Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Ricardo Morales Jiménez - page 6

(@RicardoMJ) Periodista y escritor. Mal delantero centro. Padre, marido y persona que, en líneas generales, se siente amada. No es poco el percal. Cuando me pongo travieso, publico con seudónimo: Espinosa Martínez.

Ricardo Morales Jiménez tiene 132 artículos publicados

Un McDonald´s para Cuba

En Asuntos sociales/Mundo por

En el último año hemos visto una suerte de acontecimientos paranormales en la isla de Cuba.

Santos y Las Farc, aparcando corbatas y trapos paramilitares, poniendo a  la guayabera de Castro por testigo. El Papa Francisco abrazando a disidentes que le cuentan secretos atroces, historias impensables, como que la isla es una dictadura. Obama y sus canas de paseo por la tierra que le valió un Nobel de pega.  Los Rolling Stones repartiendo caña gratis, aunque no de azúcar,  cuando en el Calderón te cobran una lengua de la cara. Sigue leyendo

“Aniquiladlas. A todas”

En Columnas/El astigmatismo de Chesterton/Pensamiento por

A lo largo de estos dos últimos años me he visto en multitud de habitaciones, celdas, locutorios, sacristías, salas de espera de colegios, restaurantes, bares de mala muerte, discotecas, bancos sucios, bancos limpios, sillas de plástico en pasillos fríos, suelos de piedra caliente y en una huerta… Tres mudanzas, con otras dos más anotadas en la agenda para antes del turrón, atesoran lo curva que puede llegar a ser la vida de un periodista que tenga por apellido en LinkedIn “Freelance” o en twitter algo así como “aventurero empedernido”.

En cualquier caso, con la certeza de la vida –de “esta vida”–, en casi todas ellas –firmar un absoluto sería admitir que vivimos en el mismo infierno– la musca comun ha estado presente. Sin más propósito que ofrecer a los espectadores un baile caótico, un duelo a muerte con la gravedad para ver quién gana en centímetros al hastío. Revoloteando con la misma torpeza con la que se recoge un borracho la madrugada de un martes de abril, al sonar de la persiana metálica del bar donde se ha dejado las ganas de empezar de nuevo; entre charcos de luces y reflejos fluorescentes del chaleco de un basurero con casco de bici en la cabeza. Sigue leyendo

Tintín en el Atlas V: Tierra y hambre (2)

En Especial Tintín en el Atlas por

JUEVES 24 – DESIERTO DE ERFOUD

Nuestro último día en Erfoud fue definitivo en el viaje.

Salimos de madrugada del campamento ya que a las 5 de la mañana debíamos estar en el control de salida. Corríamos de noche.

Excitados por la aventura que íbamos a dibujar y por ver que estábamos peligrosamente cerca de los puestos de cabeza, salimos con determinación a hacer nuestro mejor tiempo.

Pinchamos a los pocos kilómetros de empezar a rodar. Sigue leyendo

Tintín en el Atlas IV: Tierra y hambre (1)

En Diario compartido/Especial Tintín en el Atlas por

MARTES 22 Y MIÉRCOLES 23 – ERFOUD

Llevamos cuatro días en Marruecos y no siento nada.

Sé que he vivido mucho desde que salí de casa. He cumplido, a un puñado de kilómetros de Tánger -casi a la primera de cambio- con el propósito originario de mi aventura y de este escrito. He tenido ocasión de asomarme a otra persona y encontrarme a mí mismo. Pero no siento nada.

He comido un Tajín, he regateado unos fósiles, he dormido en el desierto, casi atropello a una oveja y a una madre, me he planteado comprarme una alfombra bereber. He reído las gracias de españoles que no tienen gracia y he tomado el pelo un rato largo a unos cuántos marroquíes que en ese momento aborrecía con todo mi espíritu. He cantado, bailado y reído con mis compañeros de viaje. He registrado con mi cámara el pliegue del alma de este país, a medio camino entre la miseria absoluta y una suerte de Almería a lo basto, con desierto, plástico y autopistas de peaje. Sigue leyendo

Deadpool te la ha metido doblada

En Cine/Democultura por

Ya se está marchando de nuestras pantallas el sinvergüenza de Marvel, el mercenario bocazas. El que se quedaba fuera de las fiestas de la Mansión X por estar en casa; provocándose en la soledad de su alcoba la petite mort con un unicornio en miniatura. Este es, ha sido y será Deadpool, el alter ego de Wade Wilson; un antiguo soldado de las fuerzas especiales -reconvertido en caza recompensas- que para superar un cáncer terminal se somete a un experimento  que le hará mutar hasta alcanzar la total inmunidad a cuchilladas, balazos y desmembramientos varios. Sigue leyendo

Tintín en el Atlas (III): Dunas, ruido y rojo

En Diario compartido/Especial Tintín en el Atlas por

LUNES 21. MIDELT – MAR DE DUNAS – ERFOUD

A las 4:54 de la mañana suena la llamada a la oración en Midelt.

-¿Pero qué coño es esto? ¿Qué dicen?

-No lo sé. Pero es una maravilla.

Durante al menos diez minutos más, el potente canto divino  -creo que teníamos un altavoz justo encima- va revotando entre los coches, los plásticos de las tiendas de campaña y los aromáticos cuerpos del Rally, de vacaciones boca y sobaco desde Meknes. El hecho de no tener un bolsillo generoso que nos diera acceso a la pulsera negra -la del todo incluido- hizo que la mayoría de aventureros terminásemos apiñándonos en los cuatro cachos de césped que había en el camping para, de alguna forma, burlar el frío del desierto. De esta manera garantizábamos que a las 6 de la mañana, con el despertar de los motores y la recogida del campamento, nadie se quedase sin correr aquella etapa por estar rendido a los esfuerzos de la carrera. Sigue leyendo

Tintín en el Atlas (II): Brochetas, rucios y chilabas

En Diario compartido/Especial Tintín en el Atlas por

DOMINGO 20 DE MARZO. MEKNES  – BOSQUE DE CEDROS – MIDELT

 

Tintín en el Atlas: Parte 1Ya disponible la primera parte de las aventuras de #TintínEnElAtlas siguiendo el recorrido del Rally Clasicos Del Atlas.Visita el episodio completo en https://democresia.es/2016/04/tintin-atlas-i-velos-corderos/

Posted by Democresía.es on Domingo, 10 de abril de 2016

 

Tras retorcer mil pueblos, de los que jamás llegaríamos a aprendernos sus nombres, extrajimos nuestra primera idea en nuestra primera tarde sobre Marruecos. Daba la sensación  que este país en el momento en el que todo estaba a medio hacer, habían decidido darlo por terminado. Era como si siguieran al pie de la letra las escrituras apócrifas de un libro extraño, donde un dios macabro no hubiera llegado al séptimo día, por estar de no sé qué resaca, y se hubiera conformado con una tierra repleta de pedruscos y bestias, sin hombre ordenado que contemplase y diera nombres a lo que miraba.

Los sacos de yeso reventado,  los escombros ardientes en la cuneta, la excesiva ventilación de las casas -con todos los ladrillos despuntando en los tejados con la misma irregularidad que la boca de un párvulo-. El adobe apretando sueños contra el suelo… Todo este caos, propio de quién está a diez cosas a la vez  y ninguna en particular, es una de las antesalas de la locura, que en este caso lleva el matiz de la miseria -que no de la pobreza- lo que le da al relato un toque ocre y crea similitudes arriesgadas entre las ficciones del San Petersburgo de Dostoievski con la realidad de tres españoles de poca barba en algún lugar del Magreb. A propósito de la referencia, recuerdo sentir una aprensión similar por el perpetuo plano secuencia que era Marruecos y cuando me tocaba leer un soliloquio del enfermo Raskólnikov o las siempre febriles y morbosas exhortaciones de Fiódor Pávlovich ; el padrísimo en “Los Hermanos Karamazov”.  Todo, ficciones y periplos; venían a parar al mismo desagüe existencial.

Todo aquel espectáculo distópico lo observábamos desde fuera sin poder ni querer ser partícipes de los asuntos de aquellos miserables, de aquellos deambuladores, que vagaban, como si de extras de “The Walking Dead” se tratase, por las calles de los pueblos. No paseaban. No caminaban. Todo era una cavilación perpetua de las distintas moradas oscuras que ataban las entrañas a la tierra. Y ese discurrir tenía un impacto palpable en el vaivén de las personas por las calles.  Lo vimos. Lo comprobamos. Avanzaban unos pasos y se acomodaban en un sitio sin más, mientras se hurgaban los bolsillos o afilaban los zapatos de cuero con el bordillo. Después miraban el suelo un rato, donde pudiera haber algún dátil espachurrado. Intercambiaban un par de palabras en un corro de cuatro o cinco chilabas y así dibujaban la portada de algún relato nocivo de los padres de la sospecha. Y después de un rato largo, vuelta al deambule.  Había miles de ellos por las calles. Muchísima gente sin ningún propósito claro, ninguna sugerencia para el espectador, más que el rumiar.

Esta observación que sacamos y que animamos al lector a que vaya a las comunidades rurales del desierto y del Atlas a contrastarla, fue el postre con el que nos despedíamos de cada repostaje, después de comer o cuando simplemente nos parábamos para averiguar en qué momento nos habíamos perdido.

Las carreteras de Marruecos están llenas de burros.

Olvidaos de los camellos y dromedarios que os hemos mostrado en nuestro engañoso tráiler. Estos  no fueron más que tres pinceladas entre las dunas. Acompañando nuestra expedición por el Atlas y sus faldas largas, nos vimos en un buen puñado de ocasiones cercados por ovejas, burros y perros del desierto. Pero sobre todo burros.

La mayoría de ellos portando carga humana o viniendo de un negocio provechoso, al ir desnudas las alforjas. Alguno que otro ya de costado, con sonrisas parecidas a las del equino de “La Pasión”, con las moscas celebrando su particular festín después del ayuno impuesto el último viernes de cuaresma.

Un par de frenadas suaves  después, para medir bien la distancia entre el camión de delante y los pollinos, llegamos  ya sin luz a Meknes. Nuestra primera noche en Marruecos. Allí conocimos los principios del Rally Solidario en el primer briefing del viaje.

Intercambiamos impresiones con su siempre alegre y liviana organización. Buscamos comodidades con personas afines en aquel caldo de anhelos que eran los más de 120 participantes venidos de toda España, Portugal y Alemania.

Al día siguiente, al escuchar el rugir de los monstruos y chatarras que nos acompañaban en la salida de la primera etapa,  y después de mil gritos entre los integrantes del equipo Newjamii -nuestro equipo- por ver que el 4 x 4 tenía horrorosas dificultades para subir la primera cuesta y porque a los tres kilómetros ya estaba apagado por sobrecalentamiento del motor,  definimos que nuestro objetivo definitivo para el apartado competitivo del Rally era terminar y llevar el coche, de una pieza a ser posible, de vuelta a Madrid.

Ya harto lejano habían quedado las risas, podios, trofeos e insulas que dibujaban nuestros espíritus la noche anterior.

Mientras se repartían las raciones de culpas, aproveché para tirar unos cuantos planos en aquel singular paraje. Arena roja, cedros, barrancos y  nieve.

David Mesa, uno de los aventureros, iba echándole en pequeñas dosis hielo del suelo al líquido refrigerante mientras negaba con la cabeza. Pablo Martínez, se lamentaba, como fue y seguirá siendo habitual, por el deber ser y la realidad del ser. Por el “deberíamos haber hecho” y “hemos hecho”.

Y en esto, cuando pareciera  por el amargor de las primeras líneas del relato, que el Otro en el otro se escapaba de los primeros vistazos que sacábamos, apareció un pastor con su rebaño.

Un centenar de ovejas peludas con sus perros guardianes se apretujaron, en la inmensidad de la montaña, junto al calor del metal que desprendía el coche.

Mirando inquisitivamente a la cámara que le atrapaba, hizo varios ademanes con la mano a David, por lo que entendimos que filmar aquella experiencia estética tenía un coste ridículo. Desembolsamos nuestro primer donativo, 10 dirhams, y nos deleitamos con aquel silencio interrumpido de vez en vez por el balar, el burbujeo del agua del motor y el viento entre los árboles.

Después de media hora apareció el coche de la organización que nos dijo que aquella primera etapa había sido cancelada debido a la nieve que obstaculizaba el camino.

Creyendo más en la providencia que en las inclemencias del clima, brindamos con zumos tropicales y nos pusimos a tirar fotos mientras hablábamos del pastor y sus ovejas.

Salimos  de la montaña después de un rato  de gambiteo.

Sabíamos que a Midelt, el punto de encuentro de aquella etapa fallida, quedaba un buen saco de horas y no llevábamos más referencias que los carteles marroquíes, al no disponer de conexión ni de mapa físico con el que menearnos por los nudos nacionales.

Paramos a comer unas cuántas brochetas de algo que se debía parecer al cordero en una gasolinera de la mala muerte.  Alguien la noche anterior había sacado una audaz observación.

¿Os habéis fijado que no hay burros viejos?

Asenté con omeprazol mi busaca y me atreví a todo lo que el presupuesto y la cocina iba ofreciendo.

De este modo y con algunos retortijones de más, hicimos nuestra primera parada solidarias.

Esta experiencia, repetida a diario y de forma constante, siempre fue el punto radical cada día. Por encima de la velocidad, los ríos secos y el polvo.

Esta zona de Marruecos tiene una gran afluencia de eventos deportivos con apellido solidario. Y hablamos de bereberes y tuaregs convertidos a la mendicidad. Gente que lleva milenios perfeccionando, porque le va la vida en ello, sus artimañas comerciales. Antaño se intercambiaban las distintas comunidades leche de camello con pieles, mujeres por dinero, ropas por turbantes. Ahora, a excepción de contadas tienditas y puestos, todo lo que tienen para ofrecerte es su tiempo y sus rostros comidos por la piedra.

FOTO: Democresía/Ricardo Morales
FOTO: Democresía/Ricardo Morales

Un montón de uñas partidas iban rebuscando por el maletero. Los niños son los que más presión ejercen, aupados por los padres, que les empujan a la primera línea para  que señalen las necesidades de la despensa, aunque a ellos se les escape entre legumbres y lentejas “¡Stylo! ¡Stylo!”, que significa un rotulador de cualquier color que no sea negro. No hablaron más francés que este durante nuestra parada. Con el hambre les bastaba. Y pusieron mucho empeño en explicarnos cómo hay que entenderlo.

Esta experiencia no fue gratificante de ninguna manera. Y no lo fue en todo el viaje.

Fue torpe, duro y llegué a tener sentimientos de ruindad por mi parte, pues era plenamente consciente de que estaba pagando con comida el grabar sus rostros demacrados. Asumieron que ese era el trueque. Y les parecía un precio justo, aunque no les agradase en absoluto.  No me paré a contemplarlos aquella vez más allá que por la pantalla de la cámara. No hubo Otro en el otro en esta ocasión… O sí. Porque ahora rezo por ellos.

Llegando ya a Midelt, con el cerebro embotado de una jornada tan repleta de contrastes, a las afueras de la ciudad, dos chicos y un burro, uno encima y otro tirando de las riendas, volvían a casa. Los vimos de frente. Llevaban hojas de palma colgando.

¡Anda! Es domingo de Ramos.

 

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Tintín en el Atlas (I): Velos y corderos

En Diario compartido/Especial Tintín en el Atlas por

SÁBADO 19 DE MARZO. MADRID – TARIFA – TANGER – MEKNES

 

La espuma de afeitar de las hélices; las gaviotas en los bloques de hormigón.

El tráfico apelotonando los pitos de las rotondas; los corderos desollados colgando junto a la carretera, atrapando humores que volverán a ser devorados por su emisor.

Miradas negras y maquilladas rasgan el velo y apuntan a los barcos que vienen del vendaval de Tarifa. Entre aquel festín de lo humano, la bandera con el Sello de Salomón -verde forjado sobre los hijos de Mahoma- ondea a media altura sobre un extraño cielo nublado. Y empieza a llover. Y fabulosa sorpresa. En mi idea construida por Viajes Marsans sobre Marruecos solo había dunas, chilabas y mujeres con el vientre descubierto. Nada de agua. Nada de ruido retorcido. Nada de fósiles a espuertas esperando que cualquier coche con matrícula de azul y estrellas, símbolo inequívoco de la Europa dormida, baje la ventanilla y afloje la cartera.

Estamos en Tánger. Y no estamos preparados.

Acabábamos de salir con nuestro Land Rover de la rampa del Ferry cuando nos dimos cuenta de ello. La causa principal de esta primera conclusión fue motivada, principalmente, por el lance que sucedió con un agente de aduanas que iba abordo.

Nos obligaron a formarnos en una fila donde debíamos entregar nuestra “hoja verde”, una suerte de visado de andar por casa para que los europeos accedan a Marruecos. Al final de un par de puntos de datos personales pedían rellenar, resaltado y por partida doble, el espacio que rezaba: “profesión”. Tras someter mi sentido común a la siguiente dicotomía: hostelero o periodista; por tener medio pié entre cocinas y grasa de pato y lo que queda de uña escribiendo articulillos y hurgando historias, aposté, ¡Oh, yo; desdichado romántico! por lo segundo.

¿Periodista? ¿Qué medio?
– Freelance.
Quoi?
Freelance.

Me miró. Hizo como una arruga en el morro y mi tarjeta verde estrenó un montón nuevo sobre la mesa. Durante unos minutos aquella imagen, la del papel solitario, estuvo rotulada con un cartel  debajo que ponía “estúpido”, que por alguna razón ahora lo imagino como un constante latido fluorescente.

La verdad es que, por ahora, aquella historia no ha quedado en más anécdota que desgastar la vista al lector.

Sea como fuere, después de dos horas en las aduanas , salimos a la ciudad portuaria al tiempo que llamaban a oración a aquella masa deforme de bullicio, tubos de escape y vocerío.

Ahora que reescribo estas líneas en la amabilidad de mi desordenado escritorio, suena el jaleo propio de la obra junto a mi ventana. Una grúa trata de levantar unas pesadas vigas de hierro. Y el sonido de este intento me recuerda a las suras cascadas -por la calidad de los altavoces- que nos dieron la bienvenida a Marruecos.

Quizás por ser ignotos en el árabe, el bereber y no tener más conocimientos del francés que saber leer adecuadamente las cajitas de galletas Petit Écolier, nos vinimos arriba en aquel momento. Y pensamos, cada uno de los tres integrantes de esta aventura para sus adentros. “¿Y si están anunciando nuestra llegada?”. Por el entusiasmo de sus gentes, que se apelotonaban en cada semáforo contra nuestras ventanillas, con el fin de colocarnos sus negocios -usando al pequeño Nicolás, Paquirrín y El Corte Inglés de calzador- bien podríamos decir que así era.

Esta historia tomó el cariz de tener que ser contada algún día allá sobre el mes de octubre del año pasado. Entre pizzas, anhelos de sal y carretera tomamos una decisión que bien mellaría nuestros dientes.

Rally Solidario “Clásicos del Atlas”.

Compramos el coche más destrozado que cabía imaginar; un destronado Discovery del 93 que hacía al menos una década que se estaba carcomiendo y oxidando en alguna esquina de alguna finca toledana. Juntamos euros inexistentes de fuentes improbables para sellar la inscripción y guardar la suciedad del dorsal 712 hasta hoy. Y dejando el tiempo pasar, comprando repuestos que no sabíamos dónde poner, forzando llamadas a esperar y dinero al que echar de menos, llegó el inoportuno momento de despedirse de los pasos y tambores de Semana Santa. Poníamos rumbo hacia tierra de moros sin más expectativas que no tener que volvernos antes de tiempo.

Alguno de nosotros dijo, mientras bajábamos por la A-4, dejando al Toro de Osborne en la cuneta, que estaría bien volver de una pieza y sin grandes cambios. ¡Menudo blasfemo! ¿Acaso es posible volver de una aventura siendo el mismo? ¿Alguna vez ha empezado una aventura con el consentimiento total y el ánimo presto de quienes la conforman? ¿Qué me decís de Frodo, Sam o el propio Sancho y Don Quijote? ¿No estuvieron los primeros movidos por el destino de la Tierra Media a abandonar la hierba de “La Comarca” y los segundos a abandonar algún lugar de “La Mancha” por la desmesura de la locura del Hidalgo y el afán de ínsulas, gobiernos y vino de su escudero?

No cabía volver igual. No era deseable, en modo alguno, volver igual.

De nuestra precipitada estancia en Tánger no hay mucho que decir. Nada que pudiéramos criticar o reseñar a golpe de turista. A fin de cuentas el mismo mar acuna los mismos lamentos y anhelos a un lado y a otro. Los mismos ojos se asoman entre ventanales, terrazas y miretes. Unos, esperando noches de jaima en el Sáhara occidental, donde poder decir al volver – porque siempre hay vuelta- la “impagable” sensación de ser especial en la nada del desierto, contemplando las estrellas entre el perfil de la sombra de un camello. Otros, buscando la oportunidad de perderse entre las hileras de recolectores de fresones en Huelva – sin intención de vuelta- y con el ánimo enjugado de lágrimas al poder llenar una bolsa de Mercadona hasta arriba.

Salimos de las calles de Tánger sin haber aterrizado todavía el espíritu en África y nos dirigimos hacia Méknes. Durante las más de cuatro horas de trayecto hacia el centro de Marruecos, estuvimos cercados por un verde andaluz, por los páramos castellanos y por una hilera de árboles muertos a ambos lados de la carretera. El país crece, prospera, y hay que comerse el aire para dejar hueco al asfalto.

Recuerdo estar de copiloto, grabando todo lo que me caía en el ojo, cuando abrí la ventana para ver a qué olía este país. Y no olí nada, salvo la mala combustión de un Tuc Tuc que teníamos frente al coche. Daba bandazos. Y fijé la cámara en aquella escena entre la sorna de nuestro conductor, que dudaba, no sin razón, sobre el rigor para consumir alcohol en Marruecos.

Es ahí cuando me encontré con el primer Otro en el otro. Apoyado sobre bolsas y leños. Mirándome. Atravesando la luna del coche, mi objetivo, carnes, huesos y órganos.

Y lo primero que me dijo el Otro en el otro es “¿Qué haces? ¿Quién eres? ¿Yo soy cómo tú? ¿Tú eres cómo yo? ¡Olvídate de mí!”.

FOTO: Ricardo Morales/Democresía
FOTO: Ricardo Morales/Democresía

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Las tetas destierran al pan y la tinta los domingos

En Periodismo por

Una noche cualquiera.  La pasada, por ejemplo.  Abres tu periódico online. Ya es algo tarde. Quieres echar un vistazo rápido a las noticias para dar tu doble tick azul a las obligaciones del día y calmar así la voracidad “ruidística”.  No ves ningún titular destacable. Ningún vídeo viral de los propuestos te hace reír ya. Nada te llama la atención.

Haces otra ronda de lo mismo cuando entras en tu panfleto deportivo favorito. Ninguna perrería nueva de Cristiano. Ningún tweet sobresaliente  de Piqué. Todo bien.  Te puedes ir ya a dormir. Aunque te pican un poco los ojos. ¿Qué es esto? ¿Qué pasa? Ya no estoy tan cómodo. Me aprieta el vientre. El picor incrementa. Haces memoria ¿Me he frotado con algo? Sigue leyendo

DiCaprio, no te mereces el Oscar

En Cine/Democultura por

Los medios de comunicación o la prensa oficial, como diría Hilaire Belloc, han conseguido que el lector inconformista dude, por sistema, de todas las afirmaciones rotundas que éstos hagan sobre cualquier tema.

Sucede con política, donde determinadas cabeceras televisivas han trasladado -ante la inoperancia actual del Parlamento- a diputados de todos los colores al plató de televisión y ya les vemos legislando;  a golpe de encuestas a pie de pantalla y de hashtags traviesos.

Sucede con los temas de migración, donde toda verdad qué conocemos sobre los centenares de miles de personas que andan deambulando por Europa ahora, en este momento; con las manos destrozadas de tanta verja, se debe a la cámara  caprichosa de la agencia de comunicación que ande peinando la zona.

Y como no podía ser menos, sucede con la cultura. Sigue leyendo

¡Si te vieran los bosques!

En Columnas/El astigmatismo de Chesterton por

Desde muy pequeño tengo la idea de que los árboles de los bosques, a la mínima que se levanta un poco de viento y entran en contacto sus ramas, se intercambian los secretos de los hombres. Y  he aquí la principal razón -no el agua o el sol como la biología dicta- por lo que sus jugosas raíces se retuercen por la tierra. Por lo que sus troncos y bifurcaciones despuntan la gravedad, quedando expuestos a un vendaval de anhelos, absurdos y disparates. Sigue leyendo

Un no sé qué de febrero

En España por

O la febril historia del tipo que le robó la Luna a Calígula

Existe un no sé qué seudo romántico en los que defienden la ideología como único subterfugio del hombre. Como única vía de realización del proyecto del “bien común”.

Son arquitectos de sueños que con la libertad, la igualdad y la memoria histórica llevan a la acción –porque se consideran los únicos moralmente válidos para titánica tarea-  el proyecto de dibujar lo imposible; contentar al derrotado. Éste se considera de esta condición por la pérdida de “su bando” en el campo de batalla. Si se le pregunta si su derrotismo no puede ser algo fútil de la vida como que no le conteste al WhatsApp la chica deseada, te reclama con mirada encendida y te echa una perorata sobre las relacionas plásticas y la falacia histórica de las identidades sexuales. Sigue leyendo

“¡Marcos! Ven a echar aceitunas a los nazis muertos”

En Columnas/El astigmatismo de Chesterton por

Dieciséis horas después de la matanza de París, después de la rebelión de los hashtag, un amigo de toda la vida y yo nos encontrábamos en el Monasterio de Yuste.

Era una gran mañana para un paseo despreocupado. Nada en el ambiente; ni los naranjos, ni los turistas, ni los eucaliptos, ni el busto de Carlos V, parecían saber cosa alguna del maniqueísmo que entonces bullía en tertulias y telediarios.

 “¿Cómo es esto posible? ¿A qué clase de Dios macabro se le ocurre un día tan sublime después de Bataclan?”.

Después de pensar esta ocurrencia, supuse que algo parecido escribirían los más valientes de Twitter y Facebook si vieran la foto de un hombre contento pasear tras las huellas del Rey Emperador.

“¿Cómo se le ocurre andar por ahí en lugar de estar en casa; velando ruidos y furias con la Marsellesa a todo trapo?”. Sigue leyendo

Langosta con Salsa de Disparate

En Cine/Democultura por

Todavía tengo muy presente el sketch de Padre de Familia donde Stewie, emulando a Jiminy Glick, se pone a vacilar a Colin Farrell:

Por todos es sabido que los actores pasados de rosca por sobredosis de azúcar de culebrón y tiros californianos, recurren a algún tipo de agente secreto, gurú artístico, brebaje mágico o suerte de códice oscuro que los vuelve a poner en órbita. Estos actores son los responsables de que nos desdigamos de nuestras sentencias y repitamos en círculos selectos donde compartimos una latita de anchoas en almíbar, la funesta frase: “Puf. Ha mejorado mucho este actor”.

A todos nos pasó con Matthew McConaughey, que con Cómo perder a un chico en diez días y otras maravillas a sus espaldas, se arrojó a esta terapia sin vuelta atrás (o quién sabe) con MUD y confirmó su profesión con todas las letras en True Detective, Dallas Buyers Club y la archipirateada Interestellar. Sigue leyendo

Érase una vez…

En Columnas/El astigmatismo de Chesterton/Elecciones 20D/España por

Érase una vez un país extraordinario.

Repleto de rostros, rasgos, lenguas e intereses.

Con montañas, ríos, valles, desiertos, rincones de azahar y sendas con escorpiones a ambos lados.

Durante mucho tiempo, pues este país fue nación antes que cualquiera, ilusionistas y magos de capas largas y gastadas fueron haciendo y deshaciendo sus embrujos y pociones, sin tener muy en cuenta —pues jamás faltaron té con churros a los brujos— a los que a las faldas de los castillos y abadías se peleaban por cuatro migas de pan negro. Sigue leyendo

Los Irreconciliables

En Elecciones 20D/España por

La falacia del discurso de la nueva y vieja ideología en la España del siglo XXI

Mi nombre es Ricardo Morales Jiménez. Soy Periodista, amago de escritor y hostelero a tiempo parcial, si es que eso existe. Soy alicantino y tengo 26 años. Hoy, #20D #EspañaenSerio #FelizDomingo #MileyCyrusAgain, he sido convocado a las urnas para ejercer mi derecho y obligación cívica de votar.

Soy bisnieto de Francisco Morales, desaparecido en el ecuador de la Guerra Civil. La historieta familiar  que todos los años es narrada ante un Nacimiento de plástico, con restos de turrón de chocolate sobre la mesa, cuando ya casi no hay luna y a duras penas queda algo de “Gaitero”, dice que fue  arrojado a las orillas del Guadalquivir tras una reyerta. Regentaba una tienda de comestibles que hacía las veces de taberna en Córdoba. Allí, cuenta mi padre, solían ir a comer y beber hasta reventar miembros de Comisiones Obreras y algunos soldados del Bando Gubernamental.

Cuando mi bisabuelo quería  echar el cierre y exigir el pago de la cuenta, aquellos hombres les decían que saliera a fuera. Que iba a cobrar. Así estuvo en repetidas ocasiones  hasta que mi bisabuelo, lindando los dos metros de altura (nada heredado por mi parte) salió. Y le cobró a esos tres tipos todos los abusos  y miserias propias de la corrupción humana de las dos Españas de la época.  Un par de semanas después, fue al mercado a por género y jamás volvió a casa. Un  presumible testigo de su lanzamiento al río fue a contarle, acabada la guerra, la historia a mi bisabuela. Sigue leyendo

La violencia mata al género

En Asuntos sociales/Mujer y género por

Cuando no me ardía el trasero en el asiento de la facultad de periodismo era cuando un profesor se salía del tiesto para expresar una opinión, a mí modo de entender, fundamentada y léxicamente bien construida.

Es un error garrafal atribuir todas las muertes de mujeres en nuestro país a la violencia de género”.

He hablado, con el debido cuidado a las tetas y empujones de Femen, sobre este tema en corrillos selectos. Y no extraigo muchas  más conclusiones que las personales.

Por encima de todo; Un hombre, como una mujer, mata.

No creo que el animal que decide liarse a planchazos con su mujer, en ese horripilante momento, se remonte a la Babilonia que “obligó” a las mujeres a prostituirse. Dudo que viaje al repudio farisaico que terminaba con piedra en cabeza de las mujeres que eran acusadas de adulterio. Permítanme “descreer” que ese monstruo hace un repaso mental de la historia del sufragio restrictivo del voto y participación de la mujer desde que la razón dio a luz en forma de “democracia” y concluya: “Todo esto está mal” y opte por terminar con los derechos y obligaciones de la “mujer que ama” a mamporros. Sigue leyendo

“El Club”

En Cine/Democultura por

“Carga la cruz, carajo”

Galardonada tanto en Berlín como en San Sebastián, “El Club” de Pablo Larraín, es uno de los mejores dibujos cinematográficos del año.

El director de “No”, nos presenta a lo largo de hora y media de película una bonita casa en la costa chilena donde cuatro sacerdotes viven una apacible y “estimulante” rutina.

La llegada de un nuevo religioso, cuyo pecado rápidamente quedará revelado por una de sus víctimas, muestra el verdadero sentido de esta singular comunidad. Se trata de una casa “de oración y penitencia”. Sigue leyendo

Con todos ustedes, la Nueva Política

En España por

Si usted  no es uno de los cinco millones de personas que estuvieron el 18 de octubre en el bar “Tío Cuco”  en el barrio de Canyelles,  Barcelona, este artículo le interesará.

El pasado domingo por la noche tuvo lugar en La Sexta, en el programa “Salvados”, el visionado del encuentro entre la tercera y cuarta fuerza política, en lo que a intención de voto se refiere, de nuestro país.

Con la banda sonora de la genial Whiplash, el programa comienza con un zoom out desde la carretera hasta Albert Rivera, algo impaciente en el interior del coche. Un par de planos más tarde, recoge a Pablo Iglesias. Y como dos viejos amigos del instituto a los que no  les va mal de todo, empiezan a charlar de esto y de aquello, de lo agotado que está el de la “coleta morada” (no es la primera vez que se lo escuchamos decir) y de lo extrañada que se queda la pequeña Daniela cuando a su padre le paran en cada esquina para el dichoso selfie. Sigue leyendo

‘Yo, él y Raquel’

En Cine/Democultura por

Ardilla voladora con gorro naranja traba amistad con mamut subhumano y cautiva a sundance

 

Me estoy haciendo amigo de ir al cine solo. Y el miércoles fui a ver ‘Yo, él y Raquel’.

Hablemos primero de los miércoles. Suelen ser un día duro, de esos con olor de pies y todo. Vienes cansado, con una pelota de los últimos torneos de Nadal en la cabeza y deseas que te cuenten una historia que te saque de ti cuando la buena nueva está demasiado lejos, al tenue calor de una bombilla roja.

A diferencia del bueno de Ignatius Reilly  en ‘La conjura de los necios’, huyo de la chiquería para no tener que lanzarles improperios frente a la pantalla y por eso trato de buscar las últimas sesiones del día del espectador. No soporto la luciérnaga permanentemente entre las manos que a duras penas se tranquiliza a lo largo de la película. Apuran hasta el final para sacar un último selfie, a oscuras, con el restaurante Casa Jorge de fondo… Sigue leyendo

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