Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Ricardo Morales Jiménez - page 3

(@RicardoMJ) Periodista y escritor. Mal delantero centro. Padre, marido y persona que, en líneas generales, se siente amada. No es poco el percal. Cuando me pongo travieso, publico con seudónimo: Espinosa Martínez.

Ricardo Morales Jiménez tiene 132 artículos publicados

Aguachirle popular

En El astigmatismo de Chesterton/España por

El aguachirri o aguachirle es un coloquialismo muy propio de la temporada estival. Las malas terrazas, o sea, las que viven a base de braguetazos estacionales, suelen convivir con este calificativo despectivo año tras año. Los turistas regulares, confiando en el calado que durante todo el ejercicio ha tenido que causar el espíritu emprendedor anunciado a toda pastilla por televisión, ven desolados que otro verano más los hosteleros no han puesto ningún tipo de remedio a la mala calidad de sus productos. Sigue leyendo

Periodistas: mis profetas favoritos

En El astigmatismo de Chesterton/Periodismo por

Desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el XIX, la guillotina era la última parada de las ideas desbocadas y los actos consumados con alevosía institucional. Los ilustrados se las gastaban así. Con nosotros, te mantienes peinado. Sin nosotros, tu cuero termina en un cesto.

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El apocalipsis sostenible

En Cine/Economía por

Una empresa que fabrica ascensores en Portugal está al borde de la quiebra. Tras varias semanas sin recibir pedidos, unos acreedores irrumpen por la noche en la nave y se llevan los materiales del almacén. A la mañana siguiente, el gerente del lugar desaparece y llega un equipo de recursos humanos de la oficina central. Vienen a negociar los despidos del personal contratado. Con lo que quizás no contaban era con la férrea resistencia de los empleados a abandonar sus puestos de trabajo. Sigue leyendo

La tarde en la que Rajoy se fue al bar

En España por

“Usted no tiene una idea de país. Usted no tiene una respuesta de futuro. Y lo más importante, señor Sánchez, no me lo tome a mal, usted no puede ser Presidente del Gobierno porque usted no tiene el apoyo de los españoles y no ha ganado unas elecciones nunca”.

Con la bancada Popular en alto, con el maletín de cuero golpeteando el fémur, quizás con la boca seca.

Mariano Rajoy, el cromo más habitual de la vida política española en lo últimos treinta años, salía del hemiciclo dando un portazo por una puerta automática.

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Líneas a un amigo

En Periodismo por

Un homenaje póstumo, especialmente de forma escrita, suele adolecer de las siguientes características: es cursi, lacrimoso, está plagado de calificativos, amplifica las virtudes del fallecido, a veces busca revanchismos extraños, le cuelga medallas personales difíciles de encontrar en la hemeroteca, escenifica las circunstancias comunes que trazaron la relación; buscando dejar claro de todas las maneras posibles la cercanía con el extinto en cuestión. Sigue leyendo

Pentecostés deportivo

En Cuero por

Los amantes del deporte, que no fanáticos, no deberíamos olvidar en unos cuantos lustros este 20 de mayo de 2018.

Pocas veces a lo largo de la historia se han podido reunir tantos hechos noticiables, con tal calado de humanidad y emotividad, concentrados en un solo día. En un domingo de Pentecostés para más inri.

Que disculpen los fánaticos, que no amantes del deporte, el orden de los factores, pero para que quede constancia conviene enumerar lo acontecido.

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El escritor que no quiso ser el “Rey del Bacon”

En Cine/Democultura por

“Simplemente no quiero escribir relatos como todos los demás. El héroe de guerra no siempre tiene un desfile. A veces, se vuela la cabeza. Quiero crear una nueva forma de escribir. Una forma moderna sobre la sociedad moderna en la que el dolor de nuestra existencia se expone honestamente para ser visto”.

Probablemente “Rebelde entre el centeno” sea una película para escritores y sucedáneos. De la misma manera que “Los archivos del Pentágono” fue una película para periodistas y etc. Esto se debe a que todos los artefactos cinematográficos que ocurren en los 103 minutos de película están pensados para seducir y curar de espanto al que quiera consagrarse a juntar letras, como lo hizo en su momento J.D. Salinger.

Merece la pena ir a verla. Es ágil, sencilla y funcional ya que nos acerca a la vida del huraño más famoso del siglo XX sin tropiezos reseñables. Quizás, por poner la nota oscura, sobra algún que otro minuto en las escenas que ubican al escritor en la II Guerra Mundial.

La película comienza con un Salinger veinteañero interpretado por Nicholas Hoult (“Mad Max” y “Skins”).  Consagrado a quemar la vida entre vanidades y fracasos universitarios, su madre, al ver el talento natural de su hijo para la escritura, “fuerza” a su padre para que le pague una estancia en Columbia.

La rebeldía contra el padre, que quiere convertirle en el próximo “Rey del Beacon” con el negocio familiar, junto a una imperiosa necesidad de no estar enfadado con la vida, serán los detonantes para que Salinger se atreva a decir en voz alta “quiero ser escritor”.

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En el curso de escritura creativa conocerá a Whit Burnett, interpretado por el ahora defenestrado Kevin Spacey, con el que entablará una relación de maestro discípulo que funciona bien a lo largo de la película y que es, seguramente, lo más reseñable del último trabajo de Danny Strong, su director y guionista.

Hay cierta arrogancia intrageneracional, algo de humanidad y mucho criterio literario que da gusto ver.

Desde entonces hasta llegar a la creación e impresión de “El guardián entre el centeno”, el metraje recoge todo un rosario de penurias que ocupan al escritor y que conformaran su personalidad y su quehacer literario.

La endogamia del mundo editorial, el postureo intelectualoide de los años cuarenta, el fracaso en el amor y los locos de Salinger, aquellos que con sus gorras de cazador se apostaban frente a su casa para preguntarle por qué le habían encerrado en una novela, aderezan “Rebelde entre el centeno” que ya está disponible en los cines españoles.

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Las cremas de Cifuentes o el anillo de Woody Allen

En España por

En Match Point, Woody Allen desarrolla con maestría una secuencia clave dentro de su filmografía.

Ocurre después de que un desesperado Chris Wilton, al ver que su estatus de vida pende de una bola de mentiras insostenible, decida dar matarile a su amante, al bebé que hay en sus entrañas y a la vieja que, cosas de la caprichosa rueda de la fortuna, tenía que morir para servirle de coartada. Sigue leyendo

Un reclamo humano: “Dame tu cosita”

En Amor y sexualidad/Asuntos sociales/El astigmatismo de Chesterton por

Desde hace casi cuarenta años, la llegada de la primavera genera un extraño binomio. A la venta estacional de corticoides en las farmacias se le suma la aparición del hit del veranoSigue leyendo

Campaña de muertos

En España por

Originariamente, el término “campaña” hacía referencia al espacio de tiempo en el que un ejército permanecía en el campo sin regresar a sus cuarteles. Más tarde, se entendió por “campaña” el conjunto de movimientos que llevaba a cabo un ejército hasta alcanzar el objetivo propuesto. Todo orquestado a través de operaciones que ocurrían en un mismo espacio geográfico y en un momento determinado de la historia. Por ejemplificar las definiciones dadas; ahí tendríamos la campaña contra los piratas cilicios en la Roma de Marco Antonio y Pompeyo. La campaña en África donde tras dos años de conflicto los aliados llegaron a empujar a las fuerzas del Eje hacia Túnez, logrando la retirada de Mussolini en 1941. Y, por ir al puchero regional, la Campaña de Extremadura donde los nacionales o el ejército sublevado consiguió  unir la península con el Marruecos español, conectando al Ejército de África con el Ejército del Norte. Hecho que tuvo como consecuencia legitimada por las armas casi cuarenta años de franquismo.

El origen de las campañas políticas, sin embargo, es un tanto incierto. Los historiadores hacen la consideración de que la primera gran campaña fue en favor de la ejecución de Sócrates.  El “perturbador de la juventud”, como llegó a ser tildado por el Ágora a ración única de cicuta, encontró el castigo propio de aquellos que trataban de corromper con su discurrir dialógico y su cipotudismo intelectual la estructura sofista donde la apariencia y la verborrea lo eran todo.

Francisco Madero, Churchill, Hitler, Gandhi, Adenauer, Vargas – Llosa, Obama, Rajoy o Trump. Todos ellos, para la consecución de sus fines políticos, han tenido que pasar por la criba de la campaña. Algunos lo lograron. A otros les mataron. Y los menos, se dedican a debatir sobre sus fracasos en los cursos de verano de la complutense y a escribir libros monumentales entre las brisas y las caricias de papel de oro Rocher.

Esta semana, la actualidad española ha puesto de relieve la siguiente verdad: la política en nuestro país está en campaña permanente. Y en las campañas hay muertos.

Como un jilguero en primavera, como un nuevo gol de Messi, como una nueva corruptela política, las redacciones de los mass media han pasado por alto esta obviedad. Porque no es noticiable el tener a los políticos entre los pelos de la sopa. Va en el juego del derecho a conocer los entresijos del Congreso. Es el hijo incestuoso de la actualidad y la irrupción de las redes sociales. De pronto, todo sugiere, que lo que digan nuestros portavoces parlamentarios ha de ser el eco de lo que digan nuestro gritos.

La política les pierde. La mediocridad de nuestro corazón les devora.

Pero, claro.  ¿Hasta dónde les tenemos que exigir que se manifiesten? ¿Hasta qué punto es imprescindible un Tweet o una declaración de un político sobre lo que no es ámbito de su competencia?

Quizás sea llamativo que entre lo mucho que se ha escrito sobre Gabriel, sobre la prisión permanente revisable o sobre los disturbios en Lavapiés, nadie haya dicho que quizás los políticos estarían mejor callados en según qué momentos. Lejos de eso, abrimos telediarios con sus reacciones en redes, no salvamos tertulia de bar sin un hashtag o mención de por medio. Es curioso que nadie les haya apelado, respetando su dignidad parlamentaria,  a que sería valioso y deseable el que se pronunciaran exclusivamente para condenar los hechos y para acompañar a los afectados. Pero no. La política les pierde. La mediocridad de nuestro corazón les devora. Tiene que hablar porque no sabemos vivir sin el “tú más” del escaño digital. El sofista que se cuela entre los deberes no entregados a tiempo hace que en este mundo, que es muy afectado y vanidoso y que requiere de su pedagogía permanente por el mero hecho de ser político, hace, digo, que sea imprescindible para ellos el mostrar  los recovecos de su  trinchera ideológica, desde donde menean palabras y sentimientos de igual manera que el marrano se desparasita con el fango, compuesto, dicho sea de paso, de sus propias heces entre otras inmundicias.

Señora Villacís, señora Robles, señor Espinar, señor Hernando. Su opinión nos importa poco en materia de muertos.  Su fariseísmo sin ley, su recuento de cábalas demoscópicas solo son verdura de hastío.

Hacer política desde la morgue es viejo y es uso y costumbre de nuestro abecedario titular.  Pero porque esté arraigado en nuestro ADN político no quiere decir que sea cuanto menos despreciable.

Mujer muda busca monstruo del pantano para lo que surja

En Amor y sexualidad/Cine por

Hubo una época donde los “bichos raros” se agolpaban en torno al televisor por la noche.

En esa franja delirante comprendida entre la 01:30 de la mañana y las 06:00 de la mañana, místicos en calzoncillos, beocios sin remedio, perezosas de toda clase y condición, insomnes empedernidos o padres primerizos con restos de baba neonatal en el pijama, se agolpaban frente a la caja de luz a ver una y otra vez las bondades de determinada lijadora, de una mopa que limpiaba hasta el pasado, un concierto de jazz de tres al cuarto, documentales del cine húngaro de los años 30 o, para los más decididos o más voluntariosamente despistados, una variedad extraordinaria de películas pornográficas;  especialmente burdas y especialmente frecuentes en las cadenas locales y regionales.

Lo que ahora revisa Zuckerberg en cada whatsapp calenturiento, antes se ocupaba un mandao de la programación  de la tele del barrio.

En este último caso, antes de que Tinder nos pusiera a discernir sobre el eros, uno se podía encontrar, entre embestidas y diálogos de lo absurdo, un tablón de anuncios para los ahogados en la soledad más picosa que, como decía Florentino Ariza en lo que Fermina Daza le abría las sábanas de su cama, es la de la carne.

Era en esa franja extraña de la noche donde antes de la aparición de las redes sociales todo se mezclaba. El olor a gato de la casa, la cerveza medio abierta, un calcetín en disposición confesional… Lo que ahora revisa -cuando tiene tiempo- el bueno de Zuckerberg en cada whatsapp calenturiento, antes se ocupaba un mandao, que no cabe hacer distinción de género en la parrilla de la tele del barrio.

Lo que más me despertaba la atención en ese momento, por lo jocoso y la curiosidad impertinente por encima del apetito básico, era que en la pequeña pantalla, ante el aderezo sexual que ocupaba la parte superior del recuadro azul, un hirviente chat primitivo se desarrollaba con vigor y frenesí.  Los mensajes eran escuetos, con su propia mecánica sintáctica y lingüística. La necesaria economización de las palabras a las que nos sometía la dictadura del SMS dotaba a las oraciones simples (o copulativas) -baluarte del flirteo televisivo- un aire sodomita de cantina del lejano oeste o un triste tablón de desaparecidos en la playa.

“Se busca pedazo de carne para ayuntamiento carnal”.

“Activo busca pasivo. Pasivo busca subjuntivo”.

“Hombre moreno, corpulento e interesante busca a delfín madurito. Esta noche en Palencia”.

“Mujer muda busca monstruo del pantano para lo que surja”.

Porque al final, esto es lo que ha quedado de “La forma del agua”, la última producción oscarizada de Guillermo del Toro.

La última travesura del director mexicano no es otra cosa que la clásica historia de amor, bien barnizada, eso sí, por el ingenio intangible y merecidamente reconocido del creador del Laberinto del Fauno o Mimic.

Hay una estética cuidada, una trama con sentido, un universo coherente, un desarrollo de personajes algo dubitativo pero sostenible y de pronto, casi al final, se corre una cortina de baño cincuentero para sobreentender que entre la chica muda y el monstruo del pantano va a haber tema.

Los hay, claro está, que han buscado hacer un atrevido y seguramente acertado razonamiento para la vida moderna sobre esa “conexión sexual” que no conoce de especies ni de géneros. Como una reivindicación de la imaginación fetichista que por fin desembarca en Hollywood tras cruzar el océano nipón, donde el Hentai llevaba fantaseando con plantas y cuerdas sinuosas destinadas para la dominación y el placer femenino desde hace décadas.

En este aspecto cabe resaltar la noticia que ha recogido la sección de “SModa” de El País, donde tras el estreno de “La forma del agua”, se han vendido como roscas recién horneadas consoladores que especulaban con la forma, longitud y aspecto del falo del anfibio antropomórfico.

 

Ahora toca al lector disculpar a los mediocres, simples y “noséquepatriarcales”, que sencillamente hemos visto en la película una historia interesante que tiene como premisa a una mujer muda terriblemente necesitada de amor, cariño y comprensión que se entrega en cuerpo y alma a un monstruo encerrado en una charca metálica. Ahí está el drama de la tensión dramática. Donde, todo sea dicho de paso, en realidad no cabe espetar la relación en cuanto a la posibilidad de encuentro, reconocimiento y afecto. Sin embargo consideramos gratuito o sintomático de una sociedad de juego de braguetas el marcar o evidenciar la relación de la chica muda y el bicho hasta el punto de dotarle de genitalidad. Todo ello cuando no queda muy claro si ese “recurso”  ayuda a contar la historia; dejando un olor pantanoso a fruto ideológico (propio de la Academia y con el que comulga Guillermo del Toro. Veánse los rostros franquistas del Laberinto del Fauno), que termina por despistar y sacar de la película a algunos de sus espectadores. Como los mensajes de alta carga erótica-festiva de mi cadena local.

Dicho lo cual, acudan raudos al cine. Se sorprenderán (si es lo que piden al comprar una entrada).

 

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Puigdemont, Comín y “el cámara” de Ana Rosa: los más pillos de clase

En Cataluña/España/Periodismo por

Para los periodistas poner “Puigdemont” en un titular es garantía de movimiento. El SEO convulsiona, se pone a hacer cabriolas, cada vez que alguien menciona la palabra y la persona de moda en lo que va de año.

Cada vez que el Armin Tamzarian de Gerona, azuza la actualidad, sabemos sobre qué nos va a tocar escribir ese día. Y lo aceptamos con la mueca del cínico hastiado, del picamiserias perplejo, al que no le ha dado tiempo a digerir todavía lo del 1 de octubre y ya está en el 31 de enero.

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Salvapatrias en la nación de los villanos

En Cataluña/España por

El estallido de la crisis catalana ha vuelto a poner en juego a una clase muy particular de ciudadanos. Se trata de los salvapatrias. 

Son unos personajes -repentinamente del dominio de la opinión publicada- que se atribuyen “por la ley de sus cojones” la responsabilidad de defender el bando que toque en cada momento. Suelen ser amigos de grupos concurridos y cañeros, proactivos a la hora de mover cadenas de mensajes para que te/le toque la lotería y te/le libres del cáncer en este 2018.

De vez en cuando copan las portadas gracias a sus hazañas. Es el caso de Álvaro Ojeda, que enlaza una ristra de despropósitos e insultos con formato audiovisual a quien sea trending topic en ese momento. O, por ir a lo inmediato, el de Víctor Moreno y su numerito con Puigdemont en Copenhague.

La aparición de los salvapatrias tiene un patrón. Primero llegan a “La Ocurrencia”, que suele estar vinculada con algún fenómeno de la actualidad y que consideran sencillamente brillante, imprescindible para el gran público. Ponderan su gorilada como carne de viral y la llevan a cabo porque es fácil el poder llevarla a cabo. Antes de la era de la idiotización digital esta gente tenía que entrar por un casting de Gran Hermano para tener su cuota de pantalla o hacer cola en la parrilla de Telecinco para expresarse con ciertas garantías de éxito. Un trabajo azaroso que dejaba a la mayoría de quijotes actuando en su bar o dando monólogos bochornosos en las comidas familiares. A día de hoy tan solo se requiere juntar a un amiguete (a veces ni eso), desbloquear el móvil, apuntar a la víctima y confiarle el éxito de la empresa al casposismo imperante, que cobra forma de retweet en la nación de los villanos.

Villanos porque como diría Arturo Encinas, “por muy buenas intenciones que tengan, los villanos son el retroceso de la civilización desde el punto de vista de la democracia en cuanto forma comunitaria más perfecta de ser hombre”.  Sus motivaciones pueden llegar a ser ” peligrosamente comprensibles”, pues se trata de gente normal y bien intencionada la mayor parte del tiempo; que combina Primark con zapato caro,  corbata con chancla de piscina, hamburguesa con carpaccio, ensalada mixta con espuma de bogavante, libro con serie y película con teatro. Al visualizar y compartir este tipo de contenidos pareciera que el percutor moral se queda atorado, entrando en modo “bajo rendimiento”, más propio de una visita prolongada al aseo o igual que poco antes de comer, cuando el azúcar en sangre está algo bajo.

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Villanos porque sus movimientos terminan por agredir y reducir el ámbito de convivencia al compartir contenidos del mal gusto orquestados por maleducados (Puigdemierda. Aquí entrevista a Víctor Moreno) que terminan por enmierdar y reducir el debate público. Y lo peor es que los políticos entran al trapo. Y tenemos a los dirigentes de este y aquel partido empleando la dialéctica de los salvapatrias y los villanos. Hablando de buenos y malos, haciendo gesticulaciones obscenas y discursos para olvidar en el timeline, donde solo queda como lectura posible un nuevo enaltecimiento del puritanismo social.

Y así hasta el hartazgo.

Por tanto, Víctor Moreno no es un héroe, como he llegado a leer en el grupo de WhatsApp al que ha llegado el vídeo. Es un supervillano. Su proceder y su creencia de lo que debe ser y es dista de ser democrática, de ser verdaderamente valiosa para la comunidad. Es una mala reacción fruto de una crispación no adecuadamente identificada que además da pie a otra lectura muy distinta a la pretendida por el salvapatrias.  Puigdemont besa la bandera y no tiene ningún problema. Puigdemont sonríe. Puigdemont sale victorioso y ufano ante los suyos, no despejando ninguna verdad más allá de la siguiente: resulta que uno es menos bobo cuando lo increpa un idiota.

 


“Algún día entenderán que no tenemos ningún problema con España ni con su bandera. La batalla es contra quien ejerce el poder despóticamente. La democracia es más importante que todas las fronteras, todas las banderas y todas las constituciones”.

 

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Tabarnia es tomarse muy en serio el humor

En Cataluña/España por

Es notable que el humor desde Cataluña sobre la realidad de Cataluña en España haya tardado tanto en llegar. Es llamativo que en todos estos años de deriva secesionista, desde las entrañas de la comunidad autónoma, no hubiese salido ninguna propuesta “seria” de tomarse a broma todo lo que está ocurriendo.

Decía Camilo José Cela que “el humor es la gran coraza con la que uno se defiende en este valle de lágrimas”. Parece que los de Tabarnia le han dado tangibilidad a la cita.

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“Loving Vincent”; genial tragedia al óleo de una vida malograda

En Cine por

Este próximo viernes se estrena  “Loving Vincent”, la impresionante película que narra, a través de 65.000 fotogramas convertidos en cuadro, el misterio de la muerte de Van Gogh.

Con varias nominaciones importantes a sus espaldas -Globos de Oro y BAFTA- el espectador se va a encontrar con una experiencia estética sin precedentes que ensancha los horizontes del cine en un buen mestizaje artístico, patente a lo largo de todo el metraje.

1891.  Se cumple un año de la extraña muerte de Vincent. Armand, bajo la petición de su padre Roulin; el cartero al que el incomprendido pintor confiaba sus misivas, viaja a Paris para hacerle entrega a Theo Van Gogh, la última carta de su hermano con el que hacía tiempo que había roto la relación. Al llegar a la capital, Armand descubre que Theo ha fallecido de sífilis y no hay receptor para aquella carta.

Comienza entonces un viaje hacia los colores de una sombra; de pincelada gruesa y alocada, de confusión, arte, amor, desprecio y muerte.

Todo en la película rezuma un compromiso con el legado del pintor neerlandés. El trabajo de Dorota Kobiela y Hugh Welchman en la dirección es soberbio. La elaboración fotograma a fotograma de Loving Vincent, que durante 10 años ha congregado a más de 120 artistas de primer nivel,  permite estar en actitud contemplativa, sobrecogido por la grandeza creativa de aquellos que han revivido la obra y en cierta medida, también la figura, de Van Gogh.  La sensación que queda tras su visionado es haber estado atrapado durante 80 minutos en un cuadro interactivo, jugando el rol de narrador omnisciente, pautando cada paso de Armand para averiguar las verdaderas motivaciones del pintor para terminar con su vida. 

Existe cierta torpeza en la ejecución del guion y hacia el ecuador de la película se desinfla la tensión narrativa, haciendo que el espectador pase por alto la sucesión extraordinaria de cuadros que tenemos frente a nosotros. La trama, zurcida por los mismos Kobiela y Welchman, no es el fuerte del film ni mucho menos aunque no llega a chirriar en ningún momento. El trazo y el buen gusto es la constante que permitirá su disfrute y posterior recomendación.

Este artículo será publicado en la revista Pantalla 90

Resiliencia socialista por Navidad

En Andalucía/España por

No es nada fácil sentarse en un banquillo. Bien sea por una trifulca con el casero o bien sea por haber formado parte de la “presunta” mayor causa de corrupción de tu país. Sigue leyendo

Los cojones del anticristo y otros butrones a la historia popular

En El astigmatismo de Chesterton por

Uno de los dulces que nos podemos encontrar en Santillana del Mar son “los cojones del anticristo”.

Atestados están los puestos y locales con estas pastas del Valle de Liébana. Desde el parking edificado para turistas madrileños hasta la Plaza Mayor de este hermoso, aunque siempre saturado, municipio cántabro.

Hace unos cuantos veranos, con un buen amigo democresiano, tuvimos a bien darnos un paseo por sus calles.

Hacía mal tiempo. Nublado y frío.

– ¿Sabes cuál es el dulce típico de aquí?

– No ¿cuál?

– Mira en ese escaparate.

Cubierta la primera risa incrédula, perfecto contraste con la apatía y hastío del tendero que hacía su agosto en agosto, decidí preguntarle por otro producto exótico de aquella tierra de gentiles y adoradores del demonio.

– Disculpe. ¿Tienen el falo del druida?

– ¿Cómo?

– El falo del druida.

Mi amigo, prevenido desde que nos conocimos de mis chuflas y chanzas, se giró hacia los quesucos de cabrales para evitar más cabreo y hastío en el tendero al enseñarle los dientes sin disimulo.  

– Pues no me suena. Eso será de otro pueblo.

Con algo de carcajada colgando en el costado, salimos los dos del establecimiento, sorteando a varios padres de familia, que con bufonadas cavernícolas a sus cónyuges cargaban al carrito del bebé mandiles de cocina con una silueta escultural y de tostado artificial; pura chabacanería serigrafiada en la parte delantera. Pasaban por su tarjeta de crédito licores de crema de orujo muy corrientes cuyo principal activo era estar envasado en un tarro que ponía al descubierto la exuberancia femenina. Y así toda clase de vulgaridades hechas dulce. Todo choni y todo cutre en esta villa medieval, para que nos entendamos.  

Traigo a colación esta anécdota porque leyendo la fascinante historia de las Hurdes y Batuecas, escenario sin igual de ciclos míticos en la geografía española, me he topado con la siguiente reflexión de Benito Jerónimo Feijoo. Dicho rescate fragmentario se lo debemos a Daniel Pablo Maroto, historiador carmelita, que en su obra “Batuecas”, hace un repaso monumental al antes y durante del Monasterio de San José, lugar extraordinario, todavía hoy, para el retiro y la oración.

La cosa es que el monje benedictino, ilustrado del XVIII, en su obra “Teatro crítico universal. Discursos varios en todo género de materias para desengaños de errores comunes”, dice así.

“El autor – escribe – que, para cualquier hecho histórico, cita la tradición constante de la ciudad, provincia o reino donde acaeció el suceso, juzga haber dado una prueba irrefragable a que nadie puede replicar. Varias veces – sigue razonando el crítico – he mostrado cuán débil es este fundamento, si está destituido de otros arrimos, para establecer sobre él la verdad de la historia. Porque – ahora viene todo el jugo del texto – las tradiciones populares no han menester más origen que la ficción de un embustero o la alucinación de un mentecato. La mayor parte de los hombres admite sin examen todo lo que oye. Así en todo pueblo o territorio hallará de contado un gran número de crédulos cualquiera patraña”.

Claro. Uno leé esto y tiene la sensación de estar en una catequesis resacosa del Padre Hugh Collins (La hija de Ryan), o del Rev. Capt. Samuel Johnson Clayton (Centauros del Desierto). Contundencia hecha vísceras.

Los cojones del  anticristo, el orgasmo de monja, los gusanos del celibato y los dientes del orangután son pastas que empañan la historia de un pueblo y sepultan su tradición, su verdadera tradición, que en casi todos los casos, se encuentra impregnada por las gentes que se apiñaban en torno a su Iglesia, su muralla, sus plazas y sus muelles.

Cuando el pueblo, ávido de reconocimiento para no caer en el sopor de los años, en el olvido de las generaciones que ahora solo ven los paisajes por Instagram, decide estas tácticas marketinianas al estilo de la batamanta o el extensor, incurre en la defecación sistemática en el mortuorio de todos los pescadores, mercaderes, bachilleres, clérigos, religiosas, chiquillos y hombres y mujeres de bien que laboraron su vida para que el ayuntamiento se ganase la dignidad de “ilustrísimo”.

Porque ahora, toda esa verdadera memoria histórica (no le pongamos paños ideológicos al término, por favor) acaba de ser mancillada por una turba innumerable venida de la capital y aledaños, que se enfunda el norte a modo de postureo pseudoburgués, y que tan solo recuerda el sitio por el chuletón que se ha jamado y por ser la tierra donde venden unas galletas de chocolate llamadas “los cojones del chivo o del diablo o qué se yo”.  

Quizás la Concejalía de Turismo de este y otros tantos municipios de España que pretenden esconder o permiten que se esconda la riqueza de su historia por la vía zafia de sus comerciantes, quizás, digo, debieran darse un garbeo por el despacho del concejal/a de cultura y hacerle un par de preguntas sobre la imbecilidad humana y sus consecuencias.

No quiero concluir sin rescatar la otra parte del texto del Feijoo, que seguro que será de mucho provecho mientras nos limpiamos las deliciosas migajas del escándalo hecho caries.

“Éstos hacen luego cuerpo para persuadir a otros, que ni son tan fáciles como ellos ni tan reflexivos, que puedan pasar por discretos. De este modo va poco a poco ganando tierra el embuste, no sólo en el país donde nació, mas también en los vecinos y, entretanto, se va oscureciendo la memoria y perdiendo de vista los testimonios o instrumentos que pudieran servir al desengaño. Llegando a verse en estos términos, van cayendo los más cautos, y a corto plazo se halla la mentira colocada en grado de fama constante, tradición fija, voz pública, etc”.

¡Ojo avizor a la próxima bolsa de recuerdos!

 

Las pastas que apelan a la genitalidad del diablo

Nicolás Maduro y el pájaro silbó de nuevo

En Periodismo por

Ayer concluía en “Salvados” la segunda parte de la entrevista a Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.

Más allá de entrar en cuestiones de la propia técnica periodística o valoraciones generales sobre el contenido, donde recomiendo echar un vistazo a los artículos publicados por Ignacio Pou en “El Debate Hoy”, quisiera detenerme en el estilo de Maduro.  El estilo que tiene Nicolás Maduro para hablar de política.

Tanto en la primera como en la segunda parte, hay momentos de extraordinario valor ficcional, de escafandra tintada de negro, de malabarismo mental.

Uno se queda con una mueca, que no sonrisilla de incrédula superioridad intelectual, ante el despliegue audiovisual que tiene ante sí. Es como estar atrapado en un diálogo capeado y sempiterno en la catedral de Vargas Llosa. Es como una pelota de mucosidad instalada en el lóbulo frontal que se convierte en palabra viva al decir “no me lo creo”.

Porque esa es la sensación que le queda a uno cuando Évole pregunta y Maduro responde. De alucinar, de no dar crédito a que uno de los dos que hay en esa mesa sea el presidente de 31 millones de personas.

Las salidas de tono, las respuestas sin sentido, la doble moralidad raruna, los aspavientos de trailero en mitad de un atasco, el corte de camisa a la coreana, los reseteos cerebrales, las gesticulaciones “violentas”, las carcajadas que más parecen de barra y Cerveza Polar que de encuentro periodístico.

La duplicidad parlamentaria en Venezuela con la aparición de la Constituyente -la cual no cuenta con un solo representante de la oposición y que ahora se ocupa del poder legislativo del país-, la limpia de magistrados del Supremo y del Constitucional, el cinismo desde el que dicta sentencia internacional a través de recortes de telediarios españoles,  de las colas de lo absurdo -del noqueo económico y social- de la gente que tiene que invertir toda su potencialidad intelectual y el tiempo que Dios le ha dado en comprar el pan y “papel de culo”.

Es como si el pájaro que estimuló al panteísta de Caracas no hubiese dejado de revolotear por Miraflores, intercalando su onomatopeya particular con dialéctica bolivariana.

“Su respuesta no es muy consistente”. “La verdad es que usted impone”.

En definitiva, un aura, “unas energías” que diría la todopoderosa Claire Underwood de Managua, que chocan frontalmente con los usos y costumbres de la entrevista política. Al menos del formato clásico al que estamos acostumbrados en occidente.

Pero tampoco quisiera desviar la cuestión por ahí. Son los personajes, estos personajes, lo que hacen que la entrevista sea algo extraordinario. Es un producto sui generis que tiene más de perfil psicoanalítico que aproximación a un agente internacional con cierta relevancia. Parece un retrato emotivo de un hombre que no tuvo nada, lo tuvo todo y vuelve a no tener nada, con la salvedad de que nadie se ha parado a explicárselo y le han dejado que siga la función, igual que al bibliotecario de Chesterton que jugó a ser un don Quijote con tintes decimonónicos.

Lo decía Bustos la semana pasada: en el programa de Évole impera “lo cinematográfico” por encima de lo periodístico. Lo vemos con la entradilla de los dos programas, que le da a uno la sensación de estar viendo un spoiler de la cuarta temporada de Narcos porque ya sabemos que la tercera es en México. ¡Ojo! A ver si vamos a tener que pedir royalties a la plataforma digital porque hay antecendetes familiares, como las hazañas de los dos sobrinos de Maduro, que nos puedan dar la premisa para otro buen rato de plata o plomo.

También está presente en los cortes y el tono, lo que hace que las conclusiones que cabe extraer, además de ser muy sabrosas y placenteras para el ojo, queden, cuanto menos, en entredicho.

Por tanto, de la visualización de esta “entrevista” saco dos conclusiones: inquietantes los humanos sin rostro que figuran como parte del atrezzo, al final del tiro de cámara, junto a las cortinas rojas. Y que Maduro, tal y como queda retratado, me podría caer bien.

El que quiera entender, que entienda.

Jorge Bustos: “Lo que está haciendo Puigdemont es una españolada”

En Entrevistas/Periodismo por

Llevo un par de días enfangándome de artículos, recortes y exabruptos varios en Twitter; donde mi próximo entrevistado se desfoga mejor al estilo clásico, con los 140 caracteres que le dieron hechuras de polemista relamido de pluma ligera.

Me he masticado su última publicación, “Crónicas biliares”. Una suerte de apéndice literario de la RAE impregnado de excreciones de vesícula. Un placer de lectura para los que tienen cuatrocientas cosas por delante que leer. Sigue leyendo

Carles Puigdemont, “como uno más”

En Cataluña/España por

Una de las cosas que más me divierten de YouTube es la capacidad que tiene de relacionar contenido random en reproducción automática. Estaba viendo un vídeo de un caballero que ha tenido una experiencia espiritual intensa en determinado movimiento religioso en España y un par de segundos después me encuentro un concierto de Sopa de Cabra con Carles Puigdemont a la guitarra. Sigue leyendo

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