Salí de Buenos Aires a las 15 horas. Me habían aconsejado que me fuera en avión, pero yo quería ver el recorrido. Si voy a atravesar un país me gusta hacerlo por tierra y este iba a ser un trayecto de 21 horas.
Los autobuses en Argentina son más lujosos cómodos que los aviones. Compré un billete que se llamaba cama ejecutiva, que es un precio medio entre el más bajo y el más caro. Los asientos eran bastante grandes, se reclinaban casi completamente. El autobús tenía dos pisos. Había un chico que hacía de azafato y mesero. Como a las 2 horas de salir nos sirvió la merienda, que consistió en un alfajor, un mate cocido (té de mate) y unas galletas con mermelada (muy dietético todo). Me parecía sumamente raro que la televisión estuviera apagada, pero aproveché para dormir un rato. A eso de las 9pm nos despertó el chico para servir la cena. De beber pedí un vino blanco, fue una sorpresa que me dieran una botellita, de comer nos dieron arroz y un flan, cuando me disponía a comer el flan, la señora de mi lado, con la cual ya había hecho migas, me dijo que apenas iban a traer el segundo plato. Definitivamente me sentía en primera clase. Unos minutos más tarde el chico trajo, el segundo plato que era lomo con patatas. Cuando acabamos de cenar encendieron la televisión. Mi alegría se vino abajo cuando nos pusieron 3 películas de acción y ficción seguidas. Todas de catástofres sobrenaturales, o naturales que acaban con la tierra, ya sea un robot, un huracán, o un grupo de maníacos terroristas. Son películas que se ven y se venden bien en todo el mundo, lo cual indica que todos padecemos del mismo miedo, o fantasía, según se mire.
Pasé la noche dormida. Me desperté para eso de las 9 am, cuando la señora de al lado me dijo que venía el desayuno. De desayuno también tuvimos mate cocido, estaba la opción de té o café, pero a mi me gusta tomar lo que toman los nativos, alfajor y galletas saladas con mermelada. De 8 am a 12 atravesamos lagos enormes, cada vez las casas iban cambiando más, hasta ser puras cabañas de madera. Vi pasar un grupo de hombres a caballo, los hombres iban con sombreros y chalecos muy pintorescos, como si fueran a un festival, le pregunté a la señora:
—¿Por qué van vestidos así? ¿Es un día especial?
—No, así suelen andar por acá.
Llegamos a Bariloche a las 12 pm. La señora de mi lado seguía hasta Bolsón. Yo quise parar a conocer Bariloche.
Bariloche es un pueblo de esquí. La gente de acá le llama ciudad, y claro, comparado a los pueblos que hay alrededor, lo es. Pero básicamente hay tres cosas que ver. La catedral, que es de un estilo negó-gótico francés. Es hermosa y más porque si te detienes frente a ella de un lado vas a ver el inmenso lago rodeado de montañas nevadas, al frente verás las montañas y al otro lado el pueblo.


El lago de Bariloche es bastante grande, de un azul oscuro, frío, rodeado de piedras pequeñitas de miles de formas. Cuando preguntas a los oriundos que a dónde te recomienda ir en Bariloche te dicen que camines junto al lago. No hay mucho más. El centro del pueblo está compuesto básicamente por fábricas de chocolate, restaurantes de pasta, pizza y empanadas y alguno que otro bar. Cada 5 minutos encuentras un kiosco patrocinado por Milka, donde encuentras todo tipo de chocolates y conos de dulce de leche.
Me detuve en la plaza de la presidencia municipal. Un edificio de piedra, muy tipo nórdico, hacía frío pero había un poco de sol, igual había que llevar abrigo. Para mi sorpresa, estaban armando una feria artesanal y los jóvenes escuchaban rock en español, no pude evitar reírme al escuchar a Maná, entre otros. La mayoría de las construcciones están hechas de madera y piedra y la especialidad culinaria, además de la pizza y la pasta es la trucha.
Después de encontrar un hostal en el cual dejar mis cosas, me recomendaron ir a un sitio donde la especialidad era la milanesa napolitana. La milanesa napolitana es una milanesa cubierta de jamón de york, salsa de tomate, queso y orégano, la sirven con un sinfín de papas a la francesa. Es un platillo delicioso, pero con bastante grasa. Al terminar de comer fui a dar un paseo por el lago, estuve un rato entre las rocas, el clima no era demasiado frío, así que podías estar fuera un buen rato, con forme fue anocheciendo el viento comenzó a enfriarse, me refugié en la pista de hielo que da al lago, una estructura enteramente de madera, llena de niños entre 13 y 17 años, pedí un té de frutilla (así le llaman a la fresa) y a eso de las 7 de la tarde volví al hostal.
Acá los horarios son distintos, desayunan en la mañana, como 8-9, normalmente algo dulce, a las 12-1 comen un almuerzo bastante potente y ya salado, a las 5-6 una merienda dulce y a las 8-9 otra cena bastante potente. Muy parecido a Canadá.
Esto de tomar el mate es curioso, tomas de la misma bombilla que el que te lo invitó, pero cuando todavía no te tienen mucha confianza lo limpian entre boca y boca, Lucrecia nunca lo limpió. Tomé té de rosa mosqueta. Acá, en el sur, abunda la rosa mosqueta y la usan para todo, cosméticos, dulces, tés y es bastante barata.
Pensar que en Europa y en México hay que patinar bastante para encontrar un aceite puro a buen precio. Comí pan con mantequilla y un poco de mermelada y más mate al terminar. Volví a darle una vista al lago. Ese día estaba más frío y el viento bastante potente, era complicado quedarse a la interperie mucho tiempo. A la 1 pm comí en otro restaurante, también de madera, a la orilla del lago, donde la especialidad era la trucha. Siendo honestos, he comido truchas mil veces más buenas en México, la de acá, sin generalizar, me pareció muy delgada y con poco gusto. La acompañé con un buen vino. A las 2 pm emprendí camino a El bolsón.
De Bariloche a El bolsón el autobús hizo como 2 horas, tomemos en cuenta que esos autobuses paran todo el tiempo a recoger gente. En ese trayecto atravesamos algunos ríos y lagos, el paisaje se componía de agua, montaña y millones de flores amarillas y unas flores muy curiosas que se llaman Lupino o chocho, son como unas varas de las que surgen muchas florecitas pequeñas, las que he visto en su mayoría son moradas o lilas.


Si Bariloche se recorre en 1 hora, el Bolsón en 20 minutos. El centro queda a una cuadra de la estación de autobuses. No hace falta tomar taxi ni autobús. Lo primero que me llamó la atención fueron los letreros en las calles, la mayoría abogan por justicia, igualdad social, amor a la humanidad, armonía, paz y demás. A diferencia de Bariloche, el Bolsón no tiene ningún edificio, y pareciera que es un pueblo atrapado entre las montañas. La mayoría de los comercios y las casas parecen sacados de un cuento de hadas y encuentras tiendas esotéricas y centros de yoga con muchas terapias distintas.
El Bolsón es conocido por tener fábricas de cerveza artesanal y por el misticismo y múltiples métodos terapéuticos y religiosos. He visto muchas iglesias evangelistas o cristianas, También seminarios de meditación zen y de más tipos. Encuentras, terapias de flores, baños gong, medicina china, tarot, constelaciones familiares, aromaterapia, entre otras cuyas técnicas me son totalmente desconocidas.
Lo primero que hice fue buscar hostal. Encontré una casa antigua de una señora como de 60 años, terapeuta de reiki, mi habitación consistía en una cabañita, en forma triangular, con 2 literas, hecha de madera y carteles de Hook y Peter pan. Dejé mis cosas, recorrí las 3 calles principales del pueblo, que son las que están asfaltadas. Merendé una tarta de zapallo (calabaza) con queso y un mate cocido.
Al siguiente día desayuné en una cafetería, 2 medias lunas y un café. Las medias lunas son el desayuno tradicional de toda argentina. Luego fui tocando puerta por puerta hasta encontrar cabaña. La mayoría de las cabañas eran para más de 3 personas y los precios estaban por las nubes, nada lejanos de un precio europeo. Me llama la atención que los precios de vivienda y alimentación sean tan altos mientras los sueldos son tan bajos, no sé cómo lo hacen.
Comí una pizza personal, de puros vegetales. Pedí una coca light, pero me dijeron que no vendían ningún producto light, que era dañino, pero sí había cervezas de a litro.
Después de mi búsqueda sin fortuna, llamé a una amiga de la señora que conocí en el autobús. Me citó en su casa, y después de tomar un mate con ella y su amiga, dos señoras de 65 años, por fin encontré un dúplex, con 5 camas, pero fue el único que me quisieron alquilar individual. La mayoría de la gente está esperando que entre el verano. Al parecer vienen turistas de todo el mundo y por eso rentan cabañas tan grandes. Me costó 5000 pesos argentinos, lo que equivaldría a 330 dólares, aprox. Fue lo más barato que encontré, la mayoría de las cabañas las cobran por día.
Caminar en la montaña no es tan fácil, hay muchas partes inhóspitas cubiertas de rosa mosqueta que aunque se vea muy linda por fuera por dentro está llena de espinas, perderse es muy fácil (ya me pasó) y salir de una zona de rosas excesivamente complicado, además de que obviamente no hay señal de celular en muchas partes de la montaña. En el pueblo todos tienen perros y también hay perros sueltos, no es tan seguro andar sola en ciertas zonas que los perros no dudan en atacarte, aunque son ataques ligeros pero la mordida te la llevas. La gente de aquí suele irse a las chakras, que son como casas de campo, o sea lo mismo pero un poco más alejadas. Lugares paradisíacos.
Bolsón también es conocido por su feria artesanal, que se pone martes, jueves, sábado y domingo. Hay de todo un poco, venden muchas piedras como ámbar, cuarzos, piedra de la luna, cremas y cosméticos artesanales, mates, duendes, troles, brujitas, joyería, chocolates, empanadas, cerveza artesanal y bueno, cualquier detallito que uno quiera encontrar. La feria se pone en el centro, en una plaza con una gran fuente en medio donde siempre hay cantautores andando por allí, tomando el mate y cantando con su guitarra.
El bolsón es, definitivamente, para disfrutar.
Miguis Jiménez