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Homero: el ciego que nos trajo la luz

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Algunas fuentes populares nos informan de que el divino Homero, padre de La Ilíada y La Odisea, era ciego. Casi con seguridad eso no es cierto, pero la sabiduría del pueblo gusta más de las anécdotas -reales o no- que nos ayudan a entender una realidad o un personaje, que del puro dato objetivo y descontextualizado. Al común de los mortales nos inspira mucho más la imagen de un hombre ciego que hacía ver grandes batallas a los nobles de su tiempo que el dato de que Homero nació en la Jonia del siglo VIII a. C.

¿Quién es este personaje a cuyos hombros podemos encaramarnos todavía hoy? Homero era un rapsoda (hoy diríamos un cuentacuentos), y creímos durante siglos que fue el primero de una estirpe de poetas épicos inspirados por las musas. Apenas hace unas décadas descubrimos que muchos otros le precedieron, aunque éste sí fue el primero que pudo escribir sus palabras, al haber importado la Jonia de entonces parte del alfabeto fenicio. Sabemos ahora, por lo tanto, que, más que un precursor, Homero es el fruto granado e insuperable de toda una tradición centenaria.

Troya (Wolfgang Petersen, 2004), inspirada en el relato de Homero,
no supo captar algunos valores esenciales de la obra original.

Los poemas épicos, no obstante, nacen para ser declamados y escuchados, no escritos ni leídos. Así, la misma historia no resultaba nunca la misma, pues el poeta suprimía las partes que relajaban la atención del público, mejoraba y alargaba aquellas en las que sus oyentes contenían el aliento e improvisaba otras. El lugar de trabajo del rapsoda eran las fiestas de palacio de nobles y reyes y el contenido de sus historias, las grandes batallas de los bellos, nobles y valientes héroes de la Antigüedad. Con esos poemas, los ancianos recordaban y adornaban su pasado glorioso y los jóvenes aprendían los valores que les convertirían en personas de renombre y provecho.

Gracias a las historias de Homero, «primer educador de la Hélade», según Platón, el pueblo griego formó, durante siglos, grandes hombres que amaban la virtud y de los que aún hoy tenemos noticia por sus logros: Tales, padre de la ciencia y de la filosofía; Solón Pericles, artífices de la primera democracia; Hipócrates, patrono indiscutible de una Medicina al servicio del hombre; Sócrates, Platón y Aristóteles, fundadores del primer humanismo; etc.

Las historias de las que se alimenta un pueblo dan la talla de los hombres que forja ese pueblo. Por eso en tantas ocasiones nos lamentamos de la producción literaria, cinematográfica y, sobre todo, televisiva de nuestro país. ¿Qué pueden aprender nuestros jóvenes de las series de televisión españolas? Nuestros guionistas ven demasiado bien qué es lo que vende, dónde está el morbo, cuál es el verso fácil. Tendrían, tal vez, que quedar ciegos para las cosas mediocres del mundo material, para empezar a ver, y para poder mostrarnos, lo que el ciego Homero: que «lo esencial es invisible a los ojos», pero que se revela en las grandes historias.

Este artículo fue publicado antes en el blog de su autor y es reproducido aquí con su permiso.

 

 

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