciso momento. No me tomen por una especie de ermitaño, sé bien que todos llevamos años aguantando esta música, es simplemente que nunca lo había visto gozar de tan buena salud.
Resulta bastante reseñable el cambio de rumbo que ha dado este estilo musical en los tiempos recientes. Como las bodas, lo que antes estaba bien visto o normalizado ahora es inaceptable. En consecuencia, disfrutamos de gran cantidad de canciones cantadas por mujeres para mujeres. Sin embargo, es curioso ver el approach que han decidido darle al tema. Simplemente pondremos algunos ejemplos:
Lo malo – Aitana Ocaña y Ana Guerra: Pero si me toca, toca, tocame/ Yo decido el cuándo, el dónde y con quién/Que voy a darme a mí de una y otra y otra vez/ Lo que tanto me quité, que pa’ ti tan poco fue/ Y yo voy, voy, voy lista pa’ bailar /Porque tú, hoy hoy, me has hecho rabiar/ Y yo voy, voy, voy lista pa’ bailar/ Tengo claro que no me voy a fijar/ En un chico malo.
Yo ya no quiero ná – Lola Índigo: Me vienes a buscar, ahora sí me vas a encontrar/ Mí, me, conmigo, lo que te digo, sola sin nadie más/ Esta es la situación, no me des una explicación, no/ En la baraja la reina soy yo/ Pero yo he estado notando/ Que estabas imaginando/ Que yo bailaba pa’ ti ná más/ No, de ti yo ya no quiero ná.
Ni la hora – Ana Guerra: Que yo necesitaba más de ti/ Pero lo que no sabes tú de mí/ Que ahora voy y vengo, sola me entretengo/ Olvidarte fue muy fácil/ Hola, mira qué bien me va sola/ Nadie a mi me controla/ Y aunque me lo pidas ya no te doy ni la hora.
No me acuerdo – Natti Natasha, Thalía: Y que te monté los cuernos/ De eso no me acuerdo/ No pasó/ No pasó/ Puede que tengan razón/ Pero no grites así/ Que me duele la cabeza/ Yo te quiero solo a ti/ Para mí tan solo hay uno/ Pero si te hace feliz/ Saber que estuve con otro/ Vamos a decir que sí/ Pero no me acuerdo, no me acuerdo/ Y si no me acuerdo, no pasó.
Celoso – Lele Pons: Yo quiero bailar esta noche/ Voy a disfrutar sin reproches/ Te pone’ celoso si me ve’ con otro/ Hago lo que quiero, yo sólo me la gozo/ Te pone’ celoso si bailo con otro/ Yo no soy de ellos, ni tuya tampoco/ Sé que me celas y yo te veo/ Y tú me miras, yo me meneo (ey)/ Te pone’ celoso si bailo con otro/ Yo hago lo que quiero, yo sólo me la gozo.
Mi cama – Karol G: Piensas que yo me quedé tranquila/ Y los tengo haciendo fila/ Mientras que tú inventas dar pom pom pom pom/ Mi cama suena y suena/ (ruido como de muelles)/ Mi cama suena y suena/ (ruido como de muelles)/ En mi cerradura ya no entra tu llave.
Sin pijama – Becky G: Si tú me llama’/ Nos vamo’ pa’ tu casa/ Nos quedamo’ en la cama/ Sin pijama, sin pijama/ Si tú me llamas/ Nos vamo’ pa’ tu casa/ Nos quedamo’ en la cama/ Sin pijama, sin pijama (yo’, yo’, yo’).
Como se puede observar, lo que parecía iba a ser una revolución ha caído en el más estereotipado y canónico de los mantras del negocio: el sex sells. Desgraciadamente, como decía Ismael Serrano parece que “bajo los adoquines no había arena de playa“.
Evidentemente, este artículo no trata de ser una protesta en favor de que en la próxima boda trate usted de contratar al Rat Pack. Simplemente que comprenda que, como yo, cualquiera en su sano juicio hubiera ofrecido a mi padre su copa para un brindis. Porque considero necesario resaltar que (pese a lo divertido) la falta de gusto es colosal. Luego que si lo de tirar arroz es una horterada. Claro.

