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Contra Querido Antonio y el humor irreverente

En El astigmatismo de Chesterton/Literatura por

Pocas cosas hay peores que un mal prólogo. Solo se me ocurre, por extensión, la obra a prologar.

Hay una  pedantería, una retórica, un embaucamiento cutrón de baratija del mercado de Volantis  en las primeras páginas de algunos escritos contemporáneos que me supera. Adjetivaciones imposibles, palabras muy sabrosas y afinadas en la nada defendiendo el arrojo de determinado autor para enfrentar con estrepitoso fracaso este o aquel tema.

Parece ser que en la literatura de hoy no queda mucho de trabajos tan inmensos como los que hacía Carlos Puyol (animo a no confundir con el futbolista) vía Planeta o Austral al contextualizar -ayudar a adoquinar la historia a la que nos vamos a enfrentar-, obras como “El Viejo y el Mar” o “Crimen y Castigo”.

Quizás por el caso que nos toca despotricar cabe compartir las palabras de lector Mal-herido.

“Los prólogos son una cosa escrita para tontos. Un prólogo es siempre innecesario y siempre hay que saltárselo antes de leer lo que anticipa. Hay gente que lee los prólogos y cree que ha entendido algo del mundo, incluso algo del libro. Hay gente, también, que se merece un prólogo ella misma para ahorrársenos a los demás. Qué puta lástima no poder prologar personas y darlas por consabidas. Quizá Facebook no sea más que un prólogo para enunciar que uno no vale la pena”. 

Cambiemos Facebook por Twitter y tenemos el orgullo de presentar a Querido Antonio, autor de “Humor Cristiano”.

Alberto González Vázquez, conocido colaborador de El Intermedio en La Sexta, prologa su obra utilizando a un carnicero más o menos inventado llamado Salvador Salmerón Santos.  Valiente y versado en la pedantería prologal, nos deja los siguientes palabros al principio de la obra.

“Disecciona la condición humana con el trazo firme del que lo ha visto todo, lo ha probado todo y no ha entendido casi nada. Este libro es el desafío titánico del hombre que se lanza a cruzar a nado un océano y pierde las fuerzas donde todavía puede hacer pie. Pero sobrevive. Y ése es su gran triunfo”.

Viendo el tono sobre el que se reproducen las viñetas y textos, no carentes de chistes pajosos superados por la mayoría de post-adolescentes que llegaron cansados a  la cuarta de American Pie, caben dos opciones. O Querido Antonio se ríe de sí mismo con este prólogo y falla en el afán de buscar la carcajada ajena (lo cual marca el fracaso de una obra pretendidamente cómica), o verdaderamente cree lo que Salmerón dice. En ese caso me salta la alarma de que dicho recurso tiene la única vocación de timar a gafapastas twitteros de lazo amarillo o a necios despistados, como yo lo fui en su momento.

Pero más allá del prólogo, con el que ya empecé medio cabreado,  en realidad mi ofuscación respecto a “Humor Cristiano” viene sobre todo por la elección de la portada en relación con su contenido. Porque si nos leemos en el FNAC de una tirada el libro, nos encontramos con que hay tres chistes mal contados con el cristianismo en el centro. Sin embargo, ahí lo tenemos. En portada multicolor, un Cristo en su madero y toda una suerte de sticks para el álbum de terciopelo. O un conjunto de ropa “reshulona” para lavar. No me termina de quedar claro.

Existe una connotación un tanto reductivista por parte de “estos” ingenios al pensar que todos los que se ríen en este país llevan la chapa anti-iglesia por principio.

¿Por qué la irreverencia contra el cristianismo por parte de algunos humoristas? Bueno, muy sencillo; pura ideología.  Es una forma de encontrar un espacio común con el que reconectar cuando la tensión humorística va de bajona. Es pienso ideológico para el público que no le ha dado más vueltas al hecho religioso que juzgar la cuestión de Dios a través de la alitosis de su párroco el día de su Primera Comunión o con el escándalo de pederastia que salta de vez en vez en el telediario.

Además, existe una connotación un tanto reductivista por parte de “estos” ingenios al pensar que todos los que se ríen en este país llevan la chapa anti-iglesia por principio. E igualmente existe la mentira mayoritaria y perniciosa que asocia el binomio Iglesia con no saber reírse. Porque cómo se va a reír un cristiano con Querido Antonio si todos son de derechas, de “El Fary” y llevan la raya del pelo medida con espada toledana.

Lo hemos visto con Toony Moog ante las bromas de AuronPlay. A Tiparraco al pedir, vestido de sacerdote, a jovencit@s que le compren condones.

No es ajeno tampoco David Broncano, quien considera la teología como la mierda más baja ubicada en el “puto subsuelo”. Incluso el propio Miguel Noguera y su “Cristo Mal“, donde no duda, entre otras hazañas, en poner terrazas de verano imposibles aprovechando una superficie exuberante de un crucifijo.

Pero fíjate. A este último cabe ponerle entrecomillado. Hay una tensión. Un anhelo espiritual no resuelto y divulgado en uno de sus Ultrashows. Que por norma general, en lo absurdo de su locura teatralizada, trata de ser bastante equidistante ante chistes ideológicos.

Quede claro. La religión es una cosa de la uno puede reírse en determinados momentos. Dispone de ritos, liturgias, acontecimientos que, cuando se desconoce el misterio que entrañan o aún conociéndolos, y verdaderamente lo que ocurre es para partirse, pueden ser objeto de burla.

Recuerdo la historieta que me contó hace no mucho tiempo un sacerdote gaditano. Venía a contar que cada “x” tiempo un pirado de la zona, al que el levante le dejó las ideas a tender, pasaba por Misa. En el momento de la consagración se ponía a desfilar con marcha militar por el pasillo de la Iglesia, marcando el paso, cambiando las trompetas de los ángeles por cornetas de cuartel.

Imaginaos la escena. Es cómica ¿no?. Hacer chistes sobre ello, lo normal. Sin embargo, hay gente que deliberadamente busca atacar la fe del otro disfrazándola de sentido del humor. Diciendo que el chiste es lo que ocurre en la consagración y que a partir de ahí, barrada libre a la falta de respeto.

Saber dilucidar esa línea que distingue el chiste de la marioneta rústica que busca impartir doctrina desde sus bajadas de nivel es algo a tener en cuenta por quien quiere hacer un humor de altura.

Sirva a modo de buen ejemplo, Las Noches de Ortega, donde el locutor se perdió en una noche para olvidar en la sede del PSOE buscando el Santo Grial.

Personaje enclenque, perteneciente al lustrado con grasa de pato sector de la hostelería, trato de avivar, a la luz de un mal estudiado Chesterton, las paradojas que salpican las alegrías y penas de lo cotidiano. Cuando me pongo serio escribo como Ricardo Morales Jiménez.

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